La hora de la Comunicación para la Paz

José Miguel Infante
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La Plaza Baquedano, otrora Plaza Italia, se ha transformado en la sinécdoque de las demandas sociales que se expresan en las marchas de cientos de personas  y las voces que se erigen para cambiar el nombre de ese simbólico punto de Santiago, como “Plaza de la Dignidad”.

Pero más  allá del apelativo, lo esencial en este Chile que bulle por las reivindicaciones, es que ese lugar donde se celebran victorias y se llama a los cambios, sea un espacio de no violencia, sea la representación del encuentro, de un ejercicio permanente de empatía, de alteridad y de co-construcción de un clima dialogante que nos encuentre y nos una. Ha llegado la hora de la Comunicación para la Paz que debe marcar otra etapa del debate público y ciudadano.

La Comunicación para la Paz implica sacar de la calle la violencia como forma de exteriorizar legítimas aspiraciones. Supone, además, expulsar del lenguaje verbal y no verbal una especie de normalización de la agresión en las distintas dimensiones de la vida.

Nos hace falta en los diferentes espacios de la cotidianeidad, especialmente en el privado, un relacionamiento asertivo, de entendimiento y hacer un esfuerzo por comprender el planteamiento o punto de vista, distinto al propio.

Los peligros que enfrenta la Comunicación para la Paz, no solo surgen en el plano analógico, en la realidad concreta, lo que Peter Berger y Thomas Luckmann  reconocen como suprema realidad, sino también en la noosfera digital.

Allí, han pululado las noticias falsas o fake news, es decir, mentiras revestidas de verosimilitud que solo apuntan a exacerbar un ambiente de desconfianza. El periodismo tiene y debe cumplir un rol fundamental en la verificación de las noticias. Más que nunca se requiere analizar con ojo agudo los intentos por tergiversar los hechos y presentarlos como ciertos.

En este ambiente convulsionado que nos ha tocado vivir desde el 18 de octubre, debemos buscar todos los espacios para promover la sensatez, la prudencia, el entendimiento mutuo, la autoexpresión y la reconciliación.

La paz es un bien que solo valoramos cuando lo perdemos. Debemos evitar la vorágine del relato articulado como caja de resonancia que no promueve el diálogo, sino la violencia, e impide ver los bordes del precipicio, donde reina el saqueo y la destrucción de todo aquello que hemos construido como sociedad, desde el respeto y la justicia.

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