¡Fueron sorprendidos!

           

Cuando el Dr.  Andrew Wakefield, en Gran Bretaña, publicó los resultados de su investigación en la afamada revista The Lancet en el 1998, dejó cristalinamente establecido que la vacuna vírica triple (contra el sarampión, paperas y rubeola) tenía incidencia en el desarrollo del autismo en los niños y niñas.

Por lo que millones de personas, alrededor del mundo, dejaron de seguir los programas de vacunación, dando origen al movimiento anti-vacunas, siendo su primer y más ferviente militante el propio Wakefield.

Los efectos de esta publicación se hicieron sentir por más de una década, retrasando los planes de vacunación en muchos países, hasta que la revista The Lancet en 2010, se vio obligada a denunciar la fraudulenta investigación. Fueron sus colegas médicos y científicos quienes no pudieron replicar el modelo experimental o validar sus hallazgos.

Sin embargo, el golpe de gracia lo dio Brian Deer, un periodista especializado del Sunday Times, quien hizo público, tempranamente, los conflictos de interés del mencionado médico. El Dr. Wakefield, había falsificado datos de su propia investigación, tenía una patente en trámite de una vacuna contra el sarampión y estaba en colusión con equipos de abogados para demandas contra laboratorios o fabricantes de vacunas triples.

La investigación de Deer no es aislada, dado que son múltiples los casos en que los equipos de periodistas, desmantelan montajes políticos, financieros, científicos o de la mixtura entre ellas. Todos con un común denominador, la línea de la corrupción y la fragilidad ética de sus protagonistas con fines de manipulación y desinformación.

Los equipos periodísticos independientes y alejados de los medios masivos convencionales, que impiden mirar fuera de la burbuja y que  incrementan la crisis mediática ampliamente difundida por los investigadores, han denunciado la fallida entrega oficial de cifras estadísticas a la ciudadanía.

Fue el reporteo y el análisis sistemático, lo que golpea con más de 3.000 muertes adicionales a las informadas por los canales gubernamentales, empujando a la autoridad política a reconocer estas muertes como consecuencia del coronavirus, siendo uno de los gatillantes de la salida del intocable Jaime Mañalich y obligando a plantear una nueva estrategia sanitaria, que aún no ve con claridad sus luces.

El ascenso de este periodismo investigativo comprometido con la ciudadanía, rescata no solo la investigación en si, también la lucha interna por dar a conocer la información en los medios de comunicación, esquivando los espacios de censura establecidos por el gobierno - como por ejemplo, proponer una ley para evitar salvoconductos a periodistas independientes o a medios que no cuenten con inicio de actividades - o del manoseo político a los que son sometidos los comunicadores serios y la desvinculación de periodistas, incidiendo directamente en la cobertura de prensa.

Según el Knigt Center y otros centros de investigación periodística a nivel global, el periodismo en Latinoamérica enfrenta masivos despidos de profesionales de las comunicaciones, inhibiendo la libertad de prensa en el contexto de la pandemia, como una “ola de desinformación generalizada”.

El gobierno y su grandilocuente estrategia sanitaria, casi de clase mundial, especialmente a través de los ministerios de salud y ciencias, fallaron en lo público al no brindar la paz social que su labor exige ante la ciudadanía.

Si el foul fue técnico, es apenas admisible en un ambiente de advertencias y de contrapoder informativo. Sin embargo, la población sigue expuesta a show mediáticos con el disfraz de los datos, montajes y distractores, que gracias al ojo atento de investigadores, ciudadanos y periodistas, imposibilitan su reproducción, ¡fueron sorprendidos!

Es justamente que periodistas independientes, han adoptado un rol de fuente informativa, creíbles para la ciudadanía y   paralelos a los ministerios de Salud, ciencias o vocerías gubernamentales. Esta es la relevancia, no solo el manejo del   dato técnico y el talento investigativo en el trabajo duro de las volubles cifras.

Si no, que se   centraron en la población y en aquellos que engrosaron las listas de fallecidos, donde familiares y seres queridos fueron marginados de una respuesta oportuna, precisa y veraz, visibilizando la trampa de la desinformación y empujando a adoptar nuevos protocolos en post de la ciudadanía.

Este es el valor profundo del periodismo investigativo, puede salvar vidas.

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