Santiago centro, la Cartografía de la emergencia

Un turista desconocería el actual perímetro céntrico de Santiago, faltando sólo semanas para Navidad y el fin de año. Vitrinas y ventanales protegidos por vallas papales, planchas de zinc o “calamina”, como dirían en el norte, planchas de masisa e incluso latones soldados. Los casi dos meses del movimiento de protesta han reconfigurado la estética santiaguina. El miedo y la protección dominan los espacios, hay demasiadas personas manifestándose y rabia latente. Y la marcha no se detiene.

Imaginemos un trayecto que se inicia en La Moneda, prosigue por los Tribunales de Justicia, y el GAM y finaliza en la autonombrada Plaza de la Dignidad.

Hay muchos semáforos descompuestos o directamente arrancados. O en algunas intersecciones no los hay. Ante eso están operando personas-semáforos que utilizando discos manuales indican el pare o el siga en una u otra esquina, seguramente contratados por el municipio.

En Las Condes hay semáforos móviles cumpliendo esta tarea. Pero, también hay altruismo. En algunas calles de la denominada zona cero, hay voluntarias/os con pitos o sin, que dirigen la circulación de los vehículos.

Una Navidad y un fin de año normal es difícil imaginárselo a semanas de esas fechas. Y seguramente en cada región trayectos similares evidencian estos enfrentados casi dos meses. Son las huellas de todo lo ocurrido en la materialidad del territorio. El origen es el descontento y el malestar, las demandas y la evidente y exasperante respuesta evasiva y a cuentagotas del gobierno.

Es el día internacional de los DD.HH. la explanada de la Plaza de la Constitución evoca soledad, aislamiento, miedo y extrema protección. Tanta reja y guardias infiere sólo eso.

El centro de Santiago es parte de una nueva cartografía dictada por la protesta social y por el cuidado a edificaciones simbólicas: el Club de la Unión está especialmente protegido por policías y sus muros aún permanecen vírgenes o repintados. Emerge un Santiago de lata o revestido de placas masisa.

En el trayecto, varios de los accesos al Metro no funcionan o están cerrados por seguridad ante nuevas evasiones. Por todas partes, la ciudad tiene las huellas de sus fracturas sociales y de su normalidad maltrecha. Mientras, el resto es de una normalidad solo aparente. A lo lejos se escuchan gritos, pitos y bombos revelando que por Alameda algo se mueve.

¿Carpas en la explanada del Palacio de Justicia? Eso rememora la película de Ucrania en una escala muy menor. O los veteranos de Malvinas con sus tiendas fuera de la Casa Rosada, que alguna vez conocimos. Pero es inusual en Santiago. Un conjunto de organizaciones sociales lo ha decidido. Está por verse aún si lograra mantenerse.

El centro de Santiago es una fachada continua de pizarreño y placas de aglomerado. Hay que proteger vitrinas y fachadas, grandes ventanales y muros de granito. Proteger todo antes, que los ojos mutilados. Las cosas materiales tienen una importancia superlativa. En una pared hay poemas impresos y uno es de Estela Díaz y dice: “No quiero/que mis muertos  descansen en paz/tienen la obligación/de estar presentes…”

Las vitrinas y ventanales desaparecen. El consumo no se ve desde fuera para cumplir su función mimética. La seguridad trastoca lo cotidiano, la amenaza de la protesta puede ser potencial, pero se ha preferido darla por hecho.

Como una invasión de letras y dibujos, se instala en todas las paredes una creativa y muy diversa red de rayados y pegatinas. Se borra y se pinta de inmediato. Pareciera que los brigadistas de la agiprop están agazapados esperando el momento. 

Un rayado dice, “borras 1 y rayamos 20 y debajo con otro spray alguien agrega, 21”. Más  allá otro, “aunque borren las murallas no olvidaremos”. Hay paletas de publicidad vacías transformadas en jardineras colgantes con botellas recicladas. Reciclaje y creatividad.

El Centro Cultural Gabriela Mistral se desborda. Pareciera que los murales e intervenciones no caben en ninguna sala interior, y se vuelven ambiciosos de ojos y por eso se auto-exponen en plena Alameda.

Gabriela Mistral como una esbelta chiquilla de gastados jeans y pañuelo verde al cuello. Nada de trajes dos piezas. Más allá un Catrillanca finamente enmarcado. Aquí, no hay curaduría ni folleto de exposición. Lo cierto, es que no se puede transitar por esa vereda norte de Alameda sin detenerse en el GAM, ex Diego Portales con los milicos y  ex UNCTAD III, como la conocimos en tiempos de Allende.

En la esquina de Alameda con Namur en un muro perimetral de protección hay un nuevo mural. Es Salvador Allende, el doctor, como le dijeron sus cercanos. Anuda sus manos y hace un gesto  conformando un corazón. Viste una florida chaqueta. Lo rodea la primavera y una paleta de fuertes colores. Huele a Revolución de las flores. Su rostro es el mismo: abuelo severo con su grueso marco de lentes. Mientras, pareciera que disfruta con esas nuevas marchas voceando viejas consignas.

El hotel Crown Plaza no funciona por Alameda, desluce como si lo hubieran clausurado. Al frente un cartel en un rabioso amarillo reza, “La chela pa l triunfo, dejemos la chela pa l triunfo…”

Todo lo que está próximo a la Plaza de la Dignidad funciona en un horario especial, pueden cerrar temprano o más tarde, todo depende. Es la dinámica del  movimiento de protesta quien determina las otras posibilidades. Por aquí todas son fortalezas: un banco, un instituto cultural, la sede de los arquitectos y un mall de música.

Es la normalidad alterada. Las veredas y el prado alterado. Los muros alterados. Los movimientos de personas en ese nudo que fue el Metro Baquedano, alterado.

Todo está alterado y un nuevo rayado dice, “hasta que la dignidad se haga costumbre”.

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