20 días, 30 pesos, 30 años, dos candidatos y una Constitución

El gran error de nuestros políticos (y ese error la gente lo castiga) ha sido querer atribuirse como propio cada triunfo electoral. Como que el electorado finalmente abraza su causa como única y verdadera, por cierto en desmedro de la opuesta que para los efectos del sistema imperante, simboliza todo lo malo y perverso de nuestro quehacer político.

Desde que, según Zygmunt Bauman, el mundo se ha puesto líquido, las elecciones han tenido resultados pendulares, ni Chile se convirtió en un país socialista al apoyar la candidatura de Michelle Bachelet ni derechista al elegir a Piñera cuatro años después, en medio de una altísima evaluación de la primera. La gente en realidad no vota, veta.

Pero los partidos políticos, sus élites, están tan alejados de la realidad, que terminan construyendo relatos maximalistas, haciéndonos creer que el electorado, repentina y mágicamente, ha asumido el paquete completo de su ideología.

Parte de los fenómenos que hoy advertimos, y de los que somos parte, es propia de esa modernidad líquida que ha cambiado el eje de la vida cotidiana. Los inconformismos son múltiples y variados, obedecen a lógicas tanto políticas, económicas y sociales, como tecnológicas, valóricas y culturales. No sólo queremos -por ejemplo- mejores pensiones o trabajos más dignos, mejor educación y una sociedad más solidaria, sino también mejores sueldos, más libertades civiles y seguridad ciudadana; queremos a los pueblos originarios integrados pero deploramos la violencia en La Araucanía, no la justificamos; validamos el derecho a manifestarse libremente en la calle pero también pensamos que el orden social es fundamental; creemos necesario hacer profundas reformas a nuestra institucionalidad, sin embargo no queremos desconocer todo lo que el país ha avanzado, al menos en comparación con el vecindario, en casi todos los aspectos medibles sociales y económicos.

El estallido social no era sólo patrimonio de algunos que pretendieron borrar los 30 años de gobiernos de la transición, como se nos hizo creer; no fueron los 30 pesos, pero tampoco fueron esos 30 años para una inmensa mayoría. Fueron muchos más los motivos profundos del porqué los chilenos salieron a protestar, tampoco el contundente triunfo del Apruebo significó que el carácter del cambio constitucional tuviera una sola dirección, de nuevo se equivocaron, como cuando Piñera dijo que en 20 días se había hecho lo que no en 20 años, al inicio de su primer gobierno.

¿Dónde está, entonces, la clave para entender la elección del 19 de diciembre, supuestamente construida desde los opuestos, cuando lo que hacen los candidatos del balotaje es intentar morigerar sus discursos y acercarse a las ideas de los programas más moderados de la primera vuelta?

Sin duda nuestro proceso de modernización ha dejado mucha postergación en el camino, son muchos los temas pendientes en nuestro derrotero político y social. El crecimiento no vino aparejado de mayor justicia social relativa, las desigualdades aumentaron y, pese a los discursos grandilocuentes de uno y otro lado, el país desarrollado que se anunciaba en cada campaña en realidad pareció ser un espejismo útil para las pancartas y las evaluaciones propagandísticas.

Ese supuesto estado de desarrollo se alejaba cada día más dada la estructura social de nuestro país que ni siquiera alcanzaba a corregir una amplia cobertura en la educación escolar y superior. Muchos de nuestros males, sin duda, provienen de una educación pública destruida por una pésima gestión y de una incapacidad de generar oportunidades a los jóvenes. La delincuencia y el narcotráfico en las poblaciones provienen de ese problema y la solución, por cierto, en el largo plazo, no puede ser solo policial.

Pero como nunca la clase política, ensimismada en sus propios intereses, dejó de ver lo esencial, más importante era proteger a su gente instalada en cargos públicos sin importar sus deplorables gestiones, o buscar entre los rostros de la televisión y el espectáculo candidatos que pudieran asegurar votos en desmedro de una cierta ética partidaria y distante de las ideas fundacionales de la respectiva tienda política.

Es cierto que en democracia somos nosotros quienes elegimos a nuestros políticos, por eso tenemos lo que nos merecemos, y por eso también somos finalmente responsables. Sin embargo, la responsabilidad principal la tienen los representantes de la ciudadanía electos y mandatados para ejercer liderazgos e interpretar mejor los avatares de nuestra vida y convivencia. En eso fallamos y en eso han fallado.

El derrotero de este 19 de diciembre nos obliga a actuar con responsabilidad, y a los candidatos pedirles escuchar genuinamente, no sólo a sus huestes maximalistas, sino a la ciudadanía que mayoritariamente quiere paz y democracia al mismo tiempo que reformas profundas de un país tensionado por sus propios errores, su propia soberbia y su propia desidia.

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