A casi 30 años del triunfo del No, algo que decir

Ayer se me pasó el día.  No celebré - como siempre lo hago - el 5 de octubre. Por supuesto no salgo con pancartas. Mi celebración es mucho más personal.

Pero se me pasó el día, ajetreado. Hoy desperté, y busqué en youtube imágenes, videos, y los vi con mis hijas durante el desayuno. ¿Resultado? Obvio.  Me vine prácticamente en trance al trabajo; ida en divagaciones; escuchando las diferentes versiones de “Vuelvo”…Illapu, Intillimani, Santiago del Nuevo Extremo.  Ahora, más calmada, me siento a escribir.

Y claro, a los “nostálgicos del No” se nos critica, porque la Alegría, supuestamente, no llegó.  Y esto es lo que me hace pensar.  ¿Qué ganamos ese día, 5 de octubre?  Uno de los grandes días del mundo moderno, me atrevería a decir.  No fue fácil ganarle a una dictadura, con las urnas y los lápices, en el plebiscito convocado por Pinochet, bajo sus propias reglas. Y hacerlo bien.

Seriamente. Venciendo todo obstáculo, con la verdad, la razón, la integridad. Sin una gota de sangre. Sin violencia. 

Y repito la pregunta , ¿qué ganamos ese día? Obvio, ganamos la democracia. Y claro, pensamos que una vez ganada, se cuidaba sola. Que la legitimidad había sido conquistada.

Pero no fue así. La democracia no llegó el 5 de octubre. Renació. Y lo hizo como una cría humana. Desde su fragilidad. No supimos criarla bien, ni nutrirla, ni enseñarla. No hubo un pecho materno para esta criatura, sino leche envasada, fortificada y a la venta en supermercados; no fue a la escuela con los niños del pueblo, sino que a un colegio particular, pagado, con hijos de la elite; no leyó libros clásicos, sino se hizo adicto a los videojuegos y a Internet. Sé que la metáfora es rara. 

Lo que he querido decir, es que quizás la Alegría del No ha demorado en llegar, porque no hemos sido serios en cuidar de la democracia. Claramente la libertad es su posibilidad de existencia, pero no es lo único. Aparte de ella, se necesita participación, uso del espacio público; pluralismo real,  dispuesto a discutir, debatir y contrastar mi “supuesta verdad”, con las otras; quizás ni siquiera pretender “la verdad”, sino buscar el bien común debiera bastar.

Necesitamos líderes generosos, honestos, valientes y prudentes; pero no será posible entusiasmar a gente de bien, si desde el lado ciudadano usamos nuestro poder, para denostar, criticar sin piedad, difamar.

Debemos transfundir a nuestra democracia, de miles de votos, que acudan a las elecciones, y así legitimen a quienes dirigen el país y hacen nuestras leyes.

Debemos seguir recuperando la educación pública, pero más que eso, lo público dentro de toda aula.  Para que todos los niños sepan de educación cívica, del concepto de Bien Común.

Y luego en centros de formación técnica y universidades, conceptos de ética ciudadana y empresarial; escuelas de formación política y comunitaria; necesitamos juntas de vecinos convocantes y vinculantes; sindicatos y partidos políticos con gestión, finanzas y organigramas, conocidos y validados por sus miembros, profundamente democráticos en su ejercicio del poder; un Estado serio y eficiente, con creciente profesionalización y transparencia.

¡Harto qué hacer! Y me queda claro por qué no volveré a repetir que la Alegría no llegó el 5 de octubre, había que salir a buscarla. 

Ahora, el que crea que nada de lo que he dicho, lo compete o lo compromete, ese podrá seguir buscando al culpable de nuestra tristeza. 

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