¿Acaso no vivimos ya en la Jungla?

Mucho se ha estado hablando, y con razón, respecto al accionar paramilitar del Comando Jungla, cuerpo especializado al parecer en Colombia, en estrategias represivas  y que terminó con la muerte  de un joven comunero mapuche que iba  desarmado, sobre un tractor y en compañía de un niño.  Por cierto, continuando prácticas heredadas del régimen dictatorial cívico-militar, encabezado por A. Pinochet,  la policía uniformada dio una versión falsa de los hechos. ¿Para qué? Bueno pues para hacerlo aparecer como un “enfrentamiento”.

¿Le recuerda algo? Bueno eso dependerá de si usted vivió  en aquellos oscuros años en el país, los vivió fuera o exiliado, o no había nacido aún,  pero es un hombre o una mujer enterada.

Un “legado” de los más nefastos que hemos recibido en esta transición que no termina nunca, es justamente la exagerada autonomía del factor policial-militar  y un cúmulo de malas prácticas, que se originan en el acceso al poder total que tuvieron aquellos militares, policías y sus socios civiles, durante 17 años en el país. 

Años en que  la  mentira y la impunidad cómplice era uno de los sellos de su  cotidiano  accionar.  

Ahora bien, cuando uno consulta el diccionario, “jungla” aparece como un término  referido a una vegetación abundante, frondosa, intrincada, selvática. Sin embargo, que se sepa, no hay tal “jungla” en la Araucanía. Claro, hay bosques, árboles milenarios, animales, sembrados, pero una selva propiamente tal, ¿? 

Quizá podríamos extender el uso de ese vocablo y usarlo como una metáfora del resultado social que ha implicado para Chile (y otros países también) la imposición del neoliberalismo globalizado. Usted pensará, lector/lectora,  pero ¿en qué sentido?

Pues en algo que hemos experimentado y observado  día a día  bajo diferentes formatos: la liquidación  del lazo social, de los vínculos y convivencia comunitaria, basada en la creencia en ciertos valores y actitudes compartidas que no se transan a cualquier precio y que forman ciertas sedimentaciones históricas.

La lógica del capitalismo financiero global y neoliberal necesita liquidar los sentidos de pertenencia comunitarios y sus valores de base, necesita disecarlos y disolverlos.

¿Para qué? Pues para no dejar subsistir otro tipo de vínculos entre los humanos que “el frío interés, el duro pago al “contado”. Para poder hacer de la dignidad humana “un simple valor de cambio”. Al mismo tiempo, le importa barrer con los valores del común y del sentido de lo público-colectivo.

Lo que hace es imponer una visión narcisista del individuo  autocentrado, egoísta, ocupado con sus  pequeños éxitos, logros, su poder, su dinero, sus intereses, sus vacaciones, su casita, sus méritos.

El pequeño problema  es que todos los individuos pretenden hacer lo mismo. Por tanto, tenemos   la competencia de todos contra todos por el “logro”.  Los logros son “triunfos” individuales. Cada cual se salva a si mismo y los suyos, como puede. 

El actual capitalismo globalizado se ha nihilizado. No existe la justicia social.  Tampoco la fraternidad o la igualdad. Lo único que queda en pie es el cálculo costo-beneficio, ganancias/pérdidas. No hay tiempo para cuestionarse el sentido del orden en que vivimos hoy, sus valoraciones, sus finalidades.

La realidad y la sociedad se desvanecen, sólo queda en pie la lógica de mercado y de la propiedad. 

Por eso, no hay sociedad, decía la Thatcher. Tampoco  hay alternativas,  agregaba. Todo ello ha traído consigo nuevas desigualdades; nuevas formas de violencia social  y discriminaciones; fobias; racismo; agresividad;  malestar; privatización del bien común, fragmentación del social-colectivo.  Como bien lo dice el médico psiquiatra  José Luis Padilla, la calidad de  vida depende también  de  cómo se contemple el mundo.

Si se lo hace con generosidad, sociabilidad, con compromiso, con ayuda mutua, aparece un mundo maravilloso. En cambio, si lo contemplo para dominarlo, para conquistarlo, para ser un triunfador (…) el mundo se me convierte en una guerra.  Por eso insiste  en que vivimos en un estado de guerra.

Quien dice Estado de guerra, dice violencia latente diseminada en todo el tejido institucional y su accionar.  

Claro, hay  las que llamamos propiamente guerras, con armas y bombas,  pero ahora  también la vida cotidiana  - gracias al “libre” mercado -   se vuelve un estado de guerra permanente de todos contra todos.  

Con  razón  ejemplifica esto el médico citado,  mencionando que  nos basta con  manejar por una autopista o por la ciudad para darnos cuenta de eso. Es decir, de la agresividad y el stress en que estamos sumidos.  

Y cuando estamos en esto, estimado lector y lectora,  entonces quiere decir que el neoliberalismo ha impuesto la  “ley” de la selva, es decir, la jungla,  como forma de vida y “orden” legalizada por supuesto (es una selva “ordenada”). 

Una selva en la cual hay que luchar por sobrevivir a como dé lugar: astutamente, corruptamente, mentirosamente. Cuando se desvanece la sociedad y  no hay sentido de lo común compartible y valorable, entonces solo queda en pie el orden vía represión y autoritarismo. 

El uso de la violencia represiva es el arma  de las elites de poder cuando hay pueblos, comunidades, etnias, movimientos o partidos  que rechazan vivir como en la jungla. Que afirman que hay un más allá de este capitalismo neoliberal, depredador y decadente.

¿Será  por todo esto que la razón de Estado ha bautizado ese grupo paramilitar, como  “Comando Jungla?”  

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