Avanzar sin soberbia ni fatalismo

Al inicio de semana, hubo noticias que dañaron aún más el prestigio de la elite política ante el país. Ellas fueron las denuncias sobre presuntos sobornos para conseguir permisos de la empresa Latam en Argentina, cuyo proceso indagatorio afectaría al ex Presidente chileno, Sebastián Piñera y, la decisión de la Contraloría de invalidar la legalidad de pensiones millonarias otorgadas en Gendarmería, por no cumplir con las exigencias requeridas.

Sin embargo, el mensaje presidencial del día martes, convocando a un Acuerdo Nacional para reformar el actual sistema de pensiones y avanzar en la formación de un auténtico sistema mixto, con un pilar solidario de financiamiento tripartito, se constituyó en un factor que centralizó la agenda pública del país.

Con ello se confirma que una de las tensiones fundamentales que viven los hogares chilenos, es la creada por la jubilación escasa e indigna, que no permite tener las condiciones básicas que se esperan después de una vida de trabajo. Se reafirma que la dura sombra de la desigualdad social es el mayor factor de malestar en el país, que crece por la corrupción y el deterioro de la democracia.

En consecuencia, aunque ocurre que las instituciones funcionan, el descrédito de la política es un hecho, al punto que se ha llegado a decir que se ha configurado una crisis institucional en Chile. No hago mía esa tesis tan grave, pero no cabe duda que atravesamos una etapa de fuerte desconfianza hacia el sistema político, los partidos, parlamentarios y autoridades del país, tanto en el gobierno como en la oposición.

Hay que asumir la desaprobación al gobierno como una realidad que se debe rectificar. Ante ello no es sostenible que la centralidad política que esa tarea necesita, esté ausente de la preocupación de un conjunto de nuevas figuras, cuyo tono de castigo a la diferencia olvida que para dar permanencia en el tiempo a los cambios que un bloque o coalición puede propiciar, hay que tener mayorías que los hagan posible y eso exige diálogo y acuerdo en la diversidad, por que los resultados fecundos y permanentes que se buscan tienen a las mayorías sociales como destinatario y no sólo a un puñado selecto de iluminados.

Ante las dificultades no es solución un discurso soberbio, que llega a afirmar que el país está "esquizofrénico", porque Lagos y Piñera son más valorados en las encuestas para disputar en segunda vuelta la futura elección Presidencial. O sea, se pasa del triunfalismo al fatalismo con mucha facilidad. Hay muchos bandazos en el discurso que suena más mediático y apasionado.

En todo caso, una visión fatalista que ve todo malo y que la causa de las reformas está perdida tampoco es el camino. El estado de cosas no es el deseable, pero Chile no está hundido ni quebrado. Se requiere corregir. Ahora bien, que es lo que debiera ser rectificado o reevaluado?

Hay que superar el sectarismo y los criterios estrechos y de grupo que se convierten en posiciones mesiánicas. Ningún protagonista de la situación es infalible y puede sentirse dueño absoluto de la verdad.

Ahora se presenta una situación que, creada al calor de la protesta por los abusos de las AFP, debe concretarse en resoluciones eficaces impulsadas desde el sistema político que generando reformas concretas y palpables hagan frente a lo esencial: frenar drásticamente los abusos y mejorar el sistema de pensiones. Esas medidas pueden llegar a contener el descrédito de la política que, por momentos, ha aparecido como definitivo e irrecuperable.

Con tal propósito, hay que reponer la unidad del bloque de gobierno. Este requiere un entendimiento básico pero urgente para superar una situación desfavorable. No se trata sólo de una cuestión de buen trato cívico, sino que de la conciencia de la responsabilidad de gobernar que asumieron aquellos que pidieron el respaldo ciudadano para asumir las tareas de gobierno.

Luego, hay que redefinir las reformas de forma que estas tengan un apoyo, aunque sea mínimo, no puede ser que ideas que en su momento tuvieron un respaldo que no era unánime, pero si ampliamente mayoritario, como la reforma de la Educación Superior, al momento de ser concretadas en proyectos de ley la redacción de las mismas concite un desacuerdo total. No puede ser. Hay que retomar el diálogo.

Cuando se habla de rehacer puntos de encuentro que permitan avanzar, hay que subrayar que el diálogo no es sólo con los amigos y adherentes. La tarea de gobernar es una misión que abarca y cubre el país en su conjunto y no se reduce a los que aplauden. Hay un desprecio y un menoscabo al proceso de toma de acuerdos, que obliga a acercar puntos de vista que son diversos, que es propio de la democracia.

Hay que hablar y dialogar sin temor y sin someterse a la coacción de los que se sienten únicos depositarios de la verdad, lo que no puede pasar es que se cree una realidad absurda, en que el conjunto de los interesados estén en contra de una iniciativa, de las principales del gobierno. O sea, mejorar la gestión política en el trámite legislativo es apremiante.

Los problemas son más amplios y no se circunscriben al tema de los "anti", ni anti PC, ni ante DC, ni anti PS, la falla está en otro punto del camino, en el daño de la visión refundacional y la ausencia de gradualidad en las reformas que pasaron a ser factores determinantes de la situación de desorden y confusión que se había generado. Los que despreciaban el valor de la política, una vez más, han quedado desautorizados.

Los que juegan a ser radicalizados y se ponen siempre más a la izquierda de la izquierda, al final sucumben en sus propias tempestades, porque una vez que reina la confusión o el desorden, no cabe sino a las fuerzas políticas responsables, las que tienen generaciones de luchadores que las han sostenido, que al calor de luchas arduas y duras formaron una visión de país, esas son las que finalmente, sin exclusiones a priori, resultan ser convocadas a tomar las grandes decisiones para asegurar la marcha y garantizar la gobernabilidad democrática de la nación chilena. 

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