Aylwin, la cúpula de nuestra centro-derecha

Ismael Llona
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Don Patricio Aylwin Azócar fue, ante todo, un hombre de derecho.

Un hombre de derecho y de centro-derecha.

Un hombre de derecho, hijo de un Presidente de la Corte Suprema a quien reverenciaba, abogado y profesor universitario de derecho, conocedor de la ley, a la que respetaba y bien intencionadamente apuntaba a reformar (guiado por una sensibilidad social católica militante), no podía ser un izquierdista, ni de verdad un centroizquierdista, en los duros avatares del último medio siglo.

Tal como era, en la antigua república, aspiró siempre, no como Frei Montalva o Radomiro Tomic, no a La Moneda sino a la Rectoría de la Universidad de Chile. Fue profesor de Educación Cívica en el Instituto Nacional y en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. Alumnos suyos fueron, entre otros, Ricardo Lagos y Jorge Arrate, Marco Antonio Roca, Luis Maira y Francisco Fernández, Juan Enrique Vega y Jorge Donoso Pacheco y, modestamente, entre otros el que escribe.

Como todo hombre de derecho abominaba del comunismo, su doctrina (la más anti derecho en el mundo capitalista chileno, y su mundo, el de la URSS) y tendía a tener alianzas con la derecha, primero civil, luego militar, no para prohibirlo y excluirlo sino para detenerlo, finalmente al precio que, desgraciadamente, hubiera que pagar, ojalá el menor.

Esa visión lo llevó a ocupar cargos de importancia a la derecha de Frei Montalva en su partido, junto a Juan de Dios Carmona desde 1960 a 1973. Nunca dejó de estar, en la DC de esos años, en el lado opuesto al de Rafael Agustín Gumucio, Julio Silva, Alberto Jerez, Jorge Cash y en una postura distante de la vanguardista de Jaime Castillo, Héctor Valenzuela Valderrama, Bosco Parra y la juventud de los años sesenta.

Fue un serio centro-derechista, no puedo decir desgraciadamente un demócrata, por su conducta pública en los albores de septiembre de 1973 y en los tiempos inmediatos al nacimiento de la dictadura, tal vez el segundo más destacado de este medio siglo, después de Eduardo Frei Montalva.

No dejó por eso de asumir por momentos posiciones rupturitas: se jugó por la reforma constitucional que posibilitó y facilitó la reforma agraria, apoyó la chilenización del cobre y en los años noventa reiteró en más de una oportunidad su crítica a “la crueldad del mercado”.

Fue candidato presidencial en 1990, por su historia, su gran labor en la campaña del NO, su triunfo interno sobre Valdés y Frei Ruiz Tagle y su cariz precisamente de centro-derechista en una alianza que debía enfrentar a la derecha pinochetista encabezada por el director de Soquimich, Hernán Büchi.

Fue muy cuidadoso en nombrar sus ministros claves en La Moneda: Enrique Krauss, Enrique Correa y Edgardo Boeninger. Krauss provenía del centro de la DC, Correa (salido hacía poco de la clandestinidad había sido el más destacado a su izquierda en el NO) y Boeninger provenía de una centro derecha más a la derecha que la suya.

La economía del país nunca creció más que en esos años y el PIB casi se duplicó. Pinochet (y Büchi) dejó el per cápita en 2.800 dólares (menos que el actual de Bolivia) y a fines de Aylwin era de casi 5.000. Disminuyó la pobreza pero se mantuvo la desigualdad, no se iniciaron reformas estructurales y se guardó con las FFAA un tambaleante equilibrio de poderes. El pinochetismo era más de un tercio de la población y tenía el monopolio de las armas y el poder inmovilizador en el Congreso. Aylwin trató paternalmente a Pinochet mientras sus tres ministros de La Moneda trataban con Ballerino y otros altos mandos la supervivencia del proceso democratizador.

Aylwin fue el hombre para salir en transición de una dictadura que casi pulverizó a la izquierda, desnacionalizó el país y nunca se sintió realmente amenazada por el militarismo del MIR o del PC.

Aquí no hubo una derrota estratégica de las fuerzas del capitalismo criollo. Tampoco un triunfo político-militar de las fuerzas antidictatoriales. Y en el plebiscito de 1988 el dictador alcanzó el 44 por ciento de los votos.

Hubo debilidades en la transición, por cierto, como lo había habido en la derrota de Pinochet que lo hizo salir de La Moneda, pero esas debilidades fueron menores que las de sus críticos izquierdistas: el Frente Patriótico fue derrotado y Gladys Marín alcanzó el 3,19 de los votos cuando el PC la levantó como candidata presidencial en 1999, once años después del NO, en una elección con muy baja abstención.

Aylwin pasó a la historia antes de morir. Está entre los cinco presidentes más destacados del siglo veinte: Arturo Alessandri, Carlos Ibáñez, Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende.

Fue clave en el aparataje político que dio el vamos al golpe de Pinochet y al éxito de la política de Nixon y Kissinger en Chile. Fue importante en la unidad antifascista de la segunda parte de los ochenta. Y fue mayoría absoluta cuando fue elegido como el primer Presidente del proceso democratizador pos dictadura, que aún no culmina.

Aunque alguna vez admitió que la postura, en la DC, de los pocos críticos al golpe fue mejor que la suya, nunca fue capaz de hacerse una verdadera autocrítica y sus lágrimas al dar a conocer el Informe Retigg fueron impactantes.

La historia lo podrá calificar mejor que lo que hoy podemos sus casi contemporáneos.

Su muerte ha conmovido a muchos amigos demócratas cristianos. A ellos extiendo mi sentido pésame.

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