Calle, ciudadanía y memorias de la pos dictadura

El presente año no ha pasado inadvertida la relevancia de la Memoria y la historia del tiempo reciente en el periodo que comprende la dictadura militar de Augusto Pinochet (1973-1990). Basta recordar el acalorado debate que desencadenó la exhibición “Hijos de la Libertad” al posicionar la figura de Pinochet en el Museo Histórico Nacional, situando su imagen en pleno corazón de Santiago.

Misma situación aconteció ante los dichos del efímero ministro de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Mauricio Rojas, quien años atrás había manifestado que el Museo de la Memoria consiste en un montaje, una historia manipulada que buscaba dejar estupefacto a los espectadores.

A tres décadas del plebiscito que destituyó al dictador, no basta con recordar el referéndum como episodio aislado, también es importante poner en perspectiva la lucha por la reconstrucción de los espacios de manifestación pública que la dictadura nos había arrebatado.

Incluso, queda la sensación que la actual coyuntura conmemorativa soslayó la reflexión respecto a cómo nos hacemos cargo de nuestra historia reciente, a fin de proyectar una ciudadanía comprometida con la defensa de la democracia y la libertad social y, que su vez, sea capaz de repudiar atropellos y violaciones a los derechos humanos en el tiempo presente.

El pasado 5 de octubre los partidos de gobierno como de oposición celebraron de manera conjunta la versión histórica oficial acerca del restablecimiento de la democracia.

No obstante, en Santiago y en las principales ciudades regionales la conmemoración ciudadana fue más bien contenida y distante respecto a los discursos que pretenden glorificar el retorno de la democracia. 

El sociólogo Tomás Moulian señaló que la transición compareció desde el blanqueo y el consenso político con el fin de solidificar el “Chile Modelo” de los 90’, dejando a su haber una sensación de deuda social ante una alegría que finalmente giró hacia la política de consensos, pactos y omisiones.

¿Es posible entonces conmemorar una  transición cargada de amarres políticos, impunidad para los genocidas y perpetuación del modelo económico neoliberal?

Me inclino a pensar que la transición devenida en mitología política no solo fracturó la confianza ciudadana, sino que también, ha implicado la conformación de su propio locus de memoria.

La vinculación con el triunfo del NO es más que el plebiscito, también obedece a las continuas jornadas de protestas callejeras de los 80’, protagonizadas por un movimiento social que fue capaz de restablecer los espacios de disentimiento civil a lo largo de todo Chile hasta, finalmente, poner en jaque a la dictadura militar.

El historiador Karl Schlögel sostiene que las experiencias de memorialización, deben dar cuenta de la espacialidad de la Historia con el objeto de producir espacios de co-presencia social. 

En otras palabras, propone retomar el valor del espacio público ciudadano, como por ejemplo las calles y los lugares de manifestación multitudinaria, en tanto lugares donde suceden eventos que transforman nuestra historia reciente.

Precisamente, la calle es el lugar de manifestación pública por excelencia, donde la ciudadanía ejerce aquella libertad que, en palabras del filósofo Humberto Giannini, ha sido conquistada no solo en la calle, sino que además para ella.

 A 30 años del triunfo del NO, es preciso entonces apuntalar el lugar de la Memoria sobre la protesta social no solo circunscribiéndola al plebiscito, con el objeto de situar su rol acerca del devenir histórico de Chile.

He ahí el valor de la calle como espacio de manifestación y como catalizador de memorias ciudadanas que, a contrapelo de la oficialidad conmemorativa, deben irrumpir con más fuerza en la vida pública.

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