Candidatura de Guillier

La proclamación de la candidatura de Alejandro Guillier a la presidencia de la República, realizada el 7 de enero, no deja de ser un eslabón de más de lo mismo. Un cazabobos repetido hasta el cansancio por los dirigentes políticos, pero que da buenos resultados en las febles conciencias de un sector (no menor) de la ciudadanía.

Las promesas de Guillier son las mismas que por décadas han venido repitiendo los candidatos en tiempos de elecciones y que jamás cumplen si son electos. Libreto repetido hasta la saciedad. Lo mismo ocurre con las declaraciones de los personajes del mundo político y cultural que asistieron a la proclamación en apoyo del candidato, que además consideran representante de la centroizquierda (o izquierda) y continuador del legado de la Nueva Mayoría. Ser de Izquierda no tiene nada que ver con este señor ni con el gobierno de Michelle Bachelet.

En honor a la verdad, debemos decir que Alejandro Guillier no se diferencia en nada, salvo en superficialidades, del resto de candidatos de la Nueva Mayoría o de la derecha. Todos los partidos políticos apuntan a lo mismo: administrar el botín llamado Estado en su propio beneficio. Y para lograrlo no escatiman en mentiras y distorsiones de la realidad. Tomo como ejemplo las declaraciones del secretario general del Partido Comunista Juan Andrés Lagos, un ex mapucista (imagínense), que ha expresado que el candidato Guillier “garantiza la unidad y la continuidad de las reformas”.

¿Unidad de qué? ¿De un grupo de partidos que usa el Estado como bolsa de trabajo para sus familiares y amigos devotos, gestión que aprendieron muy bien de sus colegas de la derecha? ¿Continuidad de qué? ¿De reformas que jamás han sido reformas?

¿Continuidad de legisladores que sólo legislan para aumentar la riqueza de los ricos? Alejandro Guillier es un candidato más del sistema, como Lagos Escobar, Piñera, Ossandón, Kast, Insulza, Enríquez-Ominami, los que rivalizan de manera ficticia en períodos de elecciones. Ninguno de ellos desea cambiar las bases económicas ni la estructura política-administrativa del país, que es verdaderamente por donde pasaría un cambio real en beneficio de los trabajadores, productores de la riqueza pero que a cambio solamente reciben migajas.

La candidatura de Guillier (y del resto) sólo viene a ratificar una tradición instaurada en Chile en 1830 tras la traición al Tratado de Ochagavía por el general José Joaquín Prieto y Diego Portales, dos de los personajes más funestos de la historia de Chile. De ellos son herederos los políticos de la Nueva Mayoría y de la derecha. Los caminos que conducen a la democracia y a la libertad, van por otras sendas.

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