Carta a Byron

Cambio tu nombre, querido Byron, porque no sé bien si quieres que aparezca aquí. No te lo pregunté. En el Paseo Ahumada con la Alameda no pude contener la emoción al verte con el torso desnudo y los ojos cubiertos con una venda. Tu presencia convocaba al abrazo y, como muchos transeúntes de un centro irritado por los 34 grados de calor que se sumaban a la furia del país, te abracé. “Todo va a salir bien”, fue lo que dijiste. Y no pude menos que asentir, “Todo va a salir bien”. Fue un abrazo prolongado y era difícil contener las lágrimas.

Un poco más allá un piquete de carabineros de Fuerzas Especiales. Algunos con ojos descubiertos y otros con gafas para el sol. Aunque sus ojos no presentaban lesiones, evadían mi mirada, la de un mero transeúnte. Marcaban sus fronteras, se separaban de quienes entendían como sus potenciales enemigos, nosotras y nosotros transeúntes. En cambio, tú y tu compañero, privados de visión, invitaban al encuentro. “Todo va a salir bien”.

 Byron, desperté en la mañana de este día, con un político delirante que hablaba de aquel “fatídico viernes 18 de octubre, donde se inició, la delincuencia, el saqueo y todo lo que vimos”. Comprenderás, Byron, que el señor de quien hablo, tiene su vista intacta. Mira por aquí y por allá pero, de ver, no ve nada. Asegura que la violencia es lo único que nos debiera preocupar.

“Pienso,” sigue el hombre, “que Carabineros de Chile debe sentir el apoyo de la sociedad”. Estos señores, como tu bien lo sabes Byron, siempre usan la palabra debe y siempre piensan que los que deben no son ellos.

Este vidente de última hora agrega, Byron, que aquí hay una “privatización de la violencia que no deja vivir a la gente en paz”. Y aquí pareciéramos estar de acuerdo con quien mira en vano.

Desde que se privatizaron los fondos de pensiones, la educación, la salud, el agua, las riquezas del subsuelo, la explotación de los bosques, y, sobre todo, el mar de Chile, donde el político en cuestión no sólo ha sido protagonista sino que también se había felicitado a sí mismo de coincidir con el Mandatario al discutir la ley de pesca.

 Se felicitó a si mismo.  A esta hora el hombre debe hincharse de orgullo con su apoyo irrestricto al orden, ese orden que solo conviene a él y al uno por ciento de nuestra patria.

Orden que garantiza, Byron, el agua a la gran minería y a los exportadores de palta, a aquellos que tomaron para si la riqueza forestal del país y la convirtieron en pulpa de papel, a aquellos constructores de fortuna que saquearon - casi al mismo tiempo - las ciudades de Lima y Tacna, las tierras mapuche y los mares y tierras de los habitantes australes de nuestro continente.

Desde que todo se privatizó en un acto de violencia ilegítima - generado desde un Estado armado de corvos con las complicidades de muchos - es que el país no ha podido vivir en paz, no ha podido ni enfermar en paz, ni morir en paz, ni envejecer en paz, ni cultivar en paz, ni pescar en paz.

Para ellos, Byron, lo único que vale es el orden de los mausoleos en que viven. Apoyan a la fuerza policial y en la intimidad de sus hogares se regocijan de vivir en los extramuros de la ciudad, en Los Trapenses, donde sea. Allí, lejos del pueblo. Se celebran y se felicitan a sí mismos. Tus ojos, Byron, tus ojos heridos, no les importan, pero ellos no ven, no quieren ver, prefieren no ver, porque ver para ellos es saberse usurpadores de la vida de los demás.

Las cuadrillas de carabineros, déjame llamarlas así Byron, miran mucho y ven poco. No alcanzan a divisar lo que a ellas mueve: trabajadores de la represión, Byron. Obreros de una obra ajena, de aquella que les hace descargar sus balines contra los ojos de quienes que ven.

“Todo va a salir bien”, Byron. “Todo”. Mientras nos abracemos, todo va a salir bien.  Todo mientras sigamos viendo lo que otros prefieren mirar sin comprender.       

 

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