Chile y la solidaridad ¿camino posible?

El Siglo XXI nos demanda desarrollar una política con visión de futuro que permita anticipar, en un escenario complejo y dinámico, tanto los problemas como las oportunidades emergentes. Sobre todo desde la dimensión política y política-estratégica. En este sentido, las etiquetas partidarias de izquierda o derecha no responden al sentido de la política actual.

Al respecto, no sólo encontramos evidencia en Francia, sino en la constatación de cambios paradigmáticos en las sociedades contemporáneas, que nos llevan a entender como anacrónicas las discusiones que aún mantienen los partidos entre la(s) derechas e izquierda (s).

Sí, es traumático, ya que con ello el mundo político pierde referencia y tiende a estar perplejo en la nueva realidad. ¿Cómo adaptarse a las nuevas sociedades? Sobre todo, sin perder el sentido político y doctrinario que mueve a las fuerzas políticas.

En una peor confusión que la de los partidos políticos, se encuentra la estructura orgánica del país. Aunque de esto se habló menos en las propuestas programáticas de los que fueron candidatos a la Presidencia, es evidente la relevancia que tiene la crisis de las instituciones de la República, a raíz de descrédito en que se encuentran. ¡Esto constituye un riesgo relevante a la convivencia democrática!

Las causas a lo señalado son variadas, y van desde lo anacrónico de algunas de las instituciones en su forma y fondo, hasta la escasez de servidores públicos y, lo más notorio, la falta de testimonios de coherencia en el pensamiento y acción de quienes hoy detentan los distintos ámbitos de poder en la sociedad. Ello ha impactado en los niveles de desconfianza hacia las instituciones en general y condicionado las relaciones interpersonales.

Lo señalado exacerba aún más el individualismo, porque al no creer en el otro, mejor me refugio en mi interés particular.

Si todos se coluden, si se opta por operadores políticos y no por funcionarios públicos, la diferencia está en que los primeros tienen el interés de aumentar el poder de los partidos, mientras los segundos se deben a los ciudadanos; si no se respetan las ideologías en cuanto hay oportunidad de negocios; si los representantes de la ciudadanía tienden hacer leyes que los privilegian; si la meritocracia no es más que una discurso falso al momento de la asignación en los cargos; si el Servicio de Impuestos Internos persigue básicamente a quienes no tienen poder relevante, mientras que no investiga por razones políticas a quienes evadieron impuestos para financiar la política; entre otras razones más, la realidad es que mejor me cuido yo mismo. ¡Nadie más lo hará por mí!

Al respecto, en una situación como la descrita, las inequidades sociales deben abordarse desde la creación de comunidad.

No se enfrentan las carencias materiales, morales y/o sociales con programas desconectados de una mirada integral.

En tal sentido, resulta primordial la solidaridad como un pilar de nuestra convivencia, que por un lado, mitigue el individualismo exacerbado en el que vivimos, y por otro, nos conduzca en un camino más afectuoso, en el cual la crispación o conflicto social no sea el camino del progreso. Ello por supuesto requiere de un componente moral, de otro modo la solidaridad es sólo poesía.

En efecto, desde la perspectiva de la solidaridad, faltan liderazgos que busquen transformaciones radicales en nuestras relaciones sociales, pero desde el afecto. Este es el único camino a la confianza y el verdadero futuro en común.

Actualmente observamos como los sistemas de creencias y valores están cuestionados por importantes fuerzas pragmáticas y eficientistas que, desde la política, intentan decodificar lo que la gente quiere o los individuos demandan.

Así la democracia se tiende a desligar de responsabilidad, pero además esa discusión resulta estéril, aunque en el corto plazo traiga réditos electorales, puesto que no construye sociedad.

La falta de propósito comunitario nos ha conducido a un escenario con poco testimonio de vida, menor comprensión de las causas del sufrimiento en soledad, ya sea por carencias materiales y del alma. Hemos tendido a licuar las propuestas o visiones de país. 

El denominado político profesional, aquel que con experticia intenta contestar los desafíos nacionales, no presenta horizontes comunes y colectivos, ni menos valores. Sólo argumenta desde “un legítimo” interés por poseer poder y representar a mayorías que no conoce, que no quiere, principalmente porque no se involucra afectivamente.

En un mundo global cambiante y contradictorio como el actual, se requiere convicción, plan de acción y consistencia para ejecutarlo, pero por sobre todo una identidad solidaria, lo que está estrechamente vinculado con una actitud abierta al otro, al diálogo, a la comprensión y la trascendencia. Es decir, a una manera de ser y hacer en disposición al otro, al desheredado, al marginado, al prójimo. 

La aspiración de la solidaridad es acercarse lo más posible a un orden justo, ¿pero cómo sabremos cuando nos encaminamos a él?... bueno. Eso no es solamente a través de la métrica o comparada, sino más bien cuando nuestro corazón está al servicio de los que sufren, por tanto es una cuestión primeramente de un raciocinio moral. 

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