Chivo expiatorio

El constituyente Rojas Vade acaba de señalar, en una declaración pública, que no ha cometido delito sino una equivocación y error grave. Y tiene razón. Sin embargo, esto no es necesariamente algo que los atempere.

Para esto es preciso distinguir entre daño y delito. Como lo señala la feminista e intelectual argentina Florencia Anglietta; aquel, a veces, puede ser más devastador incluso que el segundo. El daño es aquello frente a lo cual no hay formas de protección estatal aseguradas, ya que puede exceder el lenguaje de la ley; mientras que el delito, es sobre lo que el Estado sí puede y debe garantizar protección.

No es casual entonces la perplejidad de la reacción de la propia convención, una vez hecha la confesión inicial de Rojas Vade. Y donde finalmente se optó por poner los antecedentes ante la justicia, para determinar si existen eventuales faltas. Por lo tanto, deslindar delito, de equivocación o error grave, no es proporcional a los efectos del daño causado. Por otra parte, todo lo anterior resultó develado por una de las acciones de autodefensa de la democracia, como lo es una prensa que más bien fastidie al poder, antes que lo perfume.

Los alcances políticos de sus efectos pueden ser diversos. Pero el campo de la política es justamente un terreno de lucha de sentidos e interpretaciones, y del efecto performativo que puedan producir estos.

Un daño permanente, para él y nosotros, sería que transformáramos a Rojas Vade en un chivo expiatorio. Es decir, donde depositáramos todo lo abyecto y corrosivo que rechazamos y no admitimos. Como si no tuviera que ver con nada ni nadie más. Menos con nosotros. Cuando más bien debiera también confrontarnos, en algún sentido, con nuestras propias certezas y hábitos.

Vivimos una época que es interpelada, pero con prácticas e imaginaciones que también están atravesadas por esa misma época, en una operación que siempre es bivalente. Él ha dicho que su "grave error" fue haber disfrazado su real dolencia, debido al estigma social que no se atrevió a enfrentar. Poco sabemos en realidad, más que conjeturas, sobre cual es ese verdadero padecimiento. Sin embargo, llama la atención ese pudor en alguien que enarboló la radicalidad sin mediaciones.

Más bien parece, a la luz de los hechos, la escenificación de un cierto guion: la impugnación de un ciclo político y sus actores. Donde los detalles, como en una performance cualquiera, tenían tanta prolijidad como el discurso mismo. Y en este caso, además, para conseguir el aplauso y el reconocimiento. De hecho este fue el principal soporte de su campaña como constituyente.

¿Pero no es esto, la lucha por el éxito y la fama a toda costa, tan propia del individualismo y los patrones culturales hegemónicos? A eso se refería Zizek, el filósofo esloveno, más allá del caso en cuestión, cuando advertía que mucho del antineoliberalismo radical está preñado de neoliberalismo.

Por eso tan importante como consignar el daño es hacerlo con lo rehabilitador. Para él mismo y para nosotros. Desmontar una ilusión puede ser una fortaleza de la democracia, si somos capaces de revisar las propias. Al fin de cuentas, lo épico es no inventarse épicas artificiales, sino poder sostenerse entre las ilusiones y las decepciones.

De alguna manera somos todos también Rojas Vade.

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