Con unidad todo funciona

Quien se niegue a un acuerdo parlamentario en la Nueva Mayoría, significa que ha desechado la posibilidad de ganar la campaña presidencial. He pensado en cómo se puede decir lo anterior de un modo que no queden dudas. Al final me guié por una frase de la última novela del español José Luis Correa, cuando un personaje dice: “Siempre he creído que el camino más corto entre dos puntos no es la línea recta. Es la verdad”.

Habría que agregar también que dar por perdida la campaña presidencial es una tontería tal que nadie la podría reconocer en público. Si en su tiempo hubiéramos empleado esta mentalidad de comercio minorista, Pinochet nos hubiera derrotado. Pero hay que ir por partes.

Supongamos que la decisión de la Junta Demócrata Cristiana, de llevar como candidata a primera vuelta a Carolina Goic, haya significado un golpe inesperado a sus socios de coalición. Se ha hablado, incluso, del término de un ciclo político. Algo parecido a lo que se pensó en la Falange cuando el PS decidió no respaldar la candidatura de Ricardo Lagos. Es decir, una decisión de gran magnitud. Se explica el impacto. Es lo inédito que algo como llegar con más de un candidato a primera vuelta ha acontecido en la centroizquierda.

Sin embargo, lo peor es no encontrar un cauce para lograr la unidad, y agravándolo todo, declarar la unidad como imposible. Con esto nada se gana y, además, no resulta una posición sostenible en el tiempo. Esto por cuatro razones.

En primer lugar, la falta de acuerdo afecta fuertemente las posibilidades de triunfo presidencial. Quien se apresta a gobernar destaca su programa de acción. Si en su sector se dan a conocer otros programas, busca desde el inicio los puntos de convergencia. Esta búsqueda arriba a una agenda legislativa que expresa una confluencia básica de propósitos la que, a su vez, permite concretar los grandes avances que se ofrecen al país.

Es la identificación de esta convergencia de propósitos lo que justifica la formación de una mayoría parlamentaria. Y es la necesidad de contar con amplio respaldo lo que se decanta en poner el bien común por sobre las diferencias e intereses presidenciales. Ninguna otra forma de proceder resulta coherente para los ciudadanos.

Consultado un candidato presidencial de la centroizquierda por el comportamiento del otro en segunda vuelta, obviamente no puede tener una respuesta distinta que estar seguro del respaldo pleno, como corresponde a aliados. Pero si eso no se expresa desde ahora en un pacto parlamentario, entonces no tendrá como hacer verosímil su afirmación. De inmediato recibirá la réplica periodista: “Si se van a apoyar al final, ¿por qué no han expresado este acuerdo desde el principio, al menos en lo parlamentario?”, y aquí cualquier respuesta sonará vacía de significado: el que no puede lo menos, no puede lo más.

Usar el procedimiento de ir de pelea en pelea hasta el armonioso acuerdo final, es un completo desatino. No se tiene un apoyo parlamentario para la primera vuelta sino para cuatro años. Pensar a tan poca distancia demostraría que asegurar la gobernabilidad en la próxima gestión es en lo menos que se está pensando, es decir que no se cree en el triunfo.

En segundo lugar, si no se llega a un acuerdo parlamentario, lo que de verdad sería inédito en nuestra historia política próximo, es que la centroizquierda dejaría de estar presente, en alguna papeleta, el día de la elección. Habrá una o más listas de izquierda, habrá una o más listas de derecha, pero en el espacio donde el elector encontraba siempre el conocido arco pluralista que va desde el centro a la izquierda (la verdadera alternativa de gobierno a la derecha), encontrará el vacío. Habrá desaparecido por decisión propia. Es como si la responsabilidad política se hubiera tomado vacaciones.

Producida la división en toda la línea y en todas las elecciones del momento, ¿qué terminan siendo, cuando se dividen, los partidos que por décadas fueron ejemplos de unidad y confluencia? El caso Falangista no es tan complicado porque la respuesta es fácil: son los demócratas cristianos, marcando a más no poder su identidad partidaria.

En cuanto a Alejandro Guillier es otro el cantar. Cuando se suspende la vigencia de la centroizquierda ¿qué representa la candidatura?, ¿la derecha de la izquierda?, ¿la centroizquierda quitándole lo de “centro”?, ¿algo muy ciudadano, poco político pero inscrito por partidos conocidos? Es que es difícil de explicar, luego de treinta años, que no hay nada que exprese la unidad por ahora, pero afirmar que, sin duda, esta se producirá al final.

Se habrá arrojado a la orilla del camino el sello manifiesto de un entendimiento político amplio, que permitía ser más que la suma de las partes. Un tesoro de incalculable valor que varias generaciones habían sabido cuidar hasta ahora. Todas las cuentas alegres de lo bien que le va a un partido cuando uno de ellos queda fuera, hay que revisarlas a la luz de un cambio básico en el que cada actor será avaluado por lo que es y por lo que ha dejado de ser.

Antes que por ninguna consideración electoral, lo que esto significaría es enviar un fuerte mensaje político para que los electores convencidos de esta alternativa confluyente optaran por uno de dos caminos: o que cada cual se decante por su segunda mejor opción (en alguno de los polos disponibles) o, con mayor probabilidad (y tal como hoy se muestra de preferencia la desilusión y el desencanto), cada cual opte por quedarse en la casa, lo que es otra forma de hacer que la derecha gane. Es decir es un mensaje derrotista.

La centroizquierda es un referente, una apuesta política por superar las divergencias en pos de constituir una mayoría ciudadana. En ningún momento ha pasado que todas las decisiones de sus partidos componentes sean del completo agrado de los otros. Pero siempre ha predominado el propósito de volver a converger, no el de agrandar las distancias.

Pero, en tercer lugar, hay un hecho práctico que debiera hacernos pensar. Si se concretara la presentación de listas según preferencias presidenciales en la Nueva Mayoría, con casi seguridad este sector, en su conjunto, quedaría prácticamente empatado con el número de diputados electos de la derecha. Si a ello se suma el más que posible incremento de los diputados del Frente Amplio, lo que se lograría es quedar en minoría en la Cámara. Con ello se batiría un record histórico auto infringido, con lo cual nos dejaríamos bien en claro los unos a los otros lo enojado que nos encontramos, pero también lo miopes que podemos llegar a ser.

En cuarto lugar, hay que detenerse a pensar en qué espacio de maniobra se deja al propio gobierno en el caso que tuviera que liderar, no con una disputa entre dos candidatos presidenciales de sus filas, sino con dos líneas de candidatos para ocupar todos los puestos que se eligen. Simplemente no hay factor unitario de donde agarrarse. Creo que ya estamos viendo el estímulo a la diferenciación que caracteriza una campaña presidencial.

¿Qué se gana con que no exista ningún propósito unitario que nos haga converger? Piénsese simplemente en lo que significa para los proyectos de ley, predominaran las diferencias. Cuando toque decidir entre si elegir gobernador regional en 2017, unos dirán que sí, los otros que no y el resultado será la inacción. Y así en cada tema relevante. Por lo mismo, bien puede ser que el gobierno tiene la obligación en ser prescindente en la competencia entre Guillier y Goic, pero eso no significa que se pueda dar el lujo de ser prescindente respecto de la supervivencia de la coalición que le da sustento.

Y por último, han sobrado los cálculos y ha faltado buena política. En las mesas de negociación entre partidos, donde se representan de preferencia los intereses de cada cual, nada funcionará. Solo los líderes descentraban los momentos de dudas y estancamiento. Los candidatos presidenciales de la centroizquierda han de señalar el camino del reencuentro. Con unidad todo funciona.

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