Convención y lucha de clases

La lucha de clases, objetivo del marxismo para instaurar la dictadura del proletariado, adopta formas según la reflexión teórica de las distintas circunstancias históricas y políticas. Una de las reflexiones es la tesis subalternista, que consiste en que el subalterno -el marginal, el pobre, el no hegemónico- es el poseedor del conocimiento, de la verdad, de la bondad. Entonces, el subalterno se ha convertido en el sujeto revolucionario portador del cambio.

El subalterno como portador del cambio ha asumido los ropajes del indigenismo y del feminismo. El indigenismo como ideología de lo plurinacional dice relación con el desmantelamiento del Estado nacional y la disolución de la república democrática y la instauración de una entelequia institucional que coordinaría distintas autonomías tradicionales, bajo el privilegio de los llamados pueblos ancestrales. El feminismo, por su parte, como ideología del individualismo dice relación con el desmantelamiento de la familia y el desarraigo de la naturaleza humana, en donde el individuo guiado por su propia y pura subjetividad determina sin límites lo que es, supeditando bajo su capricho hegemónico a los más débiles, o sea a los niños.

La Convención Constituyente se guía por estos dos ejes ideológicos que reflejan claramente su objetivo de instituir un estado sin nación y sin familia, un Estado que aborrece el bien común y ensalza el idiotismo étnico y de género, desnaturalizando toda libertad, ya que ésta sólo sería un desato de pasiones individuales, negando toda comunidad superior que nos una como familia y país.

El indigenismo y el feminismo hegemónico es el disfraz de la lucha de clases que la convención pretende instituir como paso previo al asalto definitivo al poder. La ideología del estado plurinacional apunta finalmente a la institucionalización de un régimen totalitario basado en territorios fragmentados, controlados por grupos bajo el pretexto étnico, los que por intereses ideológicos y corporativos se coordinarían dando forma a lo que ellos llamarían la posibilidad de país. A su vez, el feminismo hegemónico sería la pauta de comportamiento de los habitantes de los territorios para desarrollar su vida individual, cuya lógica sería la intolerancia y el desprecio a la familia y la comunidad nacional.

En conclusión, Chile enfrenta una amenaza político-ideológica representada por el indigenismo y el feminismo radical que disfrazan la lucha de clases, promotora del odio. Esta lucha requiere que el pueblo de Chile sea consciente de la mentira y sea capaz de sobreponerse con un espíritu comunitario nacional.

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