¿Cuál desigualdad?

Los continuos actos de violencia, saqueos y de miedo generalizado que actualmente se viven en el país,  ponen en perspectiva la historia política, económica y social   de la que fue y  es objeto, el reino de Chile.

En sus orígenes, los protagonistas eran los indígenas, inquilinos, mestizos, soldados, hacendados  o la corona española, como un hito casi medieval en la distribución o cesión de tierras, que luego se convertirían en los prolegómenos de una cultura extractivista y de esclavitud. Un acierto  para quienes por su color de piel – blanca - o de una  cultura del evangelio, traspasaron estos bienes de generación en generación a punta de espadas y  saqueos de cientos de miles de horas extras sin pagar.

Hoy la mutación social nos remite a  roteques, cuicos, fachos pobres, pacos o barristas que replican la escena de desigualdad o de una esclavitud moderna que se acrecienta por una posesión de la territorialidad, que segmenta y estratifica.

La afirmación anterior es relevante, dado que la pregunta central es ¿cuáles son las  desigualdades que quiebran una sociedad? ¿dónde se hacen presentes y quiénes las ejercen? Identificar estos patrones de inequidad es fundamental para que sea la evidencia y los antecedentes, los que puedan predecir el futuro y evitar episodios de retroceso o destrucción.

En el informe Desiguales (2017)  del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) responde a muchas de estas variables enfatizando en el maltrato  laboral, callejero y también en los  servicios de salud.

La discriminación hacia la mujeres, el trato denigrante por el tipo de trabajo,  por el lugar en  el que se vive, edad, nivel educacional o apariencia física son todas variables que presentan una mayor incidencia en los sectores más bajos, pero que también son reportados por sectores medios y altos.

Según el organismo internacional “la desigualdad perjudica al desarrollo, dificulta el progreso económico, debilita la vida democrática, afecta la convivencia y amenaza la cohesión social.”

Por otra parte, ¿cómo sociedad podríamos admitir la existencia de  un nivel de desigualdad razonable? Permitiría vivir con tolerancia - como la  aceptación de lo que es diferente - o bien  integrando y valorando la diferencia.

Las  distinciones individuales de los talentos, de los años de escolaridad y del trabajo duro, y en ese orden, son bien percibidos por la ciudadanía y da justa recompensa, así lo revelan investigaciones y estudios en distintos países de la percepción ciudadana en relación con la justicia distributiva.

La movilización pacífica - en las calles y cabildos -  no solo ve la recompensa inmediata, también se manifiesta por esos beneficios intangibles a primera vista,  que es el  capital cultural y social del que se ha visto vetado, que sobrepasa lo puramente monetario.

Diversos estudios como los de Libertad y Desarrollo  (2018) o de uno publicado recientemente (en 2019)  por investigadores chilenos,  dan cuenta que el patrimonio cultural  y social de los padres es correr con ventaja por sobre aquellos que no pudieron educarse o terminar su escolaridad.  La transmisión de beneficios y oportunidades es un legado también intergeneracional.

Entonces,  mejorar el sueldo mínimo es un imperativo, pero no debiera ser el único camino. De hecho en las mediciones de reducción de la pobreza de Chile entre los años  90 y el 2015 se redujo en 4,5 veces pasando de un 40% a un 9% la línea de los hogares catalogados como pobres, pero se mantuvieron las desigualdades.

El acceso al crédito a través del dinero plástico, satisfizo el consumo y brindó la sensación de igualdad, pero  también generó una  deuda. Esta dupla (crédito-deuda), no se tradujo en desarrollo social,  es decir no había capital cultural o educacional  capaz de transformar la realidad en beneficio a largo plazo, solo consumo.

Esta crisis social no tiene porqué  situarnos en fronteras informales, como en las geográficas, donde se corren riesgos, se arranca, se experimenta con armas o se aniquila a los ciudadanos.

Alvin Toffler  (renombrado escritor norteamericano y unos de los padres de la revolución digital) en su libro la Tercera  ola, señala, “ …que el progreso no siempre es un paso hacia adelante…”. Hay una alternancia  de episodios que modelan lo que se viene,  desatando nuevas consecuencias. La Europa de hoy no sería la misma sin la Segunda Guerra Mundial o sin la intervención de un plan Marshall de reconstrucción.

Tenemos la opción de hacer uso de la  información  disponible en múltiples plataformas sectoriales (SII, Registro civil, Registro electoral, bancos, tiendas, entre otras), con modelos de trabajo del siglo XXI.

El empleo del Big Data permitiría el manejo y gestión de un gran volumen de datos para decisiones estratégicas en materia de políticas distributivas, pudiendo personalizar  la protección social con indicadores que la población comprenda y acepte como legítimos, como pueden ser : nivel educacional, remuneración por  trabajo, estado de salud, extensión del grupo familiar, lugar y tipo de residencia, acceso a áreas verdes o de  necesidades especiales, entre muchas otras más.

No basta con tomar decisiones unidireccionales, simplistas o bien intencionadas. Se debe objetivar con los mínimos consensuados y propender al crecimiento con equidad en  una ciudadanía diversa, compleja y de creciente intolerancia con abusos sociales o de privilegios que acrecienten la desigualdad.

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