Cuando los Díaz pasan volando

Acaba de renunciar el diputado Marcelo Díaz al PS. Una decisión como esta tiene una dimensión personal, una partidaria y otra sintomática. La primera es un tema de conciencia, la segunda será reflexionada en su organización. Pero creo que a lo que todos nos compete es lo simbólico que resulta esta partida. 

Marcelo Díaz justifica su resolución diciendo: “He decidido renunciar al PS para formar un nuevo espacio para las ideas socialistas”. Discrepa de la estrategia de alianzas de su ex partido. A su juicio, se debió establecer una alianza con el FA y el bloque conducido por el PC. 

Lo que gatilla la decisión de Díaz se explica por un cambio en el contexto. Anteriormente, los militantes se alineaban, en cada partido, según sus preferencias estratégicas, reflejadas en un liderazgo destacado. Resuelta democráticamente la línea a asumir, los que perdían daban por finiquitado el tema o seguían abogando por lo que les parecía más correcto desde dentro. 

Pero lo que no ponían en duda era la continuidad de su militancia. Es este último punto el que se ha debilitado. No ocurre en un caso puntual, es casi la regla más usual, porque son los partidos los que se han ido debilitando en los últimos años. No es sorprendente este fenómeno pase usualmente sin ser percibido por los principales actores de la escena. 

Si, en una flota, un barco está haciendo agua, los demás lo notan de inmediato. Pero si es toda la flota la que está igualmente en problemas, pocos se dan cuenta de lo que pasa, porque siguen siendo el punto de referencia de los otros. Bajan todos de nivel al mismo tiempo, y nadie se percata por lo simultÁneo del proceso. 

Díaz se va porque no cree que su partido pueda asumir una línea de conducción que lo convenza. Las ideas parecen contraponerse a la organización y ya no se ven soluciones compartidas. Si esto ocurre en casos aislados, nada importante pasa. Pero si los casos se multiplican entonces los partidos están en problemas. 

Aquí es donde hay que plantearse las preguntas decisivas. ¿Hay partidos que están en ruta de establecer una coalición lo suficientemente amplia para derrotar a la derecha?

¿Las acciones emprendidas están engarzadas a un propósito que permite ofrecerle una alternativa viable para el país? 

Si lo que hay es una respuesta negativa, lo que tendremos es un conjunto inorgánico de propósitos personales o, a lo más, grupales, sin alcance para llamar la atención del país. Mucha agitación, pero nada de dirección. 

Lo más difícil de ver es lo obvio. La derecha ha trabajado toda la vida con independientes. En el proceso constituyente poco tiene que hacer para adaptarse. La centroizquierda no puede decir lo mismo. Se puede ser de oposición y no estar contento con los partidos. Ahora lo pueden mostrar apoyando listas de opositores independientes. Esto pasará ni no se rectifica ¡ya! 

Hoy todos los partidos pesan menos que antes del estallido. Solo la unidad los hace diferentes, porque evitan la dispersión y le otorgan sentido a la acción colectiva. O dan muestras de entenderlo rápido, o ya han pasado a la historia sin ni siquiera percatarse de ello.

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