De la democracia fatigada a la solidaria: consensos vinculantes desde el territorio

Manuel Alcántara Sáez, reputado politólogo español especializado en el proceso político latinoamericano, en lúcida Clase Magistral dictada en el XI Congreso de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y la Asociación Chilena de Ciencia Política (22 de julio)(1), delineó los desafíos sociopolíticos que enfrenta la región en un contexto global, pero también intra-regional, desafiando a la disciplina de la ciencia política, entendida en la inter y multidisciplinariedad, en cuanto posibilitadora de respuestas razonables a la diversidad de problemáticas que en nuestros países se desarrollan recurrentemente.

En esta mirada panorámica que se permitió, hizo énfasis en dos aspectos que son centrales por estos días: uno, referido a la cuestión de la singularidad; y otro asociada a ésta, con la idea y acción de los nacionalismos, mediatizados y agilizados por las posibilidades que entrega la tecnología vía redes sociales y otras plataformas comunicativas (la digitalización). En su análisis agregó los clásicos rasgos propios de las desconfianzas, individualización o personalización de la política, asociados a los descréditos de la misma y la democracia cuando de actos de corrupción e incapacidad para resolver los problemas fundamentales (y no tan fundamentales) de las mayorías ciudadanas se refiere, no contribuyendo a disminuir el detrimento de la calidad de vida de las personas en la región.

Lo anterior, en términos "analítico-conceptual general", lo circunscribió en la noción de una "democracia fatigada" en la región, una democracia sin el horizonte necesario para avanzar en la resolución de problemas, donde cada uno de los Estados o sociedades nacionales en sus propias entropías sociopolíticas durante dos años debieron bregar, además, con la pandemia del Covid-19, desacelerando algunos avances positivos, o bien profundizando brechas socioeconómicas severas, hecho que aún se mantiene en el entendido que la pandemia aún se encuentra vigente. Otro globalismo, como indicaría Beck (1998), que se reinstala (siempre larvado) es el fenómeno de la guerra, que tiene en la conflictividad de la Federación Rusa y Ucrania su concreción más evidente (aunque existen una serie de otros conflictos internacionales contemporáneos, no visibilizados), proyectando además un nuevo realineamiento de los equilibrios de poderes, en este longevo momento transicional del orden internacional, resintiendo las economías nacionales (más o menos integradas a los mercados globales), cuando de inflación económica se refiere.

Esta pincelada de lo que fue la conferencia de este prestigioso politólogo invita a fijar la mirada en la realidad chilena en el conjunto de su sistema sociopolítico, socioeconómico y sociocultural, en el entendido que se viven procesos de cambios profundos, a propósito del clivaje constitucional, el cual podría ser interpretado como un paso adelante para superar una democracia fatigada y avanzar hacia una entendida como solidaria, como la definiría lúcidamente Luis Pacheco Pastene, ya en el año 2012(2), caracterizando el modelo chileno en su dimensión democrática (integralmente, también) como agotado.

El proyecto de nueva Constitución que se somete a plebiscito este 4 de septiembre contiene elementos que buscan remediar el diagnóstico de Alcántara Saez, colocando -además- en valor la noción de solidaridad, cercano al planteamiento de Pacheco Pastene, no implicando ello disminuir los desafíos sustantivos en su implementación para actores diversos, en especial el sistema de partidos, el cual debe bregar con la permanente crisis de representación, la singularidad devenida en fragmentación social y falta de consensos vinculantes, como consigna regularmente el profesor Pablo Zúñiga San Martín(3).

La cultura de la singularidad, o hacer prevalecer identidades particulares y diversas vs. identidades colectivas, viene colocando un pie forzado al cómo hacer política desde los partidos políticos, ya que los mismos, por lo menos para el caso chileno, vienen evidenciando dificultades para hacer sentidos en las personas que adscriben a cada una de ellas, sin perjuicio de que las tiendas políticas se declaren en una u otra singularidad identitaria. Un caso particular, es lo referido con el proceso de la descentralización junto con sus identidades territoriales, donde el centralismo atávico de los partidos nacionales, encuentra día con día mayores grados de resistencia a tal ordenamiento práctico, institucional y político ideológico.

En este contexto, como se viene repitiendo hace años, no asumir genuinamente esta realidad de parte de los partidos políticos es dificultar aún más el fortalecimiento de los mismos, en sus identidades ideológicas y políticas colectivas, y de paso la democracia como forma de gobierno. Una manera de revertirlo, entre varias otras, es haciendo del territorio una variable no sólo de continente, sino que también de proceso complejo sociopolítico, esto es territorio como contenido. Así, las directivas nacionales, regionales, provinciales y comunales, como también en la militancia, deben querer que ocurra ello, de lo contrario es mera cacofonía cuando se dice que se quiere, pero que no se concreta.

Pasar de una democracia fatigada a una solidaria encuentra a los partidos políticos comprometidos como actores principales, viéndose compelidos a asumir lo territorial como dimensión compleja del análisis, y desde ahí contribuir a los consensos vinculantes que toda sociedad precisa desde una perspectiva solidaria, como bien, adelanta el texto constitucional que se somete a plebiscito el 4 de septiembre. Así, el congreso de ALACIP y ACCP trajo oportunidad de análisis con horizonte profundo, permitiendo una necesaria y óptima reflexión en la acción.

(1) Democracias fatigadas en contextos digitales
(2) Democracia solidaria: una alternativa transversal
(3) La ola restauradora que se nos viene

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