De la indignación a la urgencia

En una entrevista a una cadena de televisión internacional, el Presidente Gabriel Boric dijo que -respecto a la derrota del Apruebo en el plebiscito del 4 de septiembre- "una de las primeras lecciones que tuvimos fue que no puedes ir más rápido que tu gente", como si se tratara sólo de un asunto de "oportunidad" en vez de la "calidad" de los cambios.

Con ello, el Presidente en un tono de indignante superioridad moral e inaceptable posición paternalista, expresa que el pueblo, la ciudadanía o como queramos llamarlo, quiere los mismos cambios propuestos en el fracasado proyecto constitucional pero más adelante, que en estos momentos no estaría preparado. Dada esa declaración podemos suponer entonces que el triunfo del Rechazo se produjo sólo porque no era la oportunidad de cambios tan "revolucionarios" y "positivos", dada la condición o conservadora o temerosa de los electores que no irían a la velocidad de los iluminados que sí saben cuáles son los cambios que el país necesita.

La verdad es que deberíamos dejar el comentario hasta aquí, que cada uno saque sus propias conclusiones. Ahora, es legítimo creer efectivamente que es así. Así como lo plantea el Presidente. Pero ¿sabe? No lo diga, porque al hacerlo menosprecia a su adversario político, lo degrada, le pasa la aplanadora, lo ningunea. Pareciera que el pobre adversario en realidad no sabe muy bien lo que quiere, o sabe pero no se atreve a asumirlo, se acobarda, por eso rechaza; necesita más campaña, que lo convenzan, que lo seduzcan, necesita más tiempo para aquilatar las maravillas de una propuesta realmente "dignificadora".

O sea, era sólo cuestión de tiempo. A ese ciudadano habría que tenerle paciencia, ese pobre ciudadano está sólo en un período de aprendizaje político; no sería tan pillo ni avanzado como ellos, los del gobierno amplista, que sí sabrían lo que la gente quiere, pero al parecer tendrían que ser pacientes

Pero de verdad, si es esa la mirada del Gobierno, si es esa la de los sectores más duros o recalcitrantes o ensimismados del octubrismo chileno, uno debería ser pesimista. Uno podrá ser benévolo con las declaraciones de algunos personeros que, dolidos por su fracaso al atardecer del mismo 4 de septiembre, culpaban al empedrado por la cojera del proceso: los responsables ya no eran de la CIA, pero sí la campaña de la derecha; no era el "mayoneso", sino la propia incapacidad de construir adecuadas vocerías; ya no la prensa reaccionaria, sino las noticias falsas divulgadas por las redes sociales. Esas declaraciones se hicieron desde la frustración y la sorpresa de un proceso que venía enturbiado desde el primer día, y develado así en las encuestas, se entiende; pero al cabo de varias semanas, la autocrítica debería ser mayor y más pausada, los iluminados de la política nueva, fresca y joven nacional deberían mejorar la puntería en sus análisis, asumir la verdad con más humildad y no sólo desde el discurso grandilocuente y vacío ese de "hemos escuchado la voz del pueblo" sino de uno genuino donde se extraigan las verdaderas, variadas y profundas conclusiones de una propuesta rechazada.

Muchos lo han hecho, y se agradece, porque a partir de esa autocrítica es posible construir algo bueno, pero no desde la autocomplacencia. Imposible. Uno mira con simpatías a veces la ingenuidad del Presidente, uno puede pensar que hay buenas intenciones a pesar de las vueltas de carnero respecto de temas tan delicados como la condena a los atentados contra carabineros, la situación de emergencia en la macrozona sur o la expulsión de extranjeros indocumentados que hayan cometido delitos, pero este tipo de declaraciones más bien enredan a la opinión pública respecto de la sinceridad en las palabras de nuestra máxima autoridad, y nos hacen dudar si efectivamente ha comprendido el proceso que vive el país.

Me parece que el gobierno anterior de Sebastián Piñera ha sido por lejos el peor que hemos tenido en las últimas décadas, sin embargo, como van las cosas éste podría aún peor si no se toman las medidas necesarias para corregir los desaguisados políticos y comunicacionales. En momentos de crisis necesitamos mentes esclarecidas, liderazgo político y mucha humildad, y a veces lo que este gobierno inexperto más muestra es confusión, improvisación y mucha arrogancia. Sin duda el país requiere cambios urgentes, por eso votamos con esa histórica mayoría Apruebo el 25 de octubre de 2020.

Luego se van a cumplir dos años desde entonces, ¿dónde hemos fallado? Necesitamos una institucionalidad que sirva de guía a los grandes acuerdos nacionales y que promueva una mejor democracia, más sólida y participativa; mayor justicia social y oportunidad para todos; un estado que se haga responsable en la promoción de la solidaridad con los que más sufren pero al mismo tiempo que estimule una educación de calidad como herramienta infalible para el progreso, el emprendimiento y las libertades públicas e individuales propias del siglo XXI. Es lo que urge, es lo que viene.

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