De mal en peor, Piñera 1.1

El Presidente tiene un grupo de asesores políticos y comunicacionales muy malos o bien, lo cual es bastante posible, él es un hombre muy “llevado a sus ideas”. El nombramiento de algunos ministros es por decir lo menos caótico e irresponsable. Si bien es cierto que la máxima autoridad tiene la potestad de nombrar a quien quiera, seguir nombrando cercanos, e incluso familiares, roza la frescura poniendo en evidencia la verdadera reproducción de la élite de este fundo llamado Chile. 

Usted que piensa que con su esfuerzo llegará a ser alguien importante, o que su hijo puede llegar a ser presidente o presidenta de Chile, está totalmente equivocado. La realidad es que la casta política se reproduce a sí misma. Los apellidos se repiten una y otra vez a lo largo de la historia.

Y cuando no son familiares, son cercanos incondicionales, muchos de ellos sin los estándares éticos para ejercer sus cargos. Los ejemplos recientes nos muestran con dureza esta realidad, la cual se ha repetido en los gobiernos anteriores. 

Soy de los que le cree al ex ministro Varela cuando señaló lo de los bingos. Le creo pues en su concepción de mundo, los pobres serían flojos que buscan que les regalen todo. Entonces, deben esforzarse para que sepan lo que cuesta ganarse las cosas.

Lo que no explica es que muchos hijos de millonarios solo han recibido lo que sus padres les heredan y, por tanto, su esfuerzo se reduce a invertir el dinero familiar.

Pero un pobre que gana 280 mil pesos, e incluso alguien de la llamada clase media, es difícil que pueda pensar en ahorrar y aportar para el estudio de sus hijos. Están consumidos por la contingencia y las deudas. Esta es la desconexión absoluta de la élite.

Su máximo orgullo es haber dirigido un municipio pobre o un hospital público, pero la verdad es que no conocen la pobreza, no la han vivido ni la entienden, solo suponen y creen entender. 

Así también, el nombramiento del recientemente renunciado ministro de Cultura, Mauricio Rojas, deja en evidencia la carencia de cuadros políticos que cuenten con la confianza de Sebastián Piñera. La mejor solución fue pedirle la renuncia, sencillamente porque no había otro camino. Era un ministro inviable.

El negacionismo de Rojas es tan grosero y lleno de odio, que produjo una verdadera tormenta en la derecha. Revela que en la coalición gobernante existen a lo menos dos almas.

Un sector alejado del pinochetismo más rancio, pero que convive de manera tensa con un sector aún hegemónico; los grupos de ultraderecha que aún lloran la partida del dictador y que permanentemente están buscando argumentos para explicar la violación de los Derechos Humanos. Esto es algo inaceptable. 

Las palabras del Presidente durante la conferencia que anuncia la salida de Rojas intentaron esbozar la conocida lógica del empate. Se revela la recurrente estrategia discursiva de la derecha internacional de tirarle en la cara a la izquierda, Cuba y Venezuela, como ejemplos de violación de los Derechos Humanos. Aunque provista de una retórica repetida, la excusa pública es sólo un saludo a la bandera para que los grupos pinochetistas no se le suban al cuello, lo cual pasará tarde o temprano. 

Ahora bien, para terminar el cuadro, el nombramiento de la ministra Consuelo Valdés Chadwick revela la otra cara de este gobierno: una cara familiar. Ya se ha escrito bastante sobre el nepotismo de este gobierno, pero vale la pena recordar que el ministro del Interior es primo del presidente. ¿No habrá otra persona con capacidad para este cargo? Estamos hablando del segundo a bordo y no de un cargo menor.

Así también, hay que recordar el bochornoso episodio en el cual Piñera quiso nombrar embajador a su hermano. Ahora elige nuevamente a una Chadwick, aunque el titular de Interior dijo que era muy lejano el parentezco. Todo queda en familia al parecer.

Esto le hace un daño gigante a la política, pues aún teniendo las competencias, no cabe duda que deben existir muchas otras mujeres del mundo político con capacidades para dirigir esta relevante cartera.  La recurrencia de los mismos apellidos y nombres es una tendencia aplastante en la historia de Chile. Es necesario superarlo para avanzar hacia procesos más transparentes. 

En suma, hasta ahora Piñera no es 2.0 sino 1.1, diría un amigo informático.

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