Disculpen

Verónica Rabb
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Esta columna la tengo que empezar pidiendo perdón. Como a muchas chilenas y chilenos, gobierno incluido (era que no) a mí también me pasó, no lo vi venir. No me tomé el coronavirus en serio y me equivoqué.

Tengo la confianza que, en esta oportunidad, la necedad me libre, en parte, de mi error. No responsabilizo a nadie (como otro) de mis equivocaciones. El bajo nivel de aprobación y credibilidad del mandatario, en cada encuesta que se presenta semana a semana la desaprobación sube hasta las nubes, la pobre confianza ciudadana en los partidos y el Congreso que se sitúa en un 2% y 3%, respectivamente, y el no cumplimiento de los medios tradicionales con su deber de buscar la verdad sin sesgos, me incitó a no tener el alma en vilo por los avisos o dicho de otro modo a desconfiar de la fidelidad de las alarmas encendidas.

Pero, aun comprendiendo muy bien mi necedad, los desaciertos del gobierno ( por llamarlos de alguna manera) y las pocas ganas del periodismo de mejorar su cobertura y recuperar una confianza que parece perdida, cuando pase este chaparrón que pasará (‘ después de la tormenta viene la calma era la frase favorita de mi madre cuando había problemas) y salgamos a la superficie desde nuestras casas como Michael Jackson en  Thriller o para los más creyentes, como Noé de su arca cuando por fin dejó de llover, lo que tendremos que hacer sin duda alguna es seguir exigiendo aquello que cada noche duerme con nosotros: reclamar la construcción de una vida mejor para todas y todos, el término de las históricas y groseras desigualdades de este Chile, el Chile o simplemente Chile, aunque sean las mujeres las que tienen el destino del país en sus manos; según datos del últimos Censo 2017, hay 370.025 mujeres más que hombres.

Me gustaría alargarme en aquello, pero se me acaba la columna y quiero seguir hablando del papelón que está haciendo el gobierno.

Muchas y muchos ya comunican y comunicamos a través de las redes sociales y de comentarios de medios de información, instrumentos legales y administrativos que han demostrado ser imprescindibles en otras crisis vividas anteriormente, pero ninguna semejante a gritar las demandas en la calle.

El grito ha acompañado siempre al ser humano. Es uno de nuestros instintos más primitivos, bien sea ante el dolor, para hacerlo más llevadero, o como defensa ante un peligro, al igual que hacen los animales cuando se encuentran en una situación de indefensión. No seré yo quien señale las consecuencias positivas de ese comportamiento, todas y todos las conocemos

Pero todo eso tendremos que hacer cuando el chaparrón pase. Hoy, dentro del arca aún, como Noé, celebremos que Chile cambió.

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