Distingos atinentes

Semanas atrás, el artífice de las vilipendiadas AFPs estimó ineludible asumir su pública  defensa. Naturalmente, fue invitado a hacerlo en la televisión donde ocurriría algo muy curioso: mientras el paladín de estos fondos previsionales se empecinaba en llamar presidente a Pinochet, el entrevistador reiteraba que sólo había sido un dictador.

Desde luego, José Piñera – añoso Chicago Boy- ni vagamente tenía razón. Para las exigencias del concepto Presidente de la República, el Hijo Ilustre de todas las municipalidades chilenas nunca dio el ancho; auto concederse tal dignidad no fue más que un acto de egolatría, exaltaciones de un cerebro con mobiliario más bien sencillo.

En cuanto a la afirmación del periodista, convendría recordar que durante el período republicano los romanos llamaron dictador a quien los senadores ungían con poderes absolutos, en casos de guerra o emergencia. Cumpliendo esa función delegada uno de los más notables fue Lucio Cincinato.

A Pinochet le gustaba compararse con él, pretensión delirante por cierto.

Para empezar, la dictadura romana  duraba unos seis meses y no abolía el orden político y jurídico existente.Era sólo un instrumento para atender y allanar situaciones transitorias. En cambio, Augusto José Ramón, se estrena bombardeando La Moneda. Enseguida clausura el Congreso y, en cuanto al Poder Judicial, más vale no menearlo.

Dicho de otro modo, liquida el sistema entero y con solapadas aspiraciones de eternidad.

El antiguo titular latino sólo disponía del Tesoro Público con autorización del Senado, y Cincinato después de dos actuaciones dictatoriales, finalizadas antes del tiempo legal, volvió a empuñar el arado en sus tierras rechazando honores y sin fastidiar con senaturías vitalicias ni sorprender a nadie con dudosas fortunas.

Para Roma fue un paradigma de virtud en el uso del poder sin abusar.Y no sobraría mencionar que en el estado de Ohio la bella ciudad Cincinnati se llama así en su honor. También la apodan Reina del Oeste o Queen of the West.

Más tarde, en la fase imperial, los dictadores dejan de ser necesarios pues los césares –algunos con una rara tendencia a divinizarse- asumirán la potestad transformándose varios de ellos en mondos y lirondos sátrapas de conclusión violenta: Calígula, Nerón, Vitelio, sirven como ejemplos.

Comprensible es que aquellos personajes terminaran siendo odiosos, tanto que al ser depuestos eran regularmente ajusticiados, acción denominada tiranicidio. Un derecho que, más tarde, el mismo santo Tomás de Aquino reconocería a los sufrientes súbditos de cualquier autócrata.

En el terreno literario, Tirano Banderas de Ramón del Valle Inclán es novela señera de una larga serie de ficciones sobre déspotas centro y sudamericanos. Entre otras, El señor Presidente, M.A. Asturias; El recurso del método, A. Carpentier; La fiesta del rey Acab, E. Lafourcade; La fiesta del chivo, M. Vargas Llosa.

Sin olvidar Yo, el supremo, de Roa Bastos, acaso la más encumbrada de todas.

Entonces, a propósito de suprimir la expresión dictadura en los programas de estudio de 1° a 6° básico, algún sentido pudiera exhibir esta decisión del Consejo Nacional de Educación –tomada sin darse cuenta, según uno de sus miembros - aunque nada tenga de inocente sugiriendo una descripción aséptica de lo ocurrido desde 1973 hasta1989, soslayando críticas y censuras.

En la Grecia clásica, Platón estimaba que tirano es quien puede condenar a muerte, despojar de sus bienes y desterrar de la ciudad a destajo. Para un griego antiguo era el estatuto arbitrario total, instaurado por el que accede violentamente al mando mediante un golpe de Estado militar o una intervención extranjera.

No es potestad de derecho sino de fuerza, ajena a la justicia o las leyes. Ejercicio leonino y brutal de la usurpada autoridad política, de origen espurio e inicuo por sus hábitos opresivos frente a cualquier resistencia o desafío.

Aclarados los términos, resulta más o menos notorio al alero de cuál de ellos debe cobijarse la figura del gobernante cuya regencia de corrupción, tortura, desapariciones, ejecuciones, vasallaje judicial y omnímoda concentración del poder legislativo y comunicacional, sería sintetizada en esta siniestra guinda de la torta:

“¡Aquí no se mueve una hoja si no la estoy moviendo yo!”

Todavía se insiste en el sofisma de hablar de fascismo para referirse al caso chileno, pero la ausencia de un partido y de masivo apoyo popular desperfilan al pinochetismo como genuino testimonio fascista frente al totalitarismo italiano o al nacionalsocialismo alemán.

Es posible que nuestra saison en enfer no fuera más que una variante del gorilismo sudamericano.

Tiranía militar indudablemente tuvimos: áspera, de asesinatos y ejecuciones sumarias, destierros, confiscaciones, terrorismo nacional e internacional y efímeros sueños de partido único.Sin menoscabar su factor cívico.

¿Cuántos civiles son favorecidos con los cincuenta años de silencio para el Informe Valech  decretados por el gobierno de Lagos y refrendados recientemente por la Cámara de Diputados?

Humpty Dumpty, el estrafalario semántico de Louis Carroll, afirmaba que las palabras significan lo que uno quiere que signifiquen. Ahora, sin importar el vocablo utilizado - dictadura, régimen militar, pronunciamiento - la brutal concentración del poder no cambiará en nada. Tampoco los atropellos y canalladas perpetrados por sus agentes en aquella época.

Quizá la clave de este intríngulis provenga del equívoco de quienes fantasearon con que los libertadores o supuestos dictadores les restituirían muy pronto la caótica casa “limpia y ordenada como el cuaderno del mejor alumno del curso”. Pero el más torvo de ellos - el mandatario "más violento y criminal" de esta latitudes - se alzó con el santo y la limosna, sin soltar el garrote autoritario por diecisiete años.

O tal vez más.

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