¿Egoístas o solidarios?

Uno de los atributos que asignamos a nuestra cultura nacional es el carácter solidario. El mismo que se ve reflejado como respuesta a los distintos cataclismos que la naturaleza nos pone regularmente frente a nosotros. También nos enorgullecemos por los Bomberos, la Teletón y muchas instituciones solidarias y  de beneficencia que se mantiene con el aporte de muchos chilenos.

Es cierto esa es la cara solidaria. Pero así también tenemos otra cara tremendamente egoísta, marcada por el aprovechamiento, la codicia, el afán de poder, la defensa de intereses personales y de grupos por sobre los de los intereses del resto de la sociedad y lamentablemente van en crecimiento.

Las señales políticas que se han dado este último tiempo sin duda alguna que van en una dirección errada. Vemos que la distribución de los recursos públicos no se hace producto de una estudiada y sensata distribución, que asegure atender las principales necesidades del país, sino que responden a los intereses de grupos de presión o de poder.

Así no se atienden adecuadamente las necesidades de los niños y de los adultos mayores, que son los dos grupos más débiles de la sociedad, dando con ello una señal clara que definitivamente hemos perdido la brújula.

El presupuesto de la nación también está más determinado por grupos de presión y de poder que por una efectiva priorización de necesidades. Es el egoísmo de algunos frente a las necesidades de otros. Consiguen más los que protestan en las calles o los que hacen de esas banderas de lucha su espacio de poder. Parece increíble, que viendo las grandes necesidades del país los diputados del Frente Amplio critiquen como insuficiente el 60% y quieren la gratuidad total. ¿Con que recursos? ¿No se dan cuenta que la reforma tributaria no ha generado lo esperado? ¿El resto de las necesidades descritas no valen para este sector?

Pero existe también otra forma de egoísmo social. Hay sectores sociales cuyas conductas han generado o siguen generando un gran efecto negativo en el resto de la sociedad.

Primeramente, el sector más acomodado de la sociedad, que para lograr beneficios particulares y seguir concentrando el 35% o más de la riqueza del país en sus manos, son capaces de comprar a senadores y diputados, como lo hemos podido constatar este último tiempo, ya no como una apreciación política–ideológica, sino objetivamente. Se generan leyes como la de Pesca, que beneficiando a las grandes empresas perjudican tremendamente a la mayoría de los que laboran en este sector, los pescadores artesanales.

Pero también en el mundo sindical. El efecto de la huelga de los trabajadores de Escondida, impactó no solo a su industria, sino en todo el país. Fue tan trascendente los más de 30 días de paro de la principal industria del cobre, que afectó los índices de crecimiento de Chile. Así de grave puede ser la conducta de un sector tan relevante de la economía para todo el resto de la sociedad.

Por otro lado, los portuarios de Valparaíso que trabajan para el Terminal Pacífico Sur (TPS) producto del paro realizado el presente año y su conflicto con la Empresa Portuaria por el aforo de las cargas limpias, han generado la migración a San Antonio de 18 cruceros para el próximo año, afectando tremendamente a toda la industria turística regional.

Ahora, si a ello agregamos la “cultura del vivo” que eleva casi al nivel de héroe a ese personaje que hace toda clase de pillería para su beneficio personal, perjudicando a otros o a toda la sociedad, como lo hemos podido constatar en importantes instituciones del estado como Carabineros, el fútbol, la política y en tantas instituciones afectadas por la corrupción o en aquellos otros que eluden impuestos o aprovechan beneficios del Estado que no les corresponde.

¿Cómo responden unos y otros frente a los daños que ocasionan sus decisiones en el resto de la sociedad? Como siempre lo pagan, una vez más, directa o indirectamente los más débiles y en su defecto, Moya, porque al parecer la justicia no ha dado el ancho.

Nadie discute el derecho de los diferentes sectores a defender sus intereses. Es muy justo que lo hagan.  El tema es cuál es el límite. No puede ser a costa del sacrificio de otros que legítimamente y en iguales condiciones tienen los mismos derechos.

Sabemos que en toda sociedad los intereses de uno afectan los del resto, de allí que al final es el Estado el que debe resguardar el bien común. Sin embargo, si el gobierno de ayer y de hoy responde primero a las presiones e intereses de poder que al bien común; si la justicia actúa con más dureza con un ladrón de baja monta que con los de cuello y corbata que roban millones; si el congreso legisla pensando en la permanencia personal y de su partido en el poder, antes que, en los intereses reales de todo el país, la verdad que estamos transitando por un camino muy fangoso que nos puede llevar a un final bastante infeliz para todos.

Perder nuestro carácter solidario, no es solo renunciar a un rasgo de nuestra identidad, sino es enfermar el alma y empobrecer nuestra sociedad. La solidaridad es el único camino posible para construir sociedades más justas, más dignas y en definitiva más felices.

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