El adiós a Lagos

Ismael Llona
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Pudo haber sido mejor su retiro, Presidente, pero no lo quiso así el actual Comité Central del actual Partido Socialista.

Convengamos que ni políticas de centro, como las que Ud. personaliza, ni políticas de izquierda, como las que humildemente sigo empujando, pueden ya ser encabezadas por ese partido, que existe en gran medida por la claridad y el aporte que Ud. hizo a la democratización de Chile, pero que ha caído en el asambleísmo cupular, en la desorganización, en la ausencia de ideas y, en alguna medida, en la corrupción.

Renunciaré ahora al Partido Socialista. Será mi homenaje a lo que Ud. hizo contra la dictadura y que no será olvidado por la historia.

Lo seguí poco en los últimos años, Presidente. En mi vida de jubilado me interesaron más los asuntos internacionales (tan desconocidos hoy incluso por los nuevos políticos) y la colaboración, en la medida de lo posible, en el surgimiento de una nueva izquierda, Vengo en eso desde antes de los sesenta, con aciertos enormes como los del período de la Unidad Popular y la lucha de masas contra la dictadura, y los derrumbes políticos causados por la debacle de nuestras izquierdas históricas, no tan distintos a los del campo socialista y a la amputación de la izquierda de la Concertación, y muy análogos a los que ha sufrido la izquierda en todo Occidente.

Pero guardo, como ganancia política y humana, nuestra común lucha en la UP, en la resistencia democrática y en la conformación del bloque que derrotó políticamente a la dictadura y abrió camino a transformaciones profundas que aún están pendientes.

Le agradezco su trato caballeroso y amigable y el respeto que siempre tuvo por nuestras ideas. Gracias a Ud. trato de mantener, hasta ahora, una visión alturada - tan poco usual en Chile - de lo que debemos hacer en el mundo. Ud. elevó la vara cuando era más difícil y nos enseñó con el ejemplo a no ser ni chupamedias ni lamebotas.

En los cincuenta aprendimos a reír en los calduchos del Instituto Nacional, esos en que no fallaba Larach. En los sesenta sabíamos que lo que vendría sería mejor. En los setenta vitoreamos la victoria y sufrimos la crueldad de la vida imperial real. En los ochenta nos empinamos desde el Fortín Mapocho hasta el triunfo del NO en el plebiscito.

Le agradezco nuevamente que me haya ido a visitar en 1985 a la cárcel de la CNI, pocos meses antes que a Ud. le tocara la amenaza y la prisión, el día del intento de asesinar a Pinochet.

Le agradezco también el trabajo maravilloso que Ud. me encomendó por tres años en Haití.

A Ud. lo ultimaron como a César. En su senado y por la espalda, con disimulo y secretos. Hubo allí muchos Bruto (1), ahijados y aprendices suyos, varios de ellos a su derecha, como el partido radical del que Ud. se alejó hace decenios.

El escenario de su caída ha sido otra señal clara de la decadencia y el entierro de una política que se apartó de la gente y de sus intereses.

Si hubo dudas ahora se disiparon.

Por antiguos caminos muy parecidos que sólo al final se hicieron disímiles pero no contrapuestos, hemos pretendido lo mejor para Chile y su pueblo.

Usted lo ha dicho: la vida continúa. Quiero agregarle, la victoria del 88 y del 2000 fue nuestra.

 (1) “¿Qué haces, Casca, villano?... ¿Tú también, Bruto, hijo mío?” (De la historia romana, año 44 AC).

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