El cardenal Silva y el estallido social

Muchos se preguntan qué habría dicho y cómo habría actuado el cardenal Raúl Silva Henríquez ante la profunda crisis que vive la sociedad chilena. Vivimos hoy un conflicto social de hondas repercusiones, en momentos que se advierte un descontento generalizado a un modelo económico y social que está muy lejos de satisfacer el alma nacional.

La falta de solidaridad, la desconfianza generalizada en toda la institucionalidad del país, desconfianza que involucra al poder político en todo su espectro, a los empresarios y su desmedido afán de lucro usando para ello la colusión y la mentira, al poder judicial durante la dictadura y después de ella, Carabineros con sus millonarias estafas del alto mando. Las Fuerzas Armadas por los atroces atropellos a los derechos humanos durante la dictadura y ahora con el uso delictual de los fondos reservados para lucrar a costa del pobre.

En tantas instituciones públicas, en las iglesias por los abusos sexuales de sacerdotes católicos que traicionan a Jesús y su mensaje, y otros que abusando de su poder pastoral se enriquecen usando a Jesús como escudo para lograrlo. En fin, todo el tejido social del país involucrado en la injusticia y la inequidad.

Estos hechos constituyen el sello distintivo que rubrica nuestra crisis actual y que demuestra que estamos frente a una crisis moral de envergadura, como consecuencia del egoísmo, el abuso en contra del más pobre, la codicia, el dinero fácil, en una sociedad donde el bienestar de unos pocos se consigue mediante el abuso a los más débiles, a quienes el sistema neoliberal los obliga a servir al más fuerte, servir a aquellos que han logrado escalar a los más importantes cargos del poder político, poder judicial, poder empresarial, poder militar o poder religioso.

Y ellos, los más débiles, los que trabajan para el bienestar de los más ricos, pasan a ser las víctimas de un modelo perverso y corrupto.

El cardenal Silva en cierta oportunidad, al referirse al modelo neoliberal, cuando muchos aplaudían sus cifras que mostraban aumentos sustantivos de crecimiento económico y del ingreso per cápita nos dijo, "El crecimiento económico, el aumento del Producto Interno Bruto, no debe ser la medida del bienestar, sino solo un instrumento para resolver los graves problemas de la desigualdad social". Y agregó, "Así pues, el crecimiento no es un mero problema económico, sino que se inscribe al interior de un problema ético, de justicia social redistributiva".

Estas expresiones de don Raúl nos muestran con claridad su pensamiento social. No se opone al crecimiento económico. Al revés, lo estimula, pero lo condiciona al servicio de la justicia social agregando una palabra clave, redistributiva.

El Banco Central de Chile informó, el 19 de marzo recién pasado, que el ingreso per cápita de los chilenos había alcanzado la suma de US$25.891, el más alto jamás logrado por ninguna nación latinoamericana.

Al transformar esa cifra a moneda nacional, a la cotización del dólar en el mercado interbancario de $724,90 al día de hoy 22 de octubre, ello significa que a cada chileno le corresponde la suma de $18.768.386 anuales, por lo que a una familia promedio de cinco personas le correspondería más de 93 millones de pesos al año. 

Estas cifras demuestran cuánta razón tenía el Cardenal del Pueblo al exigir que cualquier modelo económico, debe procurar la justicia social redistributiva. No lo hicimos así.

El modelo ha logrado que el esfuerzo de los más débiles permita a los ricos ser más ricos y ellos, los pobres, solo pueden observar esa riqueza frente a la pobreza en que se debaten día a día.

El cardenal Silva, el 1 de mayo de 1970, en el Día de los Trabajadores les  dijo, ustedes se preguntan, qué hemos hecho?, ¿qué más podemos hacer para acelerar nuestra liberación? 

Y entonces don Raúl interpelaba al poder político y empresarial diciendo: "¿Cómo hemos satisfecho esa hambre y sed de justicia? ¿Con qué sinceridad hemos vivido la fe en un Dios que se hace hombre y nos visita, y nos juzga en la persona del pobre al que le negamos sus derechos?".

Y agregaba: " Quién espera, y con razón, a hacer valer su dignidad de persona, no puede tolerar ser un objeto pasivo de decisiones que otros toman por él, eximiéndose de comprometerse él mismo en la gestión de su propio destino".

Eso es lo que está haciendo   hoy el pueblo chileno, no está dispuesto a tolerar las decisiones de aquellos que han abusado de su poder, de aquellos que han permitido que el ingreso anual de cada chileno sea de $ 18.841.930 cuando su sueldo mensual es de $300.000 o su pensión de vejez de $120.000.  

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