El cardenal Silva y el plebiscito de 1988

Un año antes del plebiscito, precisamente el 27 de septiembre de 1987, el cardenal Raúl Silva Henríquez cumplía 80 años.

En esos momentos ya nadie dudaba que un año más tarde se realizaría una votación, la que podría permitir la continuidad de la dictadura y el gobierno de Pinochet por ocho años más (opción SI) o llamar a elecciones presidenciales para el año 1989, sin Pinochet (opción NO).

Con las severas limitaciones, propias de un régimen dictatorial, las fuerzas políticas de oposición en clandestinidad iniciaron un debate acerca de si existían las garantías suficientes para un acto electoral limpio y no fraudulento como lo había sido el de la Constitución del 1980, que se aprobó sin registros electorales.

Al interior de los dirigentes de oposición existían evidentes dudas si el plebiscito se realizaría mediante registros electorales limpios, que diesen garantías de una votación democrática, o se trataba de una nueva estrategia tramposa de la dictadura para perpetuarse en el poder. En este sentido la comunidad internacional jugó un rol muy importante al exigir la validación del padrón electoral.

Además, al interior de la oposición se presentó la evidente discusión acerca de sumarse al itinerario de la dictadura o aceptar la postura del Partido Comunista, que sostenía la tesis de la insurgencia armada y su absoluta desconfianza con una dictadura que había demostrado su desprecio por las normas de convivencia democrática.

En este ambiente se cumplía el 80 natalicio de don Raúl, quien con valentía y coraje había utilizado todo su poder moral para denunciar los atropellos a los derechos humanos de la dictadura y su protección a los perseguidos mediante la creación de la Vicaría de la Solidaridad. Su fecunda labor era reconocida y respetada nacional e internacionalmente.

Fue la voz de los sin voz, fue la figura más notable que enfrentó a los abusos de la dictadura, el varón santo y justo que cumplió a cabalidad su función de pastor amante de sus ovejas, fueran o no católicos.

El propio don Raúl recuerda en sus memorias lo que ocurrió en su cumpleaños número 80 de la siguiente manera:
Fueron unos días inolvidables los de aquel cumpleaños.

"Un grupo de amigos encabezado por Reinaldo Sapag, el compañero más fiel de mi vejez, quiso regalarme una celebración en el Circulo Español de Santiago. Yo pensaba que irían unas 50, tal vez unas cien de esas personas a las que tanto quería y debía, y que tendríamos una velada de camaradería, algo íntima y melancólica.

Llegaron 1.200.

Yo creía y estaba seguro de no ser santo, como dije en esa ocasión, pero viendo esa muchedumbre, donde se mezclaban hombres de todas las clases sociales y de todos los partidos políticos, de varias religiones, de todas las clases sociales y de los más diversos ámbitos de la cultura, me sentí obligado a dudarlo. Con un estremecimiento dije:

Yo creo que es posible construir la patria y además es posible no renunciar a nuestras diversas maneras de pensar, porque cada uno de nosotros debe aportar algo a esta construcción tan bella que se llama Chile. Creo que esto es realidad, y si no, no estaríamos todos juntos aquí para celebrar a un hombre que sólo ha tenido la habilidad de decir que Chile vale más que nosotros".

Don Raúl no cuenta en sus memorias como terminó su emotiva alocución. En pleno conocimiento del debate interno acerca del plebiscito y la necesaria unidad estratégica de las fuerzas opositoras, levantó sus dos brazos y con lágrimas en los ojos terminó sus palabras con voz atronadora, diciendo con fuerza: ¡Por el amor de Dios, UNANSE!

Una ovación de las 1200 personas reunidas cerró su emotiva petición.

No sé cuánto influyó su ruego en las fuerzas políticas, pero en el hecho, poco después, la mayor parte de las organizaciones opositoras a Pinochet decidieron estimular la inscripción en los registros electorales y así participar formalmente en un plebiscito que logró triunfar ante la dictadura. Fue el triunfo de los demócratas, fue el triunfo del cardenal Silva.

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