El Cristo roto y la brutalidad humana

Ismael Llona
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La práctica del canibalismo tribal está hoy completamente extinguida y  el canibalismo en algunas tribus que lo practicaban hasta el siglo XX (los korowai de Papúa Nueva Guinea por ejemplo) es hoy un mito que se vocea sólo para atraer más turistas o mentir en la prensa y la TV amarillas.

El canibalismo practicado por bestias humanas occidentales, algunas de ellas ultimadas cuando lo practicaban individualmente, en Rouen, Rotemburgo o Miami (en los últimos años) son afortunadamente excepciones excepcionalísimas.

En otros planos, en el de las relaciones sociales y económicas planetarias, sigue habiendo, sin embargo, esclavitud y explotación, y el hombre sigue siendo, en general, el lobo del hombre.

En Chile, por lo demás, sabemos que en el período de la dictadura, junto con existir un 50% de niños bajo el índice de pobreza, fueron premiados la tortura y el asesinato cruel, millones de años después del surgimiento del sapiens.

La especie humana tiene de entre 3 y 7 millones de años. Proviene de la evolución y desarrollo de grupos de primates. Ahora tenemos la noticia de que no hubo eso de que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza (lo que era bonito) sino que los primates se hicieron humanos por la necesidad, el amor, el trabajo y el lenguaje o (lo que es más desafiante).

No todos los primeros miles de seres humanos nacieron igualmente evolucionados, ni eran idénticamente sapiens que sabían que eran sapiens. No todos, además, siguieron evolucionando al unísono. La especie sí pero cada uno de sus miembros poseía y posee especificidades y personalidades.Hasta hoy, en que planteamos que los siete mil millones de seres humanos nacen libres e iguales.

La igualdad es en biología, dignidad y derechos pero no, desgraciadamente, en la economía, en neuronas, herencias, grados de sociabilidad y explotación, capacidades, infraestructura social, educación y todo tipo de inteligencia.

Pequeños bolsones de monstruos, idiotas y trastornados habitan aún entre nosotros. Algunos individuos graves, en hospitales y clínicas. Hay quienes vegetan entre los pobres. Otros, arriba, al interior de casonas de ricos, ocultos a la mirada ajena y a la luz del sol y apoyados en sobrevivir “porque Dios lo quiere”. No hay que idealizar al respecto.

Hay algunos, además, que, más o menos voluntariamente, llevan el bruto dentro aunque en la superficie parecen normales.

No se trata del lumpen, despreciado en las escuelas filosóficas revolucionarias más igualitaristas. Se trata de los que aún conservan las anomalías o las características más animales de nuestros ancestros, habitando en cualquier nivel social y embrutecidos en el pueblo por los vendedores y propagandistas de las drogas, y arriba por comerciantes del éxtasis y las píldoras y licores más atrayentes y mortíferos.

Hay aún brutos en la especie humana. Gente que guarda las características perniciosas de la bestia de la que descendemos o a partir de la cual evolucionamos.

Algunos ejemplos de nuestra historia: los que ultimaron indígenas para apropiarse de sus tierras; los que asesinaron sin piedad en la Escuela Santa María de Iquique; los que torturaron en la dictadura y después; los que ordenaron el bombardeo de La Moneda cuya resistencia era heroicamente suicida; los que quemaron a personas vivas; los que  tiraron gente viva desde helicópteros, los que sembraron de cadáveres el mar; los degolladores.

Y algunos en el mundo: el rey católico Ricardo Corazón de León que, en el siglo XII, degolló, en una cruzada, a 3 mil prisioneros musulmanes a las puertas de Jerusalén; el Presidente de los EEUU que ordenó matar a cientos de miles de japoneses indefensos con bombas atómicas en la Segunda Guerra Mundial; el austríaco que se refociló quemando miles de judíos y comunistas; los que ordenaron las bombas de napalm que ultimaron cientos de miles de personas en Indochina; los que desnucaron en Asia, África y América; los que violaron niños y enfermos, también en Santiago de Chile.

Y otros primates vestidos de seres humanos, aquí, allá y acullá.

Puede ser que quienes hace poco asaltaron la Gratitud Nacional, tomaron de rehén una imagen de Cristo crucificado y la destruyeron con entusiasmo, hayan sido alguna vez abusados por curas degenerados y pedófilos. Si son detenidos ya lo sabremos.

Pero también puede ser que los jóvenes que arrastraron y golpearon y quebraron el crucifijo que representaba al creador de una religión (mayoritaria en el país) que suma más de 2 mil años y es integrada por casi mil millones de personas de los siete mil millones de seres humanos, sin que existiera incluso ninguna guerra santa entre nosotros, sean integrantes de pequeños bolsones poco humanos de nuestra sociedad.

Queda aún mucho para que la bestialidad se mantenga y el hombre sea el lobo del hombre.

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