El cura obrero, el estallido y el coronavirus

Hace poco más de una semana murió Mariano Puga, el cura obrero que supo, en diferentes etapas de la historia de Chile, crear resistencias, promover obras que dignificaban a la persona y defender los derechos del pueblo, concepto escondido y silenciado durante tres décadas y que hoy vuelve a ponerse al corriente, en el marco de lo que se ha denominado “estallido social”.

Mariano, en una de sus últimas cartas, resumió la postura que tuvo en sus más de sesenta años de sacerdocio e hizo un diagnóstico que hoy vemos con estupor, “La revolución no se hace con los poderosos, sino con aquellos que hacen suya la causa de los sin poder y ésos nos faltan hoy. No veo cómo este sistema los va a producir, más bien al revés, el sistema toma a los sin poder y los transforma en los adoradores del modelo de consumo”. Palabras certeras que describen un mundo que se expresa en la actual crisis sanitaria provocada por la propagación del Coronavirus.

Hemos vivido la ilusión de ser sobrevivientes y que el éxito de esa faena, depende de lo que cada uno/a es capaz de hacer por sí solo/a, y en esa sentencia sólo cabemos nosotros y nuestros más cercanos.

Una constatación sombría que se puede identificar en el feriante que subió las papas y la lechuga; en el supermercado que aumentó el valor de los productos de higiene; las farmacias, las mismas de las colusiones, que han elevado el precio de las mascarillas, el alcohol y la vitamina C; los bancos y su severidad en el cobro del crédito; el liderazgo gubernamental renuente a auxiliar a los trabajadores informales; y la vecina y el vecino que acapara para, en los supuestos tiempos de escasez, tener incluso lo que no será capaz de consumir.

Este peligro sanitario testimonia la crisis social que reflejó el estallido de octubre: duradera, sofocante, indignante y dolorosa, que no sólo refleja un sistema construido en base a la injusticia, sino también, de algún modo nos revela la cultura del individualismo que nos infundieron a fuego, como complemento de un éxito, en el mejor de los casos, parcial y efímero.

Hasta hace unas semanas estábamos construyendo comunidad, re-conociéndonos, aprendiendo a exigir nuestros derechos y comprometiéndonos a cambiar un sistema que oprime la libertad y los deseos y exprime el vigor y la pujanza, en virtud de la riqueza y suntuosidad de unos ínfimos, lucha que se desata en octubre del 2019 y que ha tenido consecuencias que no pueden ser desoída; muertos, heridos, torturados y presos y presas políticos/as olvidados por la institucionalidad estatal.

Para colmo, hoy, además del pánico y la preocupación legítima por el Coronavirus, han surgido voces que pretenden relegar las reivindicaciones sociales; aducen el gasto público que significa la crisis sanitaria, llaman a la unidad detrás de medidas que no conducen a mayor justicia social, sino que, en el mejor de los casos, aplacarán algunos meses de subsistencia, pero no resolverán los problemas sociales de fondo.

Buscar en la crisis sanitaria una oportunidad para perpetuar las estructuras del sistema socioeconómico, es un ejercicio estéril, la crisis del Coronavirus es, además, la consagración de un diagnóstico social que será superado cuando los cimientos del neoliberalismo, incluidos los culturales,  sean removidos y sepultados en el Chile que Mariano condenó, para dar paso a un Chile que nace desde su comunidad virtuosa que clama, al igual que el cura obrero, "¡El despertar no tiene que morir nunca más!".

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