El diálogo como antídoto

¿Por qué apostar por el diálogo y por los acuerdos?

Desde hace algunos años, la valoración pública de ambos conceptos no para de caer. Ya no son sólo las narices arrugadas ante las cocinas de la transición, de los acuerdos de los que nadie se enteraba y en que pocos participaban. Hoy su descrédito es aún más profundo.

Para una parte del país, diálogo y acuerdos parecen no ser otra cosa que una excusa que busca evitar los cambios, un freno de mano para las transformaciones históricas y una trampa del neoliberalismo. Para otros, en tanto, insistir en ellos no es más que una muestra de la falta de coraje para defender las ideas y principios del sector, de parte de quienes no quieren entender que la izquierda "quiere pasar la máquina".

En medio de este ruido a ratos insufrible, la Convención Constitucional es por hoy el centro de esta batalla centrípeta en que se ha convertido la construcción de una propuesta de nueva Constitución para Chile. Muchos mundos que no se tocan, ni conectan. ¿Diálogos y acuerdos? Parecen sospechosos, algo se traen entre manos.

Pero la hora avanza y ni siquiera el más prolífico de los autores de ficción podría lograr que le demos curso a todas las posibilidades de un Chile futuro, a todas las versiones para un solo futuro. La posibilidad de un fracaso crece y todos se dan cuenta. Porque es una, sólo una la oportunidad de escribir una propuesta para todos y todas que sea no sólo mayoritaria, sino también legítima.

Las opciones parecen de cajón: o nos entendemos y buscamos grandes acuerdos o esto se convierte en un cuadrilátero de lucha libre incapaz de consensuar una sola línea que dure más de cinco años. Claro, siempre hay más opciones, como chutear la pelota al córner y extender los plazos del debate, como vivaz y perniciosamente se propuso esta semana.

Hacia el final del camino, entonces, estoy seguro de que volverá a aparecer la política. Para el vasco Daniel Innerarity, "la política es precisamente el intento de articular esa diversidad de perspectivas". La política democrática es signo de humildad y respeto, de entender que quizás el otro tiene la razón, ha dicho Meritxell Batet, militante del PSOE y presidenta del Congreso de los Diputados de España, al comentar la idea de Innerarity.

Ante la justificación de la violencia física y la política, de mundos que no se conectan y tampoco lo pretenden, soy un convencido de que el único antídoto es el diálogo y que, a través de éste, se le dará la conducción y legitimidad necesaria al proceso constitucional.

En mi caso, casi como si de un insulto se tratara, tengo que reconocer que soy un político, que mi vocación es la de aquellos que creen en lo público y que las instituciones, la hoja de ruta de una comunidad y el futuro de un país no se puede diseñar a pedido, para un solo sector. Soy de aquellos que entienden que el enamoramiento por las ideas propias es casi siempre una trampa y que, para ganar, siempre hay que estar dispuesto a perder algo. Orgullosamente, en los próximos meses en la Convención, y como muchos y muchas otras, seguiré insistiendo por la política, el diálogo y los acuerdos.

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