El espíritu fundacional de las revoluciones

Están instaladas muchas de las ideas matrices de un estado de derecho moderno, liberal y laico (hay mucho por avanzar sin duda).

Están instaladas ideas por ejemplo que no se lucra con la educación, que hay que poner límites entre la política y el dinero, que debe haber mejor información para los consumidores, que los alimentos deben ser saludables, que el Estado debe ser eficiente, que es necesario fortalecer la educación pública, que la gratuidad universitaria debe garantizar a todos su formación profesional sin importar su condición económica, que el sistema previsional requiere una mayor preocupación del Estado que implemente un sistema más solidario alternativo y/o complementario, que los recursos naturales deben cuidarse, que se debe preservar el medio ambiente aunque establecer políticas claras que estimulen la inversión, que ninguna circunstancia justifica atentar con los derechos humanos de los ciudadanos, que los crímenes del Estado deben ser perseguidos y castigados, que es necesario una economía que crezca pero también que reparta mejor, que urge más tecnología e innovación pensando que nuestros principales recursos naturales se agotan o no tienen valor agregado, que hay que luchar contra la corrupción de donde venga, que necesitamos políticas para solucionar las demandas de los pueblos originarios, etcétera.

Son más las cosas que nos unen de la que nos separan. No hay duda, a pesar de esas minorías insólitas, a pesar de esos outsiders de los tiempos.

Con todo, y aclarado el tema del peligro, no es igual Piñera que Goic, ni Guillier que Sánchez. En general, tiendo a pensar que los candidatos todos tienen buenas intenciones, algunos están más alineados con la realidad de nuestros tiempos y los menos que viven en una época de novela histórica.

Por eso de la discusión voy a sacar a Kast y Artés, que si bien pueden representar todavía a pequeños (o no tan pequeños) grupos de personas que no han sabido comprender el mundo que vivimos, los demás más o menos representan los valores que hoy están en juego en las democracias contemporáneas.

Artés no amerita mayores comentarios, Kast, sin embargo sí, porque es la muestra palpable que en nuestro país, todavía subsisten personas que avalan la Dictadura pinochetista justificando los crímenes o imponiendo una moral ultra conservadora cuyos predicamentos resultarías vergonzantes incluso para partidarios de Trump o de la ultraderecha europea.

De los seis restantes, dicen muchos, no hacemos uno. Quizás sea cierto, ninguno tiene el carisma de Napoleón, el liderazgo de De Gaulle, la bravura ética de Allende, la ubicuidad de Obama, la respetabilidad de Lagos. ¿Pero, podemos ser moderadamente optimistas sin esos liderazgos, carismas, valentías y ubicuidades? Creo que sí.

¿Podría Piñera finalmente ser capaz de construir una nueva derecha, una alejada de la dictadura, liberal de verdad, una derecha republicana y democrática una y mil veces anunciada y prometida? Es posible, pero para ello tendría que sacudirse de todo vínculo con sus socios más recalcitrantes, donde aún hay mucha reminiscencia franquista.

Una derecha que aún cree que los liceos deben seleccionar para ser de excelencia, donde abogan por la libertad de los padres a elegir la educación e sus hijos cuando para elegir necesitan plata, elegir qué comprará cuando están endeudados, elegir donde vivir si las ciudades están llenas de guetos amurallados y enrejados… en fin una derecha todavía cree que los ciudadanos somos niños sin cabal libertad de conciencia.

¿Son muy distintos Guillier y Goic? pensando que con pequeños detalles son herederos de la coalición de gobierno quizás más exitosa de los últimos 70 años. La campaña ha ido exacerbando diferencias, pero son un poco artificiales, en ambos equipos hay quienes buscan su cuota en la política, es decir el famoso “poder por poder” y en ambos vemos genuinos intereses programáticos.

Tras la senadora un grupo que pretende llevar a la DC a la derecha, no sé si puedan producir un quiebre tan drástico el domingo en la noche como el anunciar que ese grupo de militantes votará por Piñera. Sería una derrota para la DC, en cambio quizás si habría salida digna con una negociación exitosa con lo que queda de Nueva Mayoría.

No aporta mucho el PC en esa coalición, ya que a cambio de disciplina y compromiso resta con sus ambigüedades respecto del régimen de Corea del Norte, Cuba o Venezuela, estableciendo aparentemente un doble estándar para juzgar dictaduras o pseudo dictaduras más bien propias de la Guerra Fría que de los tiempos que corren. O el PC se renueva o la coexistencia pacífica de una centro izquierda moderna no tendrá mayor futuro.

Las equívocas y ampulosas alternativas de los tres restantes no ofrecen muchas garantías de gobernabilidad si persisten en quedarse fuera. Podrían seguir aportando con sus críticas frescas y análisis renovados, pero tendrán que reconocer el estado del arte de la convivencia nacional construido en estos extensos años de transición.

Ni el Frente Amplio, ni el Progresismo, ni el Socialismo Navarrista son tan amplios, progresistas ni socialistas como pretenden, apenas son una bravata para seducir a esos indignados desencantados y apáticos que más temprano que tarde tendrán que sumarse a reconstruir el país desde la realidad, salvo que pretendan como lo hace Artés más a la izquierda, que Chile debe ser borrado y reescrito, como si estuviéramos solos en los territorios de Sudamérica y como si el mundo todavía fuera tan lejano y distante como lo era antes de Colón.

La realidad pos moderna no es buena ni mala, es apenas una oportunidad de reordenarse, deshace los paradigmas excluyentes para incorporar nuevas e inclusivas reflexiones en nuestro quehacer político y ciudadano.

El domingo tendremos una nueva elección, estoy convencido que votará más gente de la que pensamos. Habrás quiebres, llantos y alegrías, cálculos por doquier para explicar con números el modo de recomponer las fuerzas para la segunda vuelta. Pero nada pondrá en riesgo el país que se ha construido y nada evitará lo que falta por construir. Casi nada. Para eso sí, hay que ir votar. Es lo responsable y lo ciudadano. No hacerlo es dejar que otro decida por uno y eso no nos hace bien.

Ya no será el pueblo oprimido ni los indignados pesimistas ni los empresarios poderosos ni la beatería terrateniente, serán los ciudadanos nuevos los que tendrán en sus manos y en su lápiz la posibilidad del cambio que la nueva modernidad nos regala para seguir exaltando el residuo virtuoso del espíritu fundacional de las revoluciones.

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