El gabinete y el personalismo del poder

Piñera reforzó el "piñerismo", es la síntesis de gran parte de los analistas referida al cambio de ministros que hizo esta semana el gobernante. Ante la impopularidad y la ineptitud recurrió a viejos amigos, hace mucho incondicionales de Su Excelencia, y a los más cercanos que estaban cuestionados les retuvo confirmándoles en el Gabinete.

Así, se agravará el personalismo que impera en esta gestión como sello del ejercicio en el poder de la actual administración. En rigor, estamos ante una severa deformación en la concepción misma de lo que es un Secretario de Estado, este concepto básico en la tarea estatal, en el criterio piñerista se reduce a la palabra "secretario", es decir, el Presidente concibe y define ese papel, como de incondicional subordinación, independiente de las habilidades o capacidades de los involucrados.

Por eso recurre a sus amigos o conocidos, porque le tienen que hacer caso sólo a él; no es casual que el gabinete carezca de personeros con peso político propio, cuyo criterio pueda ser independiente del mandatario; sus ministros son exclusivamente subordinados a él; deben informarle, obedecerle y ofrecerle una incondicionalidad irrestricta. Parece que mientras más baja en las encuestas, más personalista se pone.

En particular, los partidos tradicionales de la derecha deben contemplar y resignarse a los enigmáticos vaivenes del mandatario, a que opere sin que ellos graviten en sus decisiones, a observar como las piezas del cambio ministerial se ajustaban por los criterios amicales del Presidente, y que un factor decisivo como es la conducta política de lealtad o deslealtad hacia el gobierno y el conglomerado, al final de cuentas, no importara nada. En el reparto de cargos un partido ganó y otro perdió, pero eso pasa a ser una cuestión enteramente accidental.

De esta manera, la derecha tanto política como económica ha caído en su propia trampa, adularon y enaltecieron a Piñera al punto que este ahora está convencido de habilidades y destrezas excepcionales, que le han llevado a concluir que el único capaz de resolver los desafíos del gobierno es él mismo, espejismo que le hace rechazar lo principal: Que la tarea de gobernar es un desafío compartido, esencialmente social y que no es un mero instrumento de lucimiento personal.

La ruta que sigue Piñera lleva a una grave distorsión del sistema presidencialista de gobierno y su transformación en un régimen personalizado de poder que afecta la institucionalidad democrática en su conjunto. Su conducción manifiesta un desprecio, al menos un menoscabo profundo, a la política y los partidos, que es paradójico en quien fue presidente de un partido y ahora es el Jefe de Estado.

El gobernante cada vez concentra más poder de carácter personal, sin detenerse a reflexionar que ese proceso de exacerbado personalismo va contradiciendo la esencia de la democracia. Las reiteradas descalificaciones hacia la oposición, por tener posiciones propias, son una manifestación de ese fenómeno. Piñera cree en una oposición de amigos, de "cafecitos" para comentar la contingencia, de palabras de buena crianza, pero no acepta una oposición política propiamente tal.

En democracia, gobierno y oposición son protagonistas igualmente legítimos. Hay que prestar atención a este fenómeno de exacerbado personalismo; no se trata sólo de la administración gubernamental hay un impacto sobre la base misma de la gobernabilidad democrática a la que se debe prestar atención. No nos cansemos de cuidar la democracia.

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