El mal humor neoliberal

En los últimos días hemos escuchado repetidamente en los medios de comunicación la palabra trending topic, peak de sintonía, fenómeno mediático. La mención periodística no alude a la nueva teleserie nacional, ni tampoco a las novedades que ofrece en el cable o NETFLIX. La popularidad que aluden y gozan los medios se produce cuando alguien despotrica contra los políticos.

Es indudable que se ha vuelto un buen negocio criticar a los políticos y, como buena moda que vende rating, todos los días escuchamos, de capitán a paje, repetir el libreto de que todos los partidos son lo mismo y todos los políticos son corruptos. Lo primero, obviamente, es preguntarse si estas críticas son justificadas o son injustas. Y aquí tampoco hay dudas.

El malestar con la política tiene justificación en escándalos de corrupción indignantes como el caso PENTA, el soborno a un senador de la UDI para que legisle a favor de Corpesca, el mismo caso Caval, SQM y otros que podríamos citar.

Es más, algunos sostienen que la indignación ciudadana estaría llegando a tal nivel que ya no es solo malestar o apatía como antaño. Vaticinan que lo que viene ahora es bronca, mientras que otros pregonan que lo mejor es derechamente dejar de participar. Lo presentan como si el gran logro democrático del siglo XXI es que nadie vote y solo unos pocos desubicados participen en las próximas elecciones.

Lo que hay que preguntarse es qué se esconde tras esta crítica desenfrenada. ¿Habrá acaso una genuina denuncia para que las cosas cambien o es solo un afán por subir el rating y hacerse famosos?

Estoy convencido que tras los escándalos de corrupción que han remecido al país hay más que unos cuantos personajes inescrupulosos y ambiciosos. Lo que revela de fondo la corrupción en Chile es la intención del poder económico de subordinar al mundo político y a los funcionarios públicos a sus propios intereses.

Y cuando estos mecanismos de corrupción son develados o se agotan, como está ocurriendo con el financiamiento ilegal de campañas, el soborno de funcionarios públicos o el tráfico de influencias, surge la angustia de quienes se ven amenazados por las reformas democráticas que le quitan poder a los grupos económicos.

La reforma tributaria, el fin del binominal, el término del lucro en la educación, la reforma laboral, son reflejo de la soberanía que ejerce la democracia. Incluso, hipotéticamentepodríamos decir, que ahora que la clase dominante ha perdido parte del control que históricamente ha tenido sobre el mundo político, y la política actúa con más soberanía, ellos apuesten por su deslegitimación o destrucción.

En otras palabras, hay quienes creemos que esta crisis de legitimidad de la política se soluciona con leyes muy duras que sancionan cualquier irregularidad, especialmente cuando ella se deja comprar por el poder económico. Pero hay otros que apuestan por radicalizar la crítica y ridiculizarlos a todos para que en medio del desencanto se haga popular alguien más fácil de manipular.

Se apuesta por figuras de show televisivos, ojalá sin ideología ni principios, pero caras nuevas y simpáticas, porque ya no venden el rostro vetusto y serio de Novoa, Allamand y Zaldívar.

No vaya a ser cosa que a la vuelta de la esquina y, sin querer queriendo, nos encontremos viviendo en la utopía neoliberal: un país sin política, sin ciudadanos y solamente gobernado por el poder del dinero. No sería nada de gracioso.

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