El negocio de los conversos

Cambiar de opinión es algo que ocurre frecuentemente y no es algo que debiera espantar a nadie. La vida tiene siempre lugar en una perspectiva limitada y nunca son completos los elementos de juicio que tenemos para comprender una situación o para sacar una conclusión definitiva sobre todos los temas que nos interesan.

Eso hace que nuestras creencias y opiniones puedan modificarse con el tiempo sin que ello signifique una inconsecuencia o un quiebre de los valores que sostienen nuestra honra.

Hay sin embargo casos en los que esta obviedad se hace más discutible y en los que el cambio de postura bordea la traición o el transfuguismo.

En medio de una guerra, un cambio de bando sería de inmediato juzgado como traición y penado con la muerte. En la política ocurre algo menos peligroso, pero tampoco tan intrascendente como para que ello no exija serias explicaciones.

Esto se debe al grado de compromiso que una postura política implica, pero también a las consecuencias que una definición personal tiene para los compañeros de ruta o para los ciudadanos de una nación. El transfuguismo político afecta la coherencia valórica y la consistencia de las ideas que se han defendido antes del cambio. 

Por eso los conversos no son en general bien mirados. Se sospecha con razón de sus motivaciones, pues en muchos casos lo que explica sus cambios de opinión no es otra cosa que el desnudo interés personal, el dinero, o el acceso a posiciones de poder, que solo a través del cambio de bando se podría haber conseguido.

El converso político no siempre es bien recibido por sus nuevos  correligionarios. Su volatilidad puede ser un signo de debilidad y su cambio de opinión puede ser recibido con desconfianza.

Si ayer defendía sus posturas con tanta pasión, ¿por qué deberíamos confiar en su honestidad ahora? Es la razón por la cual por lo general el converso entra en una escalada de afirmaciones que van mucho más allá de las que haría un militante con un pasado más coherente.

El converso es más “papista que el papa” y se satisface descubriéndose a sí mismo defendiendo con toda desvergüenza tesis que hasta ayer le hubieran parecido escandalosas. 

El converso pareciera una refutación viviente de las posturas que él ha desechado. Por eso es utilizado por sus nuevos compañeros de ruta y expuesto como una demostración de que el camino de sus contendores es equivocado. Pero hay que decir que esta argumentación es falsa e ineficaz. El converso está desacreditado ante sus antiguos amigos y muy pocas consecuencias se podrán lograr utilizándolo como prueba. El gran argumento en contra de esta utilización es la convicción de que el converso ha traicionado, se ha vendido al enemigo, sus convicciones no eran sólidas, ni tampoco los son ahora. 

El peligro más grande que enfrenta el converso es el de la incoherencia. Si su nueva convicción es sincera tiene que saber explicar y explicarse muy bien el por qué de su cambio y de qué manera son sus mismas convicciones anteriores las que lo han llevado a las nuevas.

El converso coherente no puede dejar de tener una comprensión hacia las motivaciones y la buena fe que anima a sus antiguos compañeros porque esas fueron las suyas propias. Es incomprensible y poco creíble entonces un cambio de bando que se expresa de manera odiosa e indiferente quemando lo que anteriormente se adoraba y adorando lo que antes se quemaba. 

Por eso los conversos locales Ampuero y Rojas no son creíbles y sobre todo este último que por oportunismo político, para mantener un cargo, afirma que lo que dijo hace dos años ya no representa su pensamiento. Esto es doblemente sórdido: por lo que dijo y porque ahora lo niega.

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