El país de los Bingos

En un antiguo reino del fin del mundo, gobernaba un regente que vivía en su mundo, el de la fantasía.Soñaba con que alguna vez había tenido un Banco, cuestión que la propia Reina decía desconocer. 

Del mismo modo, solía repetir cada frase muchas veces, seguro que ello era simpático, cuestión que cansaba a sus súbditos quienes, cada vez más, habían dejado de escucharlo, cosa que le dolía mucho al Rey, ansioso, desde pequeño, de tener la atención de los demás, lo que rara vez había conseguido. 

En su último mandato, buscó más personas similares a el, para gobernar el reino. 

Así, nombró como encargado de las letras, a un desconocido repartidor de leche que, se decía, era famoso por decir las cosas de una manera que el creía divertidas, pese a que nadie, nunca, se había reído con ellas. 

En su última intervención, el ministro lechero fue interpelado por las deficientes condiciones de los colegios de los niños pobres del reino, que el no conocía. No conocía ni los colegios ni a los niños pobres. 

Los colegios estaban en malas condiciones y, entre otras deficiencias, solían lloverse, dentro de las salas, en los meses de invierno, particularmente en el sur del reino, donde las temperaturas podían llegar a varios grados bajo cero. Pero el no conocía nada de eso. Su palacio estuvo siempre calefaccionado, igual que en los colegios donde estudiaron sus hijos, a los que el no llamaba por sus nombres, sino que los trataba de “campeones”, por historias no acreditadas, que el tejía en su febril imaginación, lo cual llenaba de vergüenza a los jóvenes. 

Entonces, el ministro lechero tuvo que dar respuesta a la petición de los padres de los niños que recibían el agua en sus salas y dijo: “Todos los días recibo reclamos de gente que quiere que el Ministerio le arregle el techo de un colegio que tiene goteras, o una sala de clases que tiene el piso malo. Y yo me pregunto, ¿por qué no hacen un bingo?”, recordando una vieja práctica, desarrollada por las comunidades pobres, para solucionar sus problemas, cada vez que, desde la administración del reino, preferían mirar para otro lado, cuando había que asistir a los más necesitados. 

Muy distinto era cuando los agricultores lloraban “sus miserias”, un año por falta de lluvias, otro por exceso de ellas, pero siempre lloraban y, ahí sí, los administradores del reino corrían a asistirlos, con subsidios que pagaban todos, incluso los más pobres. 

Así era en este reino. 

De allí en adelante, se hicieron más populares los Bingos. 

Un grupo de amigos del monarca, otrora presos por sobornar funcionarios, encontraron un nuevo nicho de negocios, vendiendo bingos por todo el reino.

Se creó una pléyade de animadores de Bingos; se construyeron salas de Bingo en todo el reino; hubo que tratar a muchos por adicción a los Bingo y, como todo, esto se acabó cuando el encargado de la defensa, les dijo a los militares, que siempre fueron privilegiados, que no recibirían más recursos para comprar armas que jamás usarían.

Esto, ante su petición, siempre creciente, de obtener más recursos, que usualmente eran aprovechados por los jefes, pues ya no había guerras, amenazaron con hacer tambalear al Rey. 

Eso llevó al Rey a prohibir los Bingos en todo el territorio, lo cual puso de muy mal genio al Ministro de las letras, que volvió a vender leche y nunca más visitó el palacio mayor. 

Tal vez nada de esto haya sido cierto. Tal vez es el cuento inventado, propio de la imaginación de algún niño de las salas que se llueven. 

Dicen que en salas como estas nacen poetas, como en Temuco o en Chillán. 

Pero las salas de los niños pobres…se siguen lloviendo.

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