El problema de la élite chilena

El mes pasado una nota en la Tercera consultaba a destacados personajes cuál es el problema de la élite chilena. Las respuestas, variadas, apuntaban a que los miembros de la élite no se reconocen como parte de aquella, la cual se encuentra encerrada en sí misma sin mirar al resto, a luchas internas de las élites y su falta de responsabilidad por el país.

La crisis de desconfianza hacia la(s) élite(s) hoy, la que es vista como corrupta, inmoral, irresponsable, desconectada y despreocupada de quienes la rodean, no puede desvincularse de una crisis moral de la sociedad mayor, como lo reflejó la columna, El problema está en nosotros de Óscar Cáceres, publicada en otro medio, donde acusa a la ciudadanía de ser contradictoriamente exigente y crítica con las élites pero con criterios muy laxos a la hora de juzgar su propio actuar; una cultura nacional que exalta la pillería, el oportunismo, aprovechamiento, doble estándar y la mentira/silencio como actitudes legítimas y valoradas.

Una ciudadanía de a pie que está cometiendo los mismos desvaríos que la élite de la que desconfía, en medio de una crisis ética general del país ¿Por qué ocurre esto?

Pienso que la élite chilena ha olvidado su tradicional responsabilidad moral con el pueblo de Chile, que de acuerdo al principio de  Noblesse obligue - que confunde las dos acepciones de “nobleza”- tenía que seguir un código de comportamiento mucho más estricto que los demás, pues debían dar ejemplo a la sociedad de cómo  comportarse lo que a su vez reforzaba su legitimidad.

Aún hoy conservamos expresiones como “decente”, “como la gente”, “no ser vulgar”, que asocian el buen comportamiento con pertenencia a la élite.

Pero hace algunos años este principio comenzó a flaquear, tanto a la izquierda como a la derecha, por la irrupción de las corrientes marxista y neoliberal. En la élite de izquierda el marxismo - y ahora en su versión new age de marxismo cultural - establece la irreconciliable pugna entre colectivos opuestos (clases sociales, géneros, razas, etc.) en que cada grupo vela por su propio interés, minusvalorando e incluso aborreciendo el bienestar del otro, por lo que todo, incluso la ética, sólo debe ser funcional al grupo que uno pertenece o defiende.

Este “egoísmo colectivo” fue profundizado hacia el egoísmo individual, con la aceptación acrítica en la élite de derecha, otrora gran defensora del noblesse obligue, de la escuela de pensamiento que sostienen las ideas económicas neoliberales: el individualismo extremo, la amoralidad de las decisiones económicas, y sobre todo, al homo economicus, ese ser egoísta y maximizador de utilidades que evita toda responsabilidad social, que para optimizar su beneficio recurrirá a todos los resquicios disponibles, sin importarle los demás.

Es curioso que la mayoría de quienes critican el individualismo de la sociedad actual, al mismo tiempo lo promueven con el apoyo irrestricto a las ideas económicas que lo sustentan.

Esa élite comenzó a maximizar utilidades a toda costa, con las lamentables malas prácticas que todos conocemos (colusión, evasión de impuestos, cohecho, etc.), y cuando vieron que la gente los observaba y criticaba, su reacción fue sólo justificar y legitimar. Hoy ven estupefactos que la misma ciudadanía que antes les permitió hacer y deshacer, los están imitando con especial maestría, y ahí se atribuyen un rol de juez moral bastante inmerecido.

Asistimos a un preocupante escenario donde se legitiman conductas ilegales, como el robo “sólo si es a gente de plata”, la evasión del transporte público, disturbios y aprovechamiento de distinta especie, incluso celebrándolo. En redes sociales leemos las justificaciones en estas conductas a frases como “los políticos roban mucho más”, “si Piñera/los empresarios lo hacen, ¿por qué yo no?”.

¿Acaso el dependiente de tienda que se lleva existencias para la casa no hace lo mismo que le hizo Sebastián Piñera a Ricardo Claro con las tarjetas de crédito?

¿Acaso el feriano que te muestra frutas bellas y frescas delante, y te entrega las más podridas de atrás, no hace  en el fondo lo mismo que muchas tiendas de retail?

¿Acaso el evasor del Transantiago no hace lo mismo que aquél empresario con su dinero en paraísos fiscales?

Todos ellos sólo van por maximizar utilidades. Incluso el fenómeno de una ciudadanía sumamente exigente pero al mismo tiempo poco dispuesta a sacrificarse es reflejo del mismo objetivo: la maximización de utilidades a un mínimo costo. Hoy la élite está bebiendo de su propia medicina, la misma que ellos administraron al conjunto del país por décadas.

¿Cuál es la solución? Pues sacudirse del liberalismo y del marxismo que dañan la cohesión del tejido social, ser conscientes que el país los está mirando en cada uno de sus pasos, y limitar o reemplazar el homo economicus por un homo solidarius y responsable.

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