El problema es la mala política

Estamos en medio de un debate muy interesante y a la vez esencial para nuestra democracia acerca del por qué la mala evaluación de las coaliciones políticas y del Gobierno en particular. Al respecto, ha surgido entre las diversas opiniones una propuesta que invita a terminar la actual coalición oficialista que se aglutina en torno a un programa, proponiendo una reedición de un conglomerado sustentado sólo en las corrientes de pensamiento ligadas a la social democracia y al humanismo cristiano.

Dicha propuesta para algunos pretendería una nueva versión de la Concertación, para lo cual se debiera prescindir de algunos actores (partidos) que se diferencian en forma y fondo con los ejes políticos señalados.La visión tras esta propuesta apelaría a una mejor conducción política y una nueva definición sobre los objetivos políticos compartidos. En definitiva, intentaría alcanzar más consensos y con ello una mejor articulación de la política de gobierno.

Por otra parte, la oposición argumenta en términos generales que la continuidad de la Nueva Mayoría o un retorno de la Concertación no es la respuesta a las necesidades del país, puesto que las ideas de los partidos gobernantes en la actualidad están agotadas y no habría espacios para que un Gobierno de dichas fuerzas políticas ponga al país en la senda del crecimiento y la estabilidad política. Se presentan como la alternativa para “sanear el estancamiento en que se encuentra el país”, sin presentar las ideas que representan, ni menos una propuesta de ejes programáticos.

Hasta acá una discusión interesante y válida en un sistema republicano que funcione en el código de proyecto país. Sin embargo, pareciera que las dificultades más urgentes del sistema político actual colindan precisamente con la carencia de ideas en los mismos partidos políticos.

En efecto, en el espectro político resulta difícil encontrar consistencia y coherencia con los ejes políticos de la social democracia, del humanismo cristiano y de todas las ideologías existentes, con la sola excepción del existencialismo. En tal sentido, lo preocupante no sería el cambio paradigmático o reflexivo dentro de las tiendas partidarias, sino que justamente la vacuidad de la discusión en el campo de la política.

Esto se desprende de las encuestas como el instrumento decidor, la inconsistencia como conducta habitual en la discusión parlamentaria, la falta de testimonio de vida de las mujeres y hombres públicos, el desafecto por la comunidad por parte de las elites (políticas, empresariales y eclesiásticas), la carencia de liderazgos, entre otras manifestaciones de nuestra realidad.

Alguien podría preguntarse ¿estamos en una situación terminal de la política?, ante lo cual la obvia respuesta con un mínimo de sentido histórico es que ¡no! Estamos en proceso de descomposición política de nuestras elites en el cual no sabemos cuándo toparemos fondo, pero saldremos como lo hemos hecho durante nuestra vida republicana.

En consecuencia, la invitación es a pensar que por legítima que sea la discusión respecto de la política de alianzas o de coaliciones que aspiran al poder, la cuestión de fondo que deslegitima a las instituciones de la democracia es la falta de ética en la política, situación que no es única en nuestra historia como nación.

El poder por el poder es el fin del sentido de la política, cuando se entra en esa lógica es cuestión de tiempo esperar un nuevo amanecer. 

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