El progresismo sumiso

El Estallido social y la crisis nacional en curso han desplomado el apoyo al gobierno con una total debacle en la alianza política de derecha y, paradojalmente, activaron un progresismo dócil a la tecnocracia autoritaria dominante.

Se trata de un fenómeno alentado por un desleal objetivo, el de desfigurar los objetivos de las demandas del multitudinario movimiento social que las representa y de las organizaciones que lo agrupan. Ciertas voces de este progresismo sumiso tuvieron roles significativos en sucesivos gobiernos pos dictadura, con diferentes funciones y éxito en los mismos, pero gozan de una amplísima figuración mediática.

El rasgo distintivo de este elenco de figuras, algunas de las cuales exhiben vistosa prosapia, es su estricta y cuidadosa observancia de los límites de lo permitido oficialmente, salvo en la crítica a las fuerzas de oposición, en ese caso no regatean frases hirientes y descalificatorias, pero cuando se trata del poder establecido usan guantes de seda.

El problema no radica en que tengan un punto de vista discrepante e incluso opuesto a sus antiguos partidos, desde los cuales obtuvieron su destacada figuración pública, sino su estrecho alineamiento con el grupo más duro y dogmático del sector neoliberal, como lo confirmó su larga lista de opiniones y ataques a quienes sacaron adelante la reforma constitucional para el retiro del 10%, ahora que hasta Piñera elogia lo que tanto rechazó el progresismo sumiso quedó en una posición de incómoda y absurda obsecuencia al poder.

Son entusiastas en sus elaboraciones acerca de grandes cambios porque en palabras no se quedan, pero hasta donde los editoriales de las grandes cadenas indican, en el caso que se corra el cerco de lo posible de inmediato ven en peligro la democracia.

En el proyecto de reforma constitucional para el retiro del 10% de los fondos de las AFP, en este grupo fue especialmente notorio el divorcio entre el discurso y los hechos, porque alegan con mucho fervor el valor de grandes acuerdos, apoyados en igualmente mayoritarias fuerzas nacionales, pero rechazan la voluntad de esas mayorías sociales y populares.

Ante el descalabro de la estrategia piñerista se generó un abrumador respaldo a la iniciativa, cercano al 90% de la población, según encuestas afines al propio gobierno, pero en el progresismo sumiso en lugar de reconocer esa mayoría nacional sin precedentes, sus voces se volcaron al discurso descalificatorio y plutocrático de encasillar esa apremiante demanda social en la caricatura de “populismo”, coincidiendo en los hechos con el amenazante chantaje ultra conservador, según el cual tocar las AFP ponía en riesgo los pilares de la estabilidad democrática.

Durante la pandemia, ajeno a la aciaga realidad de los hogares y sin hacerse cargo de las exigencias de la situación, el progresismo sumiso ignora el enorme daño provocado por el darwinismo social del bloque ultra conservador a la comunidad nacional, aceptando el discurso gobernante cuyo eje fue presentar una realidad falseada e idealizada, de grandes inversiones y cifras, pero inexistente en las condiciones de vida de 2/3 de las familias chilenas.

No deja de ser llamativo que sus reclamos de antaño ante las injusticias sociales se hayan desvanecido, limitándose ahora a una visión ideológica carente de pensamiento crítico y juicio autónomo, de modo que cayeron en el superficial y resonante discurso narcisista del gobernante.

Este tipo de progresismo adolece de un grave defecto, es de “altas esferas”, de un buen pasar y de pertenencia al club hermético de “gente linda”, cercenando su identidad o sus raíces ya no hay factores propios del interés popular en su paradigma que les acerque al movimiento multitudinario de personas que se cansaron de abusos, desengaños y exacerbados privilegios.

Al ignorar las penurias y carencias de la población, estas figuras flotan en la superficie del país, cuyo desarrollo deformado ha generado una desigualdad que, como el frío polar, cala y hiere muy hondamente la convivencia nacional y la adhesión de las personas a la democracia, socavando la legitimidad de la institucionalidad democrática.

Pero, el frío glacial hacia el sistema político, creado por los abusos y la marginalidad, no llega hasta el progresismo sumiso como expresión directa de la desigualdad y los abusos sino que como maniobras del “populismo”, así, desconociendo entre otros aspectos de la situación nacional, la realidad de miles de ollas comunes en todo Chile, dan la espalda a los hechos y no aceptan que la tragedia social que tensiona la comunidad nacional es fruto del error con que Piñera enfrentó la pandemia porque los ahorros fiscales de décadas, han sido negados por el gobierno en un acto de verdadera agresión a la ciudadanía.

Esa aberrante estrategia de negar apoyo a la población con recursos monetarios volvió a extender por el país la presencia en sedes comunitarias de estas expresiones de solidaridad popular, las ollas comunes, sin la cual innumerables familias no se hubieren podido mantener y sus miembros se habrían dispersado y otros permanecerían atrapados en una miseria invivible.

También el progresismo sumiso se caracteriza por su rechazo a posiciones sociales o políticas que contengan o signifiquen pasión en la argumentación o en la condena a determinados aspectos de la estructura económica, a la institucionalidad imperante y los aspectos excluyentes o autoritarios que contiene y que incluso la caracterizan.

Quieren estar “por arriba”, pretenden tener la ventaja de la objetividad o la imparcialidad hacia los conflictos existentes en el país, como también presumen una posición imparcial ante las denuncias de abusos represivos que sufren personas, diversos grupos sociales y los pueblos indígenas por la acción de la autoridad, del sector empresarial o hacia los privilegios que irritan la vida cotidiana. Ahora la crítica a las injusticias les parece “moralina”. Así se hicieron parte del sector conservador del país. Demócratas pero conservadores.

Es cierto qué hay personas de izquierda que recargan el mensaje y caen en el abuso de la retórica y confunden la sencillez en el lenguaje con la chabacanería y la vulgaridad, en un estilo que no ayuda al avance de la causa popular, porque validan el argumento de los sectores reaccionarios que desfiguran a las fuerzas de izquierda, presentándolos permanentemente como grupos resentidos y carentes de un proyecto país que vaya más allá de sus reclamos de corto plazo.

Pero, en el progresismo sumiso hay algo más de fondo. Es como si se sintieran vigilados por un supra poder al que le envían un mensaje conciliador: no te inquietes, ante todo somos prudentes, no haremos algo indebido, ni siquiera ante la injusticia porque no podemos remediarla. Por esa actitud, no cabe duda que su espíritu final, es la sumisión, podrán reconocer la injusticia, pero no luchar para derrotarla.

Por eso, en su forma de actuar dan la idea que se sienten bajo tutela, es decir, que el alcance de sus propuestas se ajusta al esquema de la democracia protegida que ya varias generaciones de chilenos y chilenas se empeñan en dejar definitivamente atrás.

Sin embargo, con su actitud no harán más que frenar ante un límite que ya está superado, han convertido la prudencia en sumisión y olvidado que el movimiento socialista y el progresismo en general, se esfuerza para lograr avances estructurales que logren transformar las condiciones de vida, esa lucha sólo puede sostenerse en el tiempo con una radical denuncia de los abusos y privilegios que son propios de las injustas estructuras que aplastan o asfixian a millones de familias y personas.

La transformación de la sociedad a través de sucesivas reformas exige una condena consistente a las injusticias del sistema imperante y una lucha tenaz para derrotar esas aberraciones en la vida cotidiana del país, esa es la vía para que las propuestas de reformas sean respaldadas y comprendidas por amplias mayorías populares y nacionales. 

El progresismo sumiso se acondiciona con su conducta política y su mensaje cultural al entorno o área de influencia de los núcleos hegemónicos del sistema de dominación. El problema no radica en que postulen reformas sino que, de esa manera, nunca podrán acceder a ellas. Es el pesimismo crónico de quienes se cansaron de bregar contra la injusticia y ya nada les importa.

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