El que baila pasa ¿Y si no baila?

A 75 años de Auschwitz-Birkenau.

Lo que parece para algunos una travesura o, a lo más, una broma de mal gusto, tiene peligrosos precedentes en la historia… basta con leer las memorias de algunos de los supervivientes de Auschwitz, que recuerdan cómo empezó el proceso que los llevó allí. Precisamente, el pasado 27 de enero se conmemoró la liberación del campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau, hecho ocurrido hace 75 años.

Nuestro país pasa por un peligroso proceso de deshumanización mutua, esa deshumanización que nos hacer ver al otro como un simple insecto que hay que eliminar, porque la verdad es que nadie siente demasiados escrúpulos en gasear a las arañas o aplastar a un zancudo que no nos deja dormir.

La sana práctica de conversar y tratar de entenderse ha quedado obsoleta, claro que para conversar hay que tener lenguaje, el que además determina la capacidad de pensamiento, algo que no parece ser frecuente entre las “hordas de orcos” que avanzan por las calles cuyos guturales gritos de guerra se remiten a soeces y casi ininteligibles comentarios, como “paco /%$#””, y otros epítetos con significado y sonido parecidos. Los rayados amenazantes en las murallas y edificios llamando a la destrucción y la violencia, la quema de iglesias, universidades y negocios tampoco contribuyen al clima de convivencia mínimo que toda sociedad requiere para subsistir.

Los últimos acontecimientos dejan claro que no somos inmunes a la barbarie, muy por el contrario, nuestro nivel de intolerancia ha aumentado en forma exponencial y son muchos quienes están dispuestos a matar al del frente con un piedrazo (que en verdad mata), solo porque no está de acuerdo con su visión de la realidad.

En el momento en que Hitler llegó al poder (elegido democráticamente, no lo olvidemos nunca), Alemania era considerado no sólo el país más culto de Europa, sino el que marcaba las tendencias de todo lo moderno. 

Aún así se transformó en el epítome del horror y la bajeza, y dominada por el cabo Hitler, como solía llamarlo Churchill, quedó indeleblemente manchada por un nombre: Auschwitz.

Nuestro país, hoy en medio de un proceso de caos y cambio, debe recuperar el sentido de lo correcto, que pasa por preservar la dignidad de las personas, que tienen derecho a disentir y, por sobre todo, en el más amplio sentido del término, a no querer bailar al ritmo que se les impone. Lo contrario es barbarie y la barbarie se paga.

Por último, estoy convencido que nadie, ni en Chile ni el mundo, debiera repetir la experiencia de Edith Eger, la autora del libro “La Bailarina de Auschwitz”, quien precisamente salvó su vida al bailar El Danubio Azul para “El Ángel de la Muerte”, el tristemente célebre doctor Josef Mengele.

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