El que queda aislado, pierde

Un acuerdo de gobernabilidad ha alcanzado el gobierno con los partidos de la Nueva Mayoría, para la última etapa del período presidencial. Este acuerdo ha pasado de inmediato por una dura prueba –con ocasión de la rechazo del reajuste en el parlamento-, pero está siendo bien librada por una sana reacción de crítica y autocrítica. A lo que hay que prestar atención es a que la modalidad empleada y el grado de explicitación de acuerdos que acotan la agenda oficialista y ponen énfasis específicos de gestión, no tienen parangón con cualquier otro gobierno de centroizquierda desde la transición. ¿Cómo y porqué llegamos a este punto?

Se puede verificar que esta nueva etapa se inició cuando la Democracia Cristiana puso en cuestión su vínculo con el gobierno a través del Comité Político, en lo que se denominó el “congelamiento”. Luego el Partido Radical explicitó un comportamiento parecido. El gobierno reaccionó iniciando el ajuste de sus equipos e invitando a retomar el diálogo con los partidos de su coalición.

Esta apertura posibilitó un entendimiento práctico que le permite al oficialismo retomar la iniciativa. Esta vez nadie actuará en solitario, simplemente porque nadie puede hacerlo.

A su vez, el desorden parlamentario, y la actuación como bancada del PC contra una iniciativa de gobierno clave, casi se lleva al traste todo apenas iniciado el camino de recuperación. Sin embargo, la enérgica reacción de los presidentes del partido del bloque oficialista, puso un dique efectivo. Lo cual sólo confirma que se ha encontrado un liderazgo sólido que está teniendo consecuencias benéficas.

En paralelo, Isabel Allende anuncia su desistimiento de la carrera presidencial, lo que deja más despejada la nominación de Ricardo Lagos en el ámbito socialista. La forma en que esto se produjo, sin embargo, está generando problemas inesperados. En tanto, el conjunto de encuestas conocidas están confirmando la preeminencia creciente de Alejandro Guillier dentro de las opciones presidenciales de la Nueva Mayoría.

Como se puede apreciar, no estamos faltos de acontecimientos, sin embargo, hasta ahora se ha tratado de un ejercicio colectivo de sinceramiento y de puesta al día. En realidad el tiempo se agota para tomar la iniciativa política. Simplemente la carrera presidencial ha tomado el protagonismo que sabíamos adquiriría a estas alturas.

Por si faltara algo para hacer más compleja la situación, los partidos no están menos interesados en el inicio de la competencia parlamentaria, con nuevas reglas del juego vigentes. Por eso la resolución de ambos temas (presidencial y parlamentario) se vinculará fuertemente en las negociaciones que está por comenzar.

Con este predominio de la competencia política entre personas, partidos y coaliciones, lo que todos saben es que el que queda aislado pierde porque, por duras que sean las contiendas electorales, lo que permite ganarlas es el comportamiento de coalición en un trato de mutuo respeto.

Lo que queda señalado desde el principio es que, a partir de ahora, es la relación de concordancia entre gobierno y Nueva Mayoría lo que dota de pleno contenido el seguimiento de un programa, acotado por criterios de realismo. Por ello el gran antagonista a vencer, primero que nada, no es la derecha (como suele creerse) sino la tentación de cada segmento por la actuación en diáspora. Sobre la base de la unidad de la centroizquierda el triunfo parlamentario es un hecho, y la victoria presidencial es posible.

Los llamados a la disciplina han sido cambiados por la activa construcción de acuerdos, esto marca el principio del fin para la crisis política en la que hemos estado sumidos durante más de un año. El costo de la crisis se está pagando sin atenuantes, su impacto quedó graficado en las elecciones municipales, donde la abstención desigual en contra de la Nueva Mayoría fue un duro llamado a mejorar la calidad de la política que se ha estado practicando.

La Presidenta Bachelet ha tenido razón al señalar el hecho verificable de que los resultados municipales no verifican un giro hacia la derecha, aun cuando sea indudable éxito en las comunas más emblemáticas. Ambas afirmaciones se compatibilizan porque lo que se constata no es un avance de la derecha, sino un castigo del electorado de centroizquierda mediante una ausencia de las urnas. En estas comunas, por cada adherente de derecha que se abstuvo, lo hicieron tres de centroizquierda. Hasta el más lerdo debiera entender el mensaje.

Como siempre, las causas son múltiples pero dentro de ellas, no se puede excluir un cierto hastío y cansancio acumulado por los errores cometidos por el oficialismo, en especial en las últimas semanas previas a los comicios. Los datos conocidos no permiten tener una certeza, pero sí una fundada convicción al respecto.

La abstención castigó amplia y diferenciadamente a la Nueva Mayoría en las comunas de opinión pública. Se trata de una opción en positivo, demandando un cambio de conducta inmediata. Es significativo que no existió un trasvasije neto de votos a la oposición. En otras palabras, la derecha es un reemplazo no deseado a condición de tener una centroizquierda solvente.

Aquí es donde encontramos la lección más importante que nos entregan los datos bien conocidos pero poco meditados de la votación municipal. No hay razón alguna que permita pensar que la competencia presidencial sea carrera corrida para Piñera. Lo que sí puede congratularse la oposición es en haber superado bien la prueba electoral a la que le tenía más miedo. En verdad se esperaba un resultado más adverso y eso explica el ambiente de festejo. Pero nada más.

Piñera puede ser la mejor opción de la derecha, pero no es el ganador indiscutible, al modo como lo fue Michelle Bachelet en la anterior oportunidad. Simplemente es menos empático y genera mayores resistencias.

Por lo mismo, lo que ahora habrá que plantearse es si la Nueva Mayoría puede organizarse de tal modo que pueda presentar un candidato único, que no tenga las contraindicaciones que se observan en el ex presidente.

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