El sentido histórico de “la vía chilena”

En las jornadas por el 11 de Septiembre de 1973, al recordar la memoria del Presidente Allende y de miles de víctimas del terrorismo de Estado, hay que insistir que fue un putsch brutal, sin contemplaciones de ningún tipo, pero de una lógica fría y terrible: romper y destruir “la vía chilena”, hacer imposible que el socialismo se lograra en democracia, pluralismo y libertad.

Fuí dirigente de los estudiantes secundarios el año 73 y estuve con el diputado, hasta hoy detenido desaparecido, Carlos Lorca, líder de la Juventud Socialista, el día en que el General Prats dejó la Comandancia en Jefe del Ejército y el Presidente Allende nombró a Pinochet, vaticinó, “ahora el golpe es inevitable y será peor que en Brasil” donde imperaba, desde 1964, una cruenta dictadura militar.

Así fue, la derecha había preparado la demolición del régimen democrático y las conquistas sociales del pueblo de Chile. El dictador fue el “tonto útil” para destruir “la vía chilena” e impedir que el pluralismo y la diversidad, el ejercicio de las libertades y los derechos fundamentales fuesen entendidos como un camino posible hacia una sociedad más humana, justa y solidaria.

Esa era una vía política de impacto mundial, autónoma de la confrontación de bloques hegemónicos, de no intervención y solución pacífica de las controversias entre las naciones y de afirmación de la soberanía de los Estados, afianzando la democracia.

Así lo entendió un político de gran estatura, como Enrico Berlinguer, líder del Partido Comunista Italiano, que tomando como base la experiencia chilena hasta el 73, ideó la opción del “compromiso histórico” con la Democracia Cristiana, un viraje estratégico hacia acuerdos políticos que superaran la intromisión de las superpotencias globales, en la soberanía y en la democracia de Italia y de Europa, anticipándose al cambio global que lideró Gorbachov en Moscú, desde mediados de los 80, en adelante. 

Así también, en Francia, Francois Mitterrand y George Marchais, forjaron un acuerdo de unidad de la izquierda que llegó a gobernar ese país en los años 80 y en España, Santiago Carrillo, logró incorporar los comunistas a la transición pos franquista.

A comienzos de los 70, la “guerra fría” ya no daba para más, la desoladora guerra en Vietnam y la invasión de Checoslovaquia, tensionaron al máximo la situación mundial, la humanidad demandaba cambios profundos en las estructuras económicas, sociales e institucionales, pero en paz, sin cruentas confrontaciones intestinas en las naciones, respetando el pluralismo y la diversidad, cautelando la democracia y el ejercicio de la libertad, por eso, la propuesta de Allende tenía sentido histórico, en esa hora del mundo era una convocatoria poderosa, escuchada con interés, incluso con avidez por multitudes entusiastas.

Ante esa posibilidad, los “halcones”, urgidos por Nixon desde Washington a hacer “crujir” la economía chilena, no tuvieron escrúpulos y usaron lo peor que había tras los muros de los cuarteles, resentimiento con la civilidad, conservadurismo y militarismo, la misma patología prusiana que nutrió al nazismo y otros esperpentos ideológicos, movidos por el afán de liquidar a las fuerzas populares de izquierda. Ese odio de raíz oligárquica que incita el desprecio a la democracia y sus instituciones por “ineficientes” y “caducas”, y a los demócratas por “anti patriotas”.

En este marco, dañaron la lucha contra las maniobras desestabilizadoras posiciones ultristas, que desde una visión dogmática, exigían del Presidente Allende lo que no podía hacer, que pregonaban una respuesta fuera de la realidad chilena, antagónica con los valores de pluralismo, democracia y libertad que daban sentido y hacían posible “la vía chilena”. La conjura golpista exageró con astucia esas opiniones, hablando de “un ejército” de extremistas que nunca existió y después siguieron con la misma justificación para desatar el más implacable terrorismo de Estado hacia quienes eran oposición, en particular, el PS, el PC y el MIR.

Hoy hay quienes no valoran lo conseguido, pero alcanzar la democracia fue una proeza humana, política y social para la mayoría que sufrió, miles de personas desamparadas que soportaron los tormentos y el terrorismo de Estado, con los partidos desarticulados por la represión, tomaron el reto de reconquistar la libertad, rehacer el sistema político y consolidar una gobernabilidad democrática, con vistas a lograr cambios estructurales sin perder la estabilidad del país, articulando democracia con justicia social. 

En cambio, la derecha defendió vergonzosos enclaves autoritarios y leoninas tasas de ganancia, ocultó la pobreza, justificó crímenes atroces y amparó a Pinochet hasta su muerte, con el fin que burlara la acción de la justicia. Esa es la muy sencilla, pero inequívoca razón, de porque la derecha no ha celebrado el retorno de la democracia a nuestra patria. Con la dictadura se forraron en plata, de los Derechos Humanos se reían, a Pinochet lo adulaban y el aislamiento internacional no les importaba.

Por eso, hay democracia por la infatigable brega de los que lucharon, mérito que nadie se puede auto otorgar. La restauración democrática fue resultado de la suma de los esfuerzos de las fuerzas políticas populares que se jugaron por conseguirla. 

Una vez doblegado Pinochet, a lo largo de tres décadas la visión estratégica de avances sucesivos y graduales conquistas populares, que se propuso hacer realidad libertades y derechos sociales, económicos y culturales largo tiempo conculcados y de estabilidad institucional que permita plena autodeterminación al pueblo de Chile, con vistas a un Estado social y democrático de derechos, esa política ha dado sentido a las luchas históricas que han ido dejando atrás, primero la dictadura y luego la tutela militar.

Marx en la obra “Una contribución a la crítica de la economía política”, señaló, “...la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización”.

Estas sabias palabras debiesen interpretarse sin ser limitadas al sentido literal del término “material” y debiesen ampliarse al concepto que el mismo Marx empleó muchas veces, el de “las condiciones de existencia” del ser humano, comunidad, clase, región o país.

Hago este preámbulo para realzar el valor del retorno a la democracia en Chile, en las condiciones en que ocurrió, que el paso de la dictadura a la democracia por limitado que fuera tenía una virtud fundamental, era el objetivo necesario de esa etapa histórica, el NO del 5 de octubre de 1988, se funde con el legado de la “vía chilena” de avanzar en democracia, pluralismo y libertad.

Por eso, la legitimidad de la política del NO fue incontrarrestable y luego Patricio Aylwin ganó sin apelación la elección presidencial de 1989. Ya no se podía seguir viviendo en dictadura, el terror y los abusos del poder debían ser derrotados, no se aguantaba más y la voluntad política se jugó en la capacidad de empeñarse en plenitud, con los riesgos que ello implicaba, para conseguir ese propósito.

Algunos pensaban que era imposible ganar, que ningún dictador organiza un Plebiscito para perder, que las fuerzas represivas tenían “la sartén por el mango”, que no se podía lograr un sistema de control electoral que impidiera el fraude y que tampoco era neutralizable el cohecho de los municipios y la manipulación de la población a través del miedo, en fin, razones no faltaban para caer en el fatalismo y flaquear en esa batalla decisiva, pero la necesidad histórica del país se impuso y Pinochet fue derrotado.

Los que supieron dimensionar ese momento crucial, se unieron y ganaron, los que no lo hicieron observaron lo que pudo ser su propia victoria, como fuera, el hecho histórico se consumó, Chile retomó el ejercicio de su libertad y autodeterminación y retornó la democracia, no como una meta transitoria, sino que como régimen institucional capaz de asegurar paz, derechos, libertades, justicia y progreso.

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