El socialismo sin democracia no es socialismo

En un día como hoy, quiero rendir un homenaje a quienes entregaron su vida por la defensa de la democracia, a quienes perdieron la libertad y sufrieron lo indecible en la prisión, a los que debieron dejar la patria. Quiero simbolizar a esos patriotas en la figura del ex canciller Orlando Letelier, tan querido y respetado, asesinado hace 40 años en Washington por órdenes de la dictadura militar.

La ruptura de la democracia republicana en Chile –el 11 de septiembre de 1973-, que había permitido reformas graduales a favor del bienestar ciudadano, instaló una dictadura que eliminó el Poder Legislativo, prohibió los partidos políticos, y subordinó al Poder Judicial.

Además, impuso un modelo de desarrollo que descapitalizó y redujo al Estado a través de una política de privatizaciones de empresas a bajo precio. Desindustrializó el país, optando por la explotación de los recursos naturales y la venta de commodities. Estableció una política laboral que desprotegió a los trabajadores, eliminó los sindicatos, y minimizó sus derechos.

En nuestro país se frustró un proyecto basado en fuertes ideales y valores republicanos, democráticos y socialistas, que pretendía construir un país más justo, más solidario, más libertario. Buscaba que ese desarrollo estuviese al servicio de las necesidades materiales y espirituales de todas y todos. Sin exclusión y donde el humanismo, “de todos los signos”, como decía Allende, se convirtiera en una práctica real de convivencia.

El proyecto político de Salvador Allende y la Unidad Popular tuvo importantes logros en salud, educación, en vivienda, en la distribución del ingreso, en la recuperación para Chile de sus riquezas minerales en manos extranjeras, y en el ejercicio pleno de su soberanía.

Pero también la UP sufrió de sus propias divisiones internas entre rupturistas y gradualistas. Tuvo que soportar los ataques del Gobierno de Nixon y la sedición de la derecha. Además del maximalismo de la ultra izquierda, y del propio PS que postulaba una revolución.

El término de la convivencia democrática en Chile ha marcado y orientado nuestro accionar como socialistas. Hemos aprendido de esta tragedia nacional una lección moral y política. Aprendimos que el socialismo sin democracia no es socialismo, e inspirados en el Presidente Allende y en su práctica política, hemos podido lograr amplios acuerdos para recuperar y profundizar nuestra convivencia como país.

Su muerte como hombre consecuente, en un trágico escenario de fuego y destrucción, golpeó la conciencia internacional y emocionó al mundo. Su último mensaje, repetido a través de los medios de comunicación, en distintos idiomas, es una pieza de profundo contenido y elocuencia que expresa a un hombre íntegro.

“Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.

La imagen de Salvador Allende trascendió las fronteras nacionales para convertirse en una figura universal. Su estatura moral y su sentido de la historia fueron muy superiores a quienes lo atacaron. Así lo reconocen en el mundo entero, a través de todas las calles, plazas, avenidas, escuelas, centros culturales, hospitales y hasta puertos que llevan su nombre.

Como dijo Gabriel García Márquez “el drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo, y que se quedó en nuestras vidas para siempre”.

Hoy compartimos los mismos sueños que movieron a un pueblo, que generaron el anhelo de Salvador Allende por construir un país más solidario, un país que alcanzara la igualdad, y en la que todas y todos pudiésemos disponer de una vida digna y justa.

Aquí estamos como ayer, buscando los mejores caminos para hacer de Chile una patria solidaria y generosa, una nación justa y digna, tal como siempre lo deseó Salvador Allende.

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