El tono de la campaña

Escribo por mí, sin representar a nadie, pues estos son mis puntos de vista. 

En la actual campaña presidencial, manifestada como pre campaña o primarias, podemos percibir un tono agrio y belicoso en muchos de los voceros de campañas, a lo que debe añadirse el ya manido tema de las vocerías informales que ponen temas de acuerdo con los intereses particulares de cada uno. Y eso vale para todos.

Tal vez, sin ser perfectos, los menos imprudentes han sido los candidatos. Mi candidata, Carolina Goic, y Felipe Kast han sido los más respetuosos, lo que nos lleva a mirar con buenos ojos el acceso de mujeres y hombres más jóvenes a la escena política, ambos personas que saben que el futuro no se construye sobre un cimiento de agresiones, extorsiones, amenazas, descalificaciones.

Los discursos de las campañas actuales tienden a caracterizarse además por ciertas vaguedades, hecho que me parece adecuado a la altura de un proceso que aún no puede desarrollarse abiertamente.

Un programa para cuatro años, sólo cuatro años, no puede pretender demasiadas cosas, salvo poner temáticas, sentidos y estilos de conducción del país. Y tal debiera ser el debate, más que considerar a unos como sanguijuelas del Estado y a otros como depredadores del interés nacional en beneficio propio; a unos herederos de la dictadura y a otros como promotores de repetir la experiencia venezolana o importar el modelo cubano.

Los ataques personales, la búsqueda de “raspados de la pintura” o ataques desenfrenados mencionando parientes o intereses bastardos, deben ir quedando fuera de la discusión, para dejar paso a las tres preguntas fundamentales: qué quiere hacer, cómo lo quiere hacer y hacia dónde va su proyecto.

En esta disputa política – a diferencia de lo que sucedía en la dictadura – nadie es enemigo, sino solamente un adversario circunstancial. Porque todos, los de derecha, los de izquierda, los centristas y los que no aceptamos esa división sino hablamos de vanguardia, todos nosotros, juntos con los que no votan, somos parte de un pueblo que tiene derechos y obligaciones, que tiene problemas, que quiere soluciones, que tiene proposiciones e ideas, que sueña con un mundo mejor.

Y pasadas las elecciones todos deberíamos protagonizar el encuentro para ver si acaso podemos dialogar buscando lo mejor para el país en su conjunto. No se trata de apoyar los proyectos en que no creemos, sino de ser positivos para escuchar y leer las propuestas, corregir, formular nuestras propias alternativas y llevar las cosas a definiciones democráticas.

Seremos vehemente, apasionados, entusiastas, pero siempre propositivos, generadores de proyectos y señaladores de nuevos caminos. No seremos apáticos ni abstencionistas ni marginales, pero tampoco nos allanaremos a todo con la facilidad que los gobernantes pueden querer. Miraremos siempre el interés de Chile. Sin renunciar, pero sin destruir a las personas que están detrás de los planteamientos ajenos.

Por eso existe la campaña, para enfrentar opciones, ideas, propuestas, tonalidades. Yo no soy de derecha ni de izquierda ni menos de un híbrido centrismo.

La Democracia Cristiana – partido en el que milito décadas – propone una posición de vanguardia para construir un nuevo modelo social basado en la fraternidad, la libertad, la justicia, el respeto irrestricto de los derechos humanos, en un marco que articula lo comunitario con el valor de lo social y lo personal. Ese es el sentido.

Entonces no quiero que gobierne la derecha, porque es más del sustento capitalista, sistema que ha construido una forma injusta y poco fraterna. Prefiero aliarme con la izquierda, porque ellos miran hacia la reforma (nosotros lo llamamos “revolución en libertad” hace medio siglo), no aceptando en todo caso las miradas catastrofistas de quienes creen que hay que arrasar con todo y refundar la historia.

Ése es el sentido de nuestra lucha, vamos por reformas que, cautelando la libertad, permitan avanzar en justicia. Eso es lo que queremos hacer. ¿Y cómo? Haciendo un gobierno eficaz, responsable, consistente con sus planteamientos y prudentes, logrando consensos sin transar lo fundamental, sin perder la orientación finalista, con seriedad, rigor, en diálogo constante con el pueblo organizado y con las fuerzas vivas del país que están en la  defensa de sus intereses, en busca de entendimientos con los partidos políticos que permitan asegurar una mayoría para construir.

Conversando, conversando, conversando. Proponiendo, proponiendo, proponiendo. Sin cansarnos jamás.

Ahora tendremos que presentar ante el pueblo los programas de cada candidatura. La Democracia Cristiana, por estatuto y ley, debe aprobarlo en Junta Nacional a la que esperamos ser convocados pronto. Ahí estarán las proposiciones concretas de un Partido que se ofrece para encabezar un proceso de transformaciones hecho en forma eficiente, de modo sólido y con una clara mirada de futuro.

Para que eso sea posible, el tono de la campaña debe cambiar. Por Chile y su pueblo.

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