Eludir los cambios, un objetivo temerario

Como la elite ultraconservadora que controla el poder económico e influye a su favor, decisivamente, en los demás ámbitos de la vida social no quiere cambios y toma distancia ante los grandes desafíos de la nación chilena, su conducta habitualmente retarda, atrasa y bloquea las necesarias transformaciones ya maduras para el país, pretendiendo que sus propios intereses de corto y mediano plazo sean los objetivos de la nación.

Sucedió en la brega por la ley de Instrucción Primaria a un mínimo de 4 años obligatorios, después de 18 años de trámite legislativo, alargado por la indolencia del conservadurismo parlamentario, hace ya más de un siglo, en 1920. Después en la dura resistencia a la aprobación del Código del Trabajo, en 1924, y su promulgación en 1931. Asimismo, en la separación de la iglesia del Estado, contra el clericalismo ultraconservador. En suma, la derecha como alternativa política ha sido una activa fuerza regresiva. Algunos, muy pocos en los suyos, han tenido la visión necesaria para escapar a ese designio.

Así también ocurrió con el proceso de la Reforma Agraria, finalmente materializada en la segunda mitad de los años '60 y comienzos de los '70, gracias al empuje fundamental de los partidos Socialista, Comunista y Demócrata Cristiano, así como al especial compromiso que asumió en este cambio económico y social la Iglesia Católica, bajo el liderazgo del cardenal Raúl Silva Henríquez.

Por su férreo compromiso con la oligarquía terrateniente, sempiterna opresora del campesinado, la derecha retardó cuanto pudo la reforma que modernizó la estructura económica y la vida rural e impulsó el progreso de Chile en su conjunto. Sin el término del antiguo latifundio improductivo no hubiera existido el proceso agroexportador que posibilitó parte esencial de los enormes recursos acumulados por los grupos financieros, pero aun así denigran la entrega de la tierra al campesinado y llegan a enloquecer con solo escuchar el concepto "reforma agraria".

También la derecha, con total obsecuencia al capital foráneo, se resistió hasta cuando ya no pudo más a la nacionalización del cobre y de nuestras riquezas básicas, concretada en la Presidencia de Salvador Allende, que significó recursos económicos fundamentales para financiar apremiantes necesidades del país, incluidas los enormes desembolsos del Estado como resultado de la reciente pandemia.

Posiblemente, la conducta más vergonzosa de la derecha chilena haya sido su rol ruin y cómplice con las violaciones a los derechos humanos, ejecutadas por el régimen militar que ayudó activamente a sostener durante más de 17 años. No les importó la ejecución de crímenes atroces y el derramamiento de sangre para viabilizar sus negocios y levantar imperios económicos, sus medios de comunicación ocultaron crímenes atroces y justificaron lo injustificable.

El "modelo" de la dictadura no se podía aplicar sin la violación sistemática y permanente de los derechos humanos, porque tenía como objetivo la negación y supresión de conquistas sociales muy importantes y trascendentes, logradas en largos periodos de tiempo por la movilización de las fuerzas populares.

La represión implacable fue un instrumento necesario para arrebatarle al pueblo chileno las libertades y derechos que legítimamente le pertenecían por su esfuerzo, capacidad de lucha y de organización. Así, la dictadura fue la "reacción", la regresión frente al avance social alcanzado en Chile durante décadas.

Por eso, y no por ánimo injurioso, reciben el nombre de la "reacción chilena", un núcleo fáctico de inmenso poder político y económico resistente a los avances y progresos de interés popular y nacional, que actúa primordialmente para defender sus exclusivos intereses y frenar e impedir los cambios democráticos y sociales.

Ahora, nuevamente, parte decisiva de la derecha toma esa posición de contención reaccionaria ante la necesidad de un acuerdo político que permita alcanzar el quórum requerido para aprobar una reforma constitucional que haga posible retomar el proceso constituyente; ensoberbecida por la alto apoyo del Rechazo, se permite una actitud dilatoria, maniobra, presiona y retarda un posible entendimiento porque así, a la postre, el avance institucional, desde sus estrechos intereses, puede quedar en nada o pasar a ser un traje hecho a su medida.

Su objetivo es temerario, olvidan demasiado rápido la crisis del estallido social, el deterioro del sistema político y el resentimiento que su insólita sed de ganancias ha generado en amplios sectores de la población. La injusticia ya no es aceptada como definitiva e inevitable.

Sin embargo, en la derecha hay personeros lúcidos que saben que los viejos y nuevos ultraconservadores juegan con fuego. El estallido social indicó qué hay circunstancias que escapan totalmente al control del autoritarismo conservador y que ponen en entredicho, muy agudamente, al sistema de dominación en su conjunto. Es cierto que, en sus filas, el Rechazo devolvió el sabor de la tranquilidad para sus negocios y placeres, pero el tiempo político no es eterno y es evidente que la estabilidad a largo plazo requiere otra base institucional. La herencia de Pinochet ya no cuenta con la legitimidad que sus ambiciosos planes y proyectos necesitan.

En la sociedad chilena ya se hizo fuerte y consistente la aspiración a un Estado social y democrático de derechos que se haga carga de la desigualdad, la segregación, los barrios marginales y la falta de perspectivas de un sector decisivo de la población. Por eso, la derecha está ante un dilema, no ceder nada e intentar quedarse con la Constitución del '80 hasta que ya no de más, o asumir que no otra opción que reiniciar el proceso constituyente y culminar con el reemplazo de ese texto. Veremos quien logra imponerse.

La derecha en el plebiscito tuvo frialdad, sacó a sus voceros y puso figuras definidas como de "centroizquierda", ahora impulsa que tales personeros se organicen en un partido político, incitando la división de las fuerzas democráticas. Al tener que ocultarse reconocen el repudio que reciben en el país, precisamente, por su codicia ilimitada.

Ante ello, hay que reunir a las fuerzas que apoyaron el Apruebo, si actúan unidas y sacan las debidas lecciones de la experiencia pasada, sacudiéndose la soberbia y el sectarismo del individualismo anarquizante, podrán superar la derrota y reponerse como un actor esencial de la construcción de los pilares institucionales del Chile de las próximas décadas.

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