¡Es el anarquismo, entiende!

Los últimos meses el país ha vivido un recrudecimiento de la violencia en los denominados movimiento estudiantil y conflicto mapuche. Escenas de un liceo emblemático gravemente dañado, el incendio intencional que cobró la vida de un guardia municipal y de un bombero, rayados y destrozos en la toma de la UCSH, y particularmente, las 14 iglesias incendiadas en la Araucanía en lo que va del año, alertan sobre un panorama cada vez más sombrío e inexplicable ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Quién debería hacerse responsable?

Algunos rayados en las instituciones en toma, como “saludos pa’ los que shorean” (sic) en el INBA o “Viva el delito” en la UCSH son frases más esperables de un pandillero que de estudiantes de liceos emblemáticos o universitarios, el saqueo a la Iglesia de la Gratitud Nacional con el Cristo roto -y los numerosos intentos de incendiarla en anteriores marchas- no pueden si no decirlos que esto no es un problema de falta de educación gratuita y de calidad, ni de endeudamiento. Esa violencia no es un movimiento por la educación ni por los mapuches: es anarquismo puro y duro.

Lo mismo es válido para los ataques a iglesias en la Araucanía, de una cristianofobia que nada tiene que ver con reivindicación territorial alguna ¿Qué relación puede haber, entre la represión al pueblo mapuche (sic) con comunidades religiosas rurales?

En cuanto a la Iglesia Católica, es uno de los principales actores en la promoción social de las comunidades mapuche, siendo la Fundación del Magisterio de la Araucanía el principal sostenedor privado de colegios rurales y gratuitos de la zona, siempre ejerció un rol de diálogo con las autoridades civiles durante la Colonia, que protegió y ayudó a los mapuches humillados por la ocupación de los Estados chileno y argentino del siglo XIX (gobernados entonces por liberales anticatólicos). Las capillas quemadas tenían la sencillez y la precariedad de la Iglesia pobre y campesina.

¿Y qué se puede decir sobre los templos evangélicos, levantados autónomamente con los escasos recursos de los mismos mapuches campesinos, donde ésta es la religión mayoritaria? ¿Puede ser un sentimiento mayoritario, de “el pueblo” mapuche, destruir los lugares que para ese mismo pueblo son sagrados?

Hoy la conexión entre los ataques a templos rurales en el sur y a una iglesia en el centro de Santiago tienen una conexión más evidente: no es la reivindicación mapuche ni las demandas por una educación justa la motivación para atacarlas, si no la irracionalidad de corrientes extremistas, en especial del Anarquismo Insurreccional, que sólo las ocupa como pantalla para encubrir sus intereses de odio y destrucción, contrarios a cualquier convivencia pacífica.

En 2013 a su principal ideólogo, Alfredo María Bonanno, le fue impedido ingresar a Chile -donde dictaría una conferencia sobre Guerra social- debido a sus antecedentes penales de “apología a la violencia”.

Se trata de una ideología que no es más que una apología al crimen, una justificación y celebración para toda clase de comportamiento antisocial por el sólo hecho de ser antisocial, una inversión de los valores más básicos que constituyen el fundamento de una sociedad democrática.

Y hemos sido pasivos en permitir que sus ideas se expandan, so pretexto de la libertad de expresión que ellos mismos atacan, por medio de pasquines en los kioskos del centro, los mismos que después ellos destruyen, blogs de internet y cuentas de redes sociales donde la palabra más repetida es odio, que la autoridad no se ha atrevido a cerrar, y ocupando para actividades de proselitismo dependencias universitarias que ellos mismos después maltratan, con la complicidad pasiva de autoridades académicas.

Su proselitismo los ha llevado a expandir sus ideas desde las sedes universitarias a algunas poblaciones vulnerables, en muchos casos bajo la inocente pantalla de talleres artísticos o veganos, pero no lo es: a cuadras del lugar donde fue asesinado el guardia municipal de Valparaíso, en el muro una casa okupa que los ofrecía colgaba un cartel con amenazas directas contra un periodista de un diario local y su familia.

La libertad de expresión es fundamental para el desarrollo de una sociedad democrática, pero tiene un límite, cuando ésta se utiliza para destruir y acallar a quienes piensen distinto, bajo retóricas de movimiento sólo esconden organización criminal, se debe tener el coraje de censurar, sofocar, apresar y condenar a quienes atemorizan la paz de la mayoría.

Frases como las citadas al comienzo junto con los destrozos que sólo dificultan entregar educación de calidad, dan cuenta de esta conexión. No son (sólo) jóvenes marginales que se infiltran en marchas y tomas para destrozar como lo harían tras un partido de fútbol, si no principalmente personas instruidas y con capacidad de organización, pero consumidas por un desquiciado odio hacia todo y todos.

Bajo un esquema en que sólo se conciben opresores y oprimidos, la única reacción que visualizan es pasar sobre los demás, sentirse opresores, gozar con el sufrimiento ajeno.

Independiente de la necesidad y/o justificación de dar soluciones en materia de educación y pueblos originarios, no podemos confundirnos: la violencia no se acabará dando gratuidad en educación ni entregando más tierras a los lonkos mapuche, se conseguirá atacándola desde sus cimientos ideológicos, que generan un odio que con nada se satisface y todo lo ataca.

Como dijo el sociólogo Zigmunt Bauman en una reciente entrevista, en la sociedad actual “el conflicto ya no es entre clases, si no de cada individuo solo contra la sociedad”.

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