Estrujando el sistema

Casi como una redundancia se señala que Chile es un país sísmico. Por eso la metáfora del terremoto social para referirse a lo iniciado el 18 de octubre nos resulta familiar. Donde aún no sabemos, además, como ocurre con este tipo de movimientos, si alcanzó su intensidad más alta, o estos días de relativa quietud, pueden ser predecesor de uno igual o de mayor magnitud. 

Sin embargo, las medidas sociales de prevención y respuestas entregadas por el gobierno, después de casi 50 días, parecen estar mas bien apoyadas en la ilusión de que lo peor ya pasó. Entendiendo de esta forma entonces la protesta social, como un largo momento de ira y descarga tensional, desbordado por una violencia delictual organizada y de oportunidad. 

Todas las medidas sociales para hacer frente a la protesta social, anunciadas hasta ahora, reajustes en cuotas a las pensiones, bonos, incrementos marginales para salud, etc., guardan en común, por una parte, el intento de “estrujar el sistema y el modelo” pero por otra, la finalidad de poder preservar la integridad de su funcionamiento. Incólume. Cuando justamente las características de las demandas exigen al menos su revisión y reforma. 

Resistir parece ser el leitmotiv del gobierno, aunque signifique renegar de la realidad. Recurriendo a estímulos, como centrar la agenda en el orden público, como una forma de precaverse de un estado de desvitalización. 

Las principales iniciativas gubernamentales han sido, por una parte, la agenda de reactivación y reconstrucción y por otra, la ley anti-Saqueos. Poco o nada hay respecto de las condiciones que generaron estos escenarios. Como si lo ocurrido en Chile solo hubiera sido una catástrofe, de la cual ahora, hay que enfrentar sus efectos. 

El gobierno hasta el momento ha sido un actor de obstáculos, constituyendo parte del problema y no de la solución.

El principal y más trascendente acuerdo del periodo, el Constitucional, tuvo que ocurrir lejos de su influencia y físicamente de La Moneda misma. Por eso pareciera que las dificultades insuperables más que ideológicas fueran de personalidad. 

El movimiento social, por otra parte, tiene por lo mismo una urgente disyuntiva que resolver. O es solo un acto de liberación y descarga catártica que se consume en si mismo, o, por el contrario, tiene una vocación de transformación real, que implica renuncias y avances. Ya que si sólo tomamos en cuenta lo que queremos hacer el riesgo será la omnipotencia.

Como siempre el talento estará en poder articular los horizontes largos y los pasos cortos, para poder convertir lo posible en probable.

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