Ética y renovación

Mariano Ruiz-Esquide
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No es fácil distinguir los elementos más importantes de los cambios que se han producido en la política chilena.  Aún así vale la pena hacer un esfuerzo por mencionarlos a riesgo de ser contradicho.

El exceso de colusiones, hechos inadecuados o abusos produjo un reclamo generalizado para pedir la ética como conducta esencial en todo orden de cosas públicas y privadas, y en especial en los Partidos Políticos, lo que me parece loable, sobre todo si se mantiene en el tiempo. Es el clásico fenómeno  del péndulo que lo hemos visto en otros aspectos y en otros tiempos. Si hemos tocado fondo, bienvenida esta reacción tan masiva porque la Democracia no soporta el maridaje de libertad y la falencia de moral personal.

Otros cambios importantes han sido clara irrupción de la juventud y la presencia femenina a todo nivel.

Hay confianza en una conducción serena y tranquila, pero sobre todo esperamos que, mantengamos los verdaderos fundamentos del Partido. Me atrevería a decir que ojalá ocurriera lo mismo en los demás organizaciones partidarias. 

Chile pide  ética cuya base es la consecuencia entre su doctrina, su ideología y su quehacer diario. Los ciudadanos quieren transparencia que no es otra cosa que la certeza en la teoría y la práctica política cuando se entrega la confianza a un Gobierno o una combinación de partidos.

Creo sinceramente en la vuelta a una política con esas características y esa fe es lo que mantiene, si no fuese así no apostaría a esa confianza. Pero soy también muy claro en reiterar mi solicitud de un lenguaje distinto, porque ese es el comienzo de la convivencia o del enfrentamiento innecesario y de fondo o de ideas.

Si las nuevas generaciones recogen los nuevos tiempos, y no caen en los errores que han producido el desprestigio de la política podemos quedarnos con la fe.   

Cuando ambas circunstancias se conjugan simultáneamente es un hecho llamativo y esperanzador de aire fresco. Todos los partidos pueden encontrarlo, algunos más que otros y no lo señalo como una suerte de competencia, sino como un signo de bienaventuranza y renovación por lo que puede aportar ambos sectores de la ciudadanía  para completar la presencia de los trabajadores organizados, los intelectuales y el mundo independiente.

Nuestro partido, la Democracia Cristiana, no ha sido remiso para incorporar esta visión histórica y a partir de la misma Junta Nacional se ha concretado con más fuerza.  No sólo ha aumentado el número de camaradas en el Consejo Nacional en cargos importantes, sino  que los miembros de la JDC son un aporte significativo en la marcha del Partido.  Personeros importantes por su calidad y formación partidarias ingresaron al Tribunal Supremo y Comisiones de Estudio.

Tal vez lo más novedoso ha sido la composición de la Mesa Directiva Nacional, donde tres nuevas dirigentes son jóvenes e inteligentes mujeres y de plena confianza ética.

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