Exhibicionismo autoritario

Desde que su imprevista presencia alertara a las autoridades sanitarias a escala global, la epidemia del Coronavirus ha traído, en forma sucesiva, diferentes tragedias a los pueblos y países en el planeta.

La primera desgracia es la pérdida de vidas humanas, una escalofriante espiral de pacientes que no pueden soportar el impacto del virus en las vías respiratorias y que mueren ante la impotencia de los trabajadores de la salud. La mayoría de las víctimas resultan ser adultos mayores en situación de pobreza, que están más débiles frente al embate del virus.

Un segundo impacto es el retroceso económico y social, la pérdida de millones de empleos y cuantiosos gastos del sistema sanitario que apuntan, muchas veces sin éxito, a paralizar la creciente extensión de la pandemia y a frenar los decesos.

Como la ciencia no tiene instrumentos probados, o sea, vacunas o medicamentos apropiados, la situación escapa de control y los Estados cierran ciudades, confinan sus habitantes y, a la postre, la autoridad está obligada al cese de las actividades económicas en su conjunto, salvo vitales excepciones, cuyo efecto se medirá después pero que ahora es inevitable. Esta situación genera privaciones y carencias inesperadas en millones de hogares.

Asimismo, la epidemia ha obligado a detener las competencias deportivas, culturales y los eventos masivos de diverso tipo, y se declaran diferentes Estados de excepción, así los gobernantes se asignan más poder del que ya tienen y van arrogándose facultades y atribuciones que afectan a las personas, sin que se puedan movilizar o reclamar, lo más delicado es que se limitan las libertades y derechos civiles y sociales en diferentes países.

Es muy grave que el Estado de emergencia impida protestar, porque la cuarentena obliga durante semanas a las personas asalariadas a quedarse en sus casas sin recibir remuneración como es la decisión autoritaria y clasista del gobierno de Piñera, excepto un ingreso con una parte de su propio seguro de cesantía diseñado para otro tipo de emergencia; con estas mini medidas, el gobernante no puede responder como se podrán sostener las familias sin salarios y sin salir del hogar.

La lógica se reduce a salvar las empresas, sin considerar a los trabajadores como su núcleo fundamental, por eso, al tiro viene la pregunta, que harán esas empresas después, al reactivar sin los conocimientos y la destreza de la fuerza de trabajo.

Resulta inaceptable que la autoridad declare la cuarentena por la emergencia sanitaria, imponga el toque de queda y el Estado de excepción y las familias queden sin ingresos porque las personas quedan imposibilitadas de ir a trabajar. Se trata de un mecanismo infernal de sustracción de sus derechos laborales a centenares de miles de trabajadores. Con razón la ciudadanía se distancia del sistema político ante decisiones expropiatorias que les arrebatan el sustento a las familias.

Así también, la propagación de la epidemia ha mostrado el debilitamiento y deterioro de la democracia y cuán profundamente ha penetrado en los hábitos sociales un ejercicio de la política como espectáculo o simple actividad intrascendente. 

Esto parte en la irresponsabilidad de ciertos “líderes mundiales” que antes que la pandemia mostrara sus terribles efectos, hicieron todo lo posible para ignorar o minimizar su impacto. Algunos llegaron a inventar características singulares en sus connacionales para argumentar que el virus no iba a causar los estragos que era seguro se iban a producir.

De ese modo, el líder del conservadurismo extremo en Brasil, Jair Bolsonaro, para justificar la “estrategia” de no hacer nada habló de una resistencia especial de los brasileños frente a lo que llamó “gripecita” y ahora su país vive una crisis tremenda, lo mismo pensó Trump en Estados Unidos y ya tiene cerca de medio millón de contagiados y el récord de fallecidos en un día.

En la irracionalidad neoliberal de la ultraderecha había que asegurar la normalidad del proceso económico y productivo cuando era imposible que pudiera continuar el ciclo económico sin que la vida de las personas se alterara totalmente. Es la lógica del vil dinero por encima del respeto a los seres humanos.

Otros “líderes” o “lideresas” vieron una ocasión inmejorable para lucirse. Así el exhibicionismo mediático se agravó compulsivamente para ganar espacios e imponerse en las comunicaciones sociales recurriendo a la utilización del dolor y de la muerte con fines mezquinos.

Esa actitud facilita el negocio de innumerables encuestadoras que lucran bajando o subiendo la popularidad de diferentes personeros, con o sin responsabilidades de gobierno, en impactantes pero manipuladas “mediciones” de la opinión pública que llenan páginas de comentarios interesados o prefabricados.

En Chile, el gobernante no lo hace nada de mal en su exhibicionismo mediático volviendo al estilo que lo distingue, pero que desde el Estallido social se vio en la obligación de reducir por el abierto rechazo de la ciudadanía, pero la crisis provocada por la pandemia alivió su impopularidad y salió de nuevo a dar lecciones de cuanto cruza por su cabeza.

Como gusta de frases rotundas, que impacten, reiteradas veces ha dicho que tomó medidas para enfrentar la situación de la pandemia ya en diciembre y que, en particular, en enero ordenó la compra de los equipos de respiración artificial que se requerirán en el “peak” de contagios.

Pero, como dice el antiguo adagio, “más pronto se pilla un mentiroso que un ladrón”, debió ser el subsecretario de Salud, Arturo Zúñiga, quien lo desmintiera ya que está documentado que las compras fueron realizadas el 13 de marzo, recién pasado.

Asimismo, incapaz de mantener una mínima responsabilidad, Piñera provocó a millones de personas que protestaron en su contra en la plaza de la Dignidad al aprovecharse del Estado de emergencia y amparándose en su escolta de Carabineros se fotografió y “lució” en sus escalinatas. Si no se respeta a si mismo no puede pedir que lo respeten.

Lo más negativo de esta parafernalica conducta es que la acción política se debilita más de lo que ya estaba. La declaración de los Estados de Emergencia es en si misma un desplazamiento de los organismos representativos y deliberativos en favor de la concentración de poder en la autoridad administrativa. En consecuencia, se acentúa el rol decisivo y preponderante de la tecnocracia, los estamentos policíacos y castrenses, y muy en especial, de los gobernantes personalistas.

Al concentrarse la política en el espacio mediático, enmarcado y limitado por las decisiones de la autoridad administrativa, se empobrece la democracia y se hacen aún más evidentes los dramas y miserias de la política, como votar por el sistema de tele transmisión desde la cama tomándose un trago en un privilegio que las personas en su trabajo no tienen y que indica además un desprecio a los ciudadanos desde una posición de poder.

Con la epidemia del Coronavirus aparece un  exhibicionismo autoritario de personeros que pretenden dar la palabra definitiva a la opinión pública con doctas opiniones y autoritarias decisiones que, por cierto, no pueden discutirse, como la política laboral del gobierno que, en el dictamen de la Dirección del Trabajo, arrebata derechos a los trabajadores que ni el Plan laboral de José Piñera fue capaz de desconocer, dejándolos simplemente en la calle, sin empleo y sin ingresos.

A estos gobernantes los costos sociales no les preocupan, total, tienen buena parte de los medios de comunicación a disposición y pueden decir lo que quieran cuando lo estimen conveniente.

Al final, no se sabe que es peor si el virus o los que lo usan para tener más poder y abusar cuanto puedan. Se vuelve a instalar el gran reto del desarrollo humano, esto es si las naciones y la comunidad internacional lograrán tener políticas de Estado en que prevalezca el bien común y la razón por sobre la sinrazón.

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