Frente Amplio, su éxito y eventual fracaso

El crecimiento en las encuestas del Frente Amplio ha provocado toda clase de reacciones. Los ningunearon de todas las formas posibles. Los miraron en menos. Que son cabros chicos. Que nadie va a votar por ellos. Que arruinaron Providencia y la sirvieron en bandeja de la UDI. Que a duras penas, juntaron 35 mil firmas. Que los chilenos no están disponibles para aventuras…

Pero ahí están, encumbrados y subiendo. ¿Cómo llegaron a esto?

Podríamos aventurar que todo comenzó hace exactos cuatro años atrás. Mientras algunos anhelaban ansiosos el retorno pronto de Bachelet, otros en la centroizquierda de la Nueva Mayoría se engolosinaron, creyendo que habían clavado la rueda de la fortuna política. Al unir el comunismo con la socialdemocracia y el mundo social cristiano de la DC, serían capaces de gobernar hasta el fin de los tiempos, generando un escenario que los volvía electoralmente imbatibles.

Pero se equivocaron. Les fue bien en la elección parlamentaria. Casi perfectamente bien. Pero no previeron que dejando abierto el flanco izquierdo que siempre el PC controló desde afuera de la Concertación, aparecería una nueva izquierda con líderes atractivos y discurso bien hilado. Y que, en cambio, su discurso incoherente de pacto mal amarrado se disolvería a la primera dificultad.

Esa sensibilidad nueva, además, han demostrado poseer una envidiable capacidad de aprovechar oportunidades políticas: fueron parte del gobierno, incluso los autores de la reforma educacional de este gobierno, pero se escaparon del mismo apenas vieron que su caída era irreversible.

Fueron capaces de ver en el vacío de liderazgo presidencial de la Nueva Mayoría una ocasión de presentar dos candidatos con discurso atrayente y disruptivo, como Mayol y Sánchez. Demostraron habilidad, además, al proponerse tener primarias, donde la Nueva Mayoría no las tendrá. Y no solo fueron hábiles, sino trabajadores, juntaron las firmas y consiguieron su objetivo.

Han demostrado ser una fuerza política de fuste. Negarlo sería una torpeza.

El entramado intelectual del Frente Amplio es, asimismo, denso y complejo. Pretenden provocar una dualidad, como la diada dictadura-democracia de los 80 y 90, consistente en contrastar con muchos adjetivos la visión del sistema imperante con, en sus términos, “superar la mercantilización” de todas las relaciones sociales, abandonando la búsqueda del “consumo desmedido” y la “acumulación”.

Discurso, por cierto, que corre hábilmente sobre los ejes de una inventada dicotomía entre ciudadanía y élite y de lo nuevo contra lo viejo. Por cierto, aquella reduccionista visión caricaturiza la realidad, pero es una construcción intelectual compleja y un discurso difícil de derrotar para la centroderecha, tanto como lo fue en su momento el “fin al lucro” o la “educación gratuita para todos”.

Ese relato los diferencia de la coalición gobernante. La ausencia de contenido de la Nueva Mayoría, o como se llame, que hace que Bachelet camine como un zombie político, un muerto vagando por la tierra sin saber que falleció, se debe a una razón simple, era un simple pacto electoral. La Nueva Mayoría, esa extraña fusión de agua y aceite, no tuvo un mínimo común entre sus integrantes que no fuera un programa, elevado a los altares para los comunistas y desconocido para la DC, que era imposible de cumplir.

Pero volvamos al Frente Amplio. Parece obvio que estamos frente a una coalición con futuro. Pero que al mismo tiempo demuestra enormes flancos débiles. Visualizo al menos cuatro.

El primero, el mismo de la Nueva Mayoría, transformarse en el mero continente de cuanto movimiento social que tenga cierta trascendencia, sin considerar su consistencia social, puede llevarlos a confundir la amplitud de criterios con una indefinición política. 

El segundo, el del PRO y Marco Enríquez-Ominami, que su institucionalidad no sea capaz de superar a la figura de sus liderazgos. Ya vimos que en movimientos carismáticos, al caerse el líder, si no hay un entramado sólido, se cae todo y se llega a la intrascendencia.

El tercero consiste en no querer crecer de verdad, quedarse en movimiento influyente y no de mayorías. Porque para ello no bastan los liderazgos de Jackson, Boric, Mirosevic y Mayol, y la imagen maternal de Sánchez. Para institucionalizarse deben ser capaces de crear mayorías electorales a lo largo del país y hacer alianzas con otros sectores.

Como ejemplo, sus votantes están en la Región Metropolitana, y para disputar una elección presidencial o parlamentaria es imprescindible la presencia en regiones. Los éxitos en Valparaíso, Magallanes y Arica parecen llamativos, pero no son reales, pues parecieran responder más a fenómenos aislados más que a una estructura fuerte. Crecer, para el Frente Amplio, supone mirar al centro, salir a buscar al votante moderado, lo que los obligará a morigerar su discurso. Aquello, a su vez, conlleva otro nuevo riesgo, perder identidad.

El cuarto, tal vez el peor de todos los riesgos para el país, es que el Frente Amplio siga la senda del populismo. Siguiendo a pos marxistas como Laclau la exacerbación de exigencias por educación, salud, vivienda y transporte gratuito, apelando directamente a la ciudadanía en vez de un programa de izquierda, contiene el riesgo de la irresponsabilidad política sobre el proceso al que convocan.

Estar con un pie en la calle y otro en el poder crea un monstruo bípedo que a la larga no tiene consistencia. Si no me creen, pregúntenle a Camila Vallejo por qué es hoy la líder con más rechazo en Chile.

En síntesis, el Frente Amplio está a medio camino. Han sido exitosos al capitalizar el descrédito del Bacheletismo, presentando una opción atractiva para muchos ciudadanos. Pero les queda un largo trecho para demostrar que son algo más que el grupito incondicional de amigos de un par de estudiantes de colegios de élite que se encontraron con el éxito político sin buscarlo. 

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