Gobierno de Piñera, el dolor histórico por el descredito del Estado

Quizás el Presidente, ávido lector insomne, sufre pesadillas con Shakespeare, los idus de Marzo y otras obras de traiciones de palacio. No tengo memoria de ningún gobierno en el mundo que haya exigido a sus ministros de confianza, como lo acaba de hacer Piñera, que firmen un documento público para rendirle prueba de su confianza funcionaria, a su propio gobierno.

Redundo "confianza" para enfatizar el contrasentido. Hablan los ministros: "...como ministros de Estado e integrantes del comité político que acompaña al Presidente Sebastián Piñera, adherimos completamente a la decisión de presentar ante el Tribunal Constitucional un requerimiento por el proyecto que permitiría un tercer retiro de ahorros previsionales". Sobre la materia en debate, es muestra evidente de la pérdida de credibilidad presidencial en la función de Estado de su gabinete. Se debilita el respeto al Poder Ejecutivo y aumenta el descrédito que afecta otras instituciones. ¿Será el atávico desprecio clasista de la derecha chilena por el Estado? Chile fue distinto. Por eso me resulta históricamente doloroso desde la memoria.

Tengo casi seis años. Escucho que una radio dice que la elección presidencial la ganó don Carlos Ibáñez. Mi papá va estar contento porque trabaja para él. Ya sé lo que es votar. Sin palabras, desde 1952, aprendo rápidamente lo que es la lealtad de un ministro. El Presidente Ibáñez me lleva de la mano al balcón, miro la Escuela Militar y en con-fusión de afectos siento que mi papá es hijo del Presidente. Por eso ahora, remecido de modo desgarrador por el desprestigio institucional vigente, escribo personalizando desde mi profundidad. Mi respeto a lo púbico es tatuaje de infancia. Sentí en la formalidad del carabinero de "punto fijo", en mi casa de clase media en Ñuñoa, la estatura del Estado que me sugería el Plymouth negro que conducía Juanito Riveros. Una emoción fundamenta mi reflexión.

Me angustia como el Presidente Piñera, con incomparables lazos de poder, que no tuvimos en la clase media, de familia vinculada al mando de la sociedad y de las instituciones, heredero de la política, degrada la función pública exigiendo que su gabinete le firme públicamente lealtad, denigrando su función de Estado. ¿Cómo llega un Presidente de la República a necesitar que le expresen adhesión quienes por definición del cargo juraron ser de su confianza? Debe creerles o echarlos.

Desde mi pena invoco dignidad de Estado, porque me resulta más dolorosa que incomprensible la descomposición republicana del gobierno de Piñera. De inteligencia rápida, práctico, financieramente exitoso, incansablemente trabajador, productivamente asequible, de trato directo, crudo, ajeno los boatos ostentosos del poder, pero tan extremadamente confundido en su función de Estado que ni su ambición de poder lo ilumina.

Al exigir a sus ministros tan improcedente prueba de honestidad, el Gobierno pone en duda la integridad del aparato ejecutivo y muestra debilidad de esos roles de Estado que respetábamos desde niños. Es un gobierno ciego frente al peligroso descrédito de tantas instituciones, incluida la pérdida de credibilidad de cohesión del Poder Ejecutivo, que duda de la lealtad de sus ministros. Esto influye en la pérdida de esperanza en las instituciones que aumenta la incertidumbre y degrada la política, más de lo que ya la degradamos los partidos. No comete causales de acusación constitucional, pero contribuye al desencanto popular con el orden democrático, al negativismo y desapega al ciudadano del sentido de la República.

No me sumo a las propuestas de un término anticipado del actual gobierno pues conflictúan más al país, pretendiendo sacar al Presidente antes del fin de su mandato, pero no puedo evitar denunciar que el gobierno acicatea su propio desrespeto. No es desgobierno, es mal gobierno. No temo al conflicto pero cuido el modo de procesarlo y me alejo de quienes impulsan desestabilidad inconducente queriendo sancionar constitucionalmente al presidente y/o que caiga el gobierno, porque el país sufriría nueva crisis que debilitaría la Convención Constitucional y concentraría la agenda política en la destitución y reemplazo del Presidente.

Además sería un error político, porque esa acusación uniría la derecha justo cuando hasta sus ministros están discrepando. Lo que debemos hacer es pedagogía política para evidenciar esta descomposición de la derecha, demostrar que su política daña a Chile, en la institucionalidad ejecutiva de la República y en lo social. La elección de noviembre es el momento para sancionar a la derecha.

Los problemas del Presidente Piñera son más que su persona y revelan la desconfianza interna en derecha. Se pronuncian en estos mismos días algunos senadores y diputados de la derecha más pinochetista, junto a la menos autoritaria y menos insensible socialmente, desmarcados de su gobierno. El Presidente intenta tapar el desapego, la desafección que huele a posible futura división electoral de la derecha. Y quizás no solo electoral sino también programática, en el plano de las ideas para gobernar, porque no toda la derecha piensa igual. Por eso el Presidente exigió espectáculo de lealtad a su comité político.

Esta trizadura, del Presidente Piñera desconfiando de sus ministros de mayor confianza, exige que dialoguemos, primero entre nosotros para lograr la indispensable unidad electoral y programática, pero también con esos sectores de derecha que parecen ir entendiendo que Chile ya no puede ser gobernado como lo hacen ellos... y entendiendo nosotros, que tampoco puede gobernarse como lo hicimos nosotros. Porque esto es la política: La compleja conducción.

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