Grandes lideresas y malos gobernantes

En estas semanas en que se ha puesto a prueba la capacidad y el temple de los gobernantes, en la opinión internacional ha sido sobresaliente el papel jugado por la Canciller Federal de Alemania, Ángela Merkel, jefa del gobierno de su país y, en Nueva Zelanda de Jacinda Ardern, cuya responsabilidad también es liderar el gobierno de su nación.

Antes de la pandemia se dijo que Merkel había llegado al ocaso de su liderazgo, de hecho por su iniciativa, en su partido se había nombrado una nueva lideresa, con el expreso propósito de plantear la sucesión en las próximas elecciones federales ante el crecimiento de la ultraderecha en franjas significativas del electorado que demandan una política de cierre hermético de las fronteras a las corrientes migratorias que llegan a Europa, de modo especial, desde el Cercano Oriente y el Norte de África.

Hasta el fin de la 2’ Guerra Mundial, que costó 60 millones de vidas humanas, la expansión nazi se sustentó en la fantasía de auto definirse como una raza superior y crear un odio visceral hacia otros pueblos y naciones, catalogándoles de “inferiores”. Así surgió el anti fascismo como respuesta necesaria al afán destructor de pueblos y naciones.

En Chile, la Junta Militar intentó suprimir a las personas y partidos políticos de quienes pensaban distinto y recurrió al terrorismo de Estado con ese objetivo, también contaron con una versión bufonesca de esa mirada fascista, la de J.T. Merino, que cada martes decía alguna barbaridad que deshonraba a la Armada de la que era Comandante en Jefe, para él los demócratas chilenos eran “humanoides”, así justificaba crímenes y atrocidades de todo tipo.

Pero, esas bravuconadas que ofendían a la mayoría del país iban contra la evolución de la humanidad, porque hace 75 años, un día 8 de mayo, en medio de las ruinas de Alemania destruida y derrotada, los apresados jerarcas del Alto Mando nazi fueron llevados por oficiales de los aliados, a firmar en Berlín-Karlhorst, su rendición incondicional ante los mandos del Ejército Rojo que habían aniquilado la “Wehrmacht”. Ese suceso histórico terminó la aventura demencial de la raza superior.

Hace sólo horas, en esta conmemoración, el Presidente alemán, Frank Steinmeier, señaló: “El día de la liberación es un día de gratitud”. Son palabras de una dimensión excepcional que asumen la magnitud de la catástrofe en que se sumió Alemania bajo el nazi fascismo y la trascendencia histórica que esa máquina de guerra fuera destruida, estableciendo que por sobre cualquier aventura patriotera, ya sea la expansión criminal contra otras naciones o la conducta genocida frente a quienes son diferentes, los valores universales de la humanidad son primordiales y deben prevalecer.

En la locura nacionalista, los intereses del complejo militar industrial germano, en pos de revancha por los resultados de la 1’ Guerra Mundial, crearon y financiaron un instrumento político e ideológico para impulsar la agresión y el genocidio que preparaban, el llamado nacionalsocialismo, y fabricaron una criatura siniestra e irracional como Hitler de líder, ambos ingredientes necesarios para la estrategia expansionista, controlar la población, cegarla de fanatismo y generar la confrontación que destruyó Alemania y Europa, el norte de África y parte considerable de Asia.

En la nueva generación no se vive el mismo fenómeno, pero hay brotes de racismo y se ha incubado la xenofobia con los inmigrantes que llegan a Europa, porque ven en ellos la fuente de sus dificultades, en especial, el deterioro de sus condiciones de vida y la caída del valor de sus horas de trabajo. De esa visión parcial y limitada surge el desprecio a la política y el desencanto con la democracia.

En ese escenario complejo, Ángela Merkel, enfrenta con sobria capacidad y firmeza la xenofobia, y ha dirigido la respuesta de su gobierno a la pandemia velando firmemente por los principios democráticos lo que ha significado una reafirmación de su liderazgo que se contrapone a los graves tropiezos de otros gobernantes, en particular, agresivos caudillos de ultraderecha que tomaron un camino totalmente diferente al de la Canciller Federal de Alemania.

De modo especial, su sobriedad destaca ante la errática improvisación de Trump, Johnson y Bolsonaro, que han arrastrado a sus naciones a una terrible crisis sanitaria y a pagar un costo moral, social y económico que pesará sobre la actual y las futuras generaciones en un impacto aún imposible de evaluar.

Merkel, excepto el habitual saludo de fin de año, hizo su primera cadena nacional para alertar e informar de la pandemia y de las medidas adoptadas, ese es un hecho que en sí mismo la distingue de gobernantes narcisistas que se aprovechan de estas ocasiones para sus mezquinos intereses, son malos gobernantes que aparecen a cada anuncio o hecho que así se los permita para repetir frases usadas centenares de veces, insistir en lugares comunes como si fueran la verdad revelada y usar el gasto público para el auto bombo personal, como si el dinero fiscal lo sacaran de su propio bolsillo.

Además, Merkel no se hizo tomar fotos delante de uniformados armados y con tenida de combate, instrumentándolos políticamente, como se hace en Chile para manifestar autoridad. Es una lección, que distingue a una auténtica estadista de la egolatría de aquel que detenta el poder para ensalzarse a sí mismo. Su actitud permite distinguir la seguridad personal en las decisiones de aquel otro personero que padece de un narcisismo incontrolable para la tele.

También, geográficamente a gran distancia de Chile, la Primera Ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, ha mostrado la capacidad y el vigor del liderazgo femenino de una persona joven, a la cabeza del gobierno de su país, ante un gran desafío.

Ardern se adelantó a los hechos y su estrictas medidas de confinamiento frenaron la expansión de la pandemia, no se preocupó de los negocios propios ni de su entorno, confirmando que la conducción de una nación en medio de una crisis exige pensar en el bien común y no sólo en función del cálculo pequeño y la ganancia del grupo de poder al que se pertenece.

Asimismo, Jacinda Ardern, feminista y tolerante con la diversidad sexual, tuvo mano dura con el terrible atentado xenófobo y racista de un criminal supremacista blanco que, en un templo en que un grupo pacífico de personas de religión musulmana oraba con devoción y respeto su fe, acribilló a la gente indefensa.

El terrorista que en busca de publicidad morbosa subió a plataformas digitales sus crímenes, tuvo en Jacinda Ardern una dura respuesta: nunca pronunció su nombre. Asimismo, exigió a la prensa no hacerle el juego, dando notoriedad a dolorosas imágenes por morbo o incluso interés comercial. A la vez, llevo con humildad su gesto humanitario a las víctimas y en el Parlamento señaló: “ellos son nosotros”, poniendo como esencial la multiculturalidad contra el odio y la intolerancia.

Son culturas políticas muy diferentes de la grandilocuencia superficial del autoritarismo populista que se practica en Chile, el discurso para la galería como “la nueva normalidad” anunciada por Piñera, una más de tantas frases hechas para el impacto inmediato y la fácil ganancia mediática, a las que acaba de agregar “no hay ningún espacio para falsos triunfalismos”, cuando eso fue lo que transmitió él y su gobierno durante semanas, ahora tratando de eludir, como es su costumbre, las responsabilidades que le corresponden.

Esa estrategia de adormecer a la gente y silenciar la crítica no fue casual, a Piñera y el gobierno de financistas que ejerce el poder, les dio tiempo para aplicar sin contrapesos un conjunto de medidas de apoyo económico a las empresas, como la burla de llamar ley de “protección al empleo” a un engendro legal que produce el efecto contrario, facilitándole a los dueños del dinero un gran resultado, que la crisis sanitaria la paguen los trabajadores, sin ingresos y sin empleo.

La guinda de la torta es que hechas las utilidades, aseguradas las ganancias e incluso contratados los parientes, el gobernante pide a los que ya hicieron el negocio, “prioridad” para los trabajadores. Es la burla final, una tomadura de pelo.

Es el doble discurso de quienes concentran el poder y lo ejercen de forma excluyente y personalista, que engañan a las personas y actúan con propósitos mezquinos, que siempre quieren echarle algo más al saco que ya tienen repleto, total, después se las arreglan para subir en las encuestas que ellos mismos pagan.

Por supuesto, tras cada error y abuso dirán que la crítica es inoportuna, que divide, porque buscan el sometimiento de la población.

No les importa el daño que cada acción o medida espuria cause a la legitimidad de la institucionalidad democrática. Por eso, que duda cabe, en ciertos países hay grandes lideresas y en otros malos gobernantes.

Desde Facebook:

Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado